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Axel Branford escuchó los golpes y acto seguido la puerta de su cuarto, que se abría para dar entrada a William Gamewell. Era interesante que la situación parecía la perfecta inversión respecto de cuando Axel lo visitó en el Hospital Real.

—¿Oye, no te da vergüenza? ¡Tu cara parece la de un cíclope con resaca!

—Estás soñando. Hasta con hematomas las enfermeras aún me prefieren a mí.

—Sólo porque eres el campeón del mundo.

—Sí. —Axel sonrió—. Tal vez sólo por eso.

—¿Me puedo sentar?

—Por supuesto.

William jaló una silla próxima, cruzó las piernas, se puso las manos despreocupadamente atrás de la cabeza y dijo:

—¿Entonces? Es hora de que me cuentes con detalles cómo es la sensación de volverse parte de algo mayor.