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Ruggiero y Bradamante fueron al aposento del rey Alonso para la última sesión de contraveneno.
Esta vez Blanca Corazón de Nieve se había propuesto asistir al proceso y, por primera vez, Anisio Branford fue informado de lo que había ocurrido en los bastidores del Puño de Hierro, por lo que también se encontraba presente.
El rey Alonso había dejado de hablar cosas asombrosas con las dos primeras sesiones.
Ahora, en la tercera, apenas se mantenía con los ojos abiertos, pero con la impresión de que, de estar cerrados, no harían la menor diferencia.
Ruggiero retiró el último ojo de demonio amputado del interior de una pequeña caja de hierro y se lo entregó a Bradamante. La capitana de la guardia lo llevó hasta la boca del rey Alonso. Ruggiero abrió con las manos la boca del viejo señor y la mantuvo así. Bradamante, en un único movimiento, hundió sus uñas en el ojo.
El ojo estalló.
Blanca se vio obligada a correr para vomitar en la ventana de la habitación cuando un líquido entre negro y rojo oscuro cayó, denso y pesado como un escupitajo, en la boca del rey Alonso.
—¿Eso bastará? —preguntó el rey Anisio, con la expresión hermética.
—Sí, majestad —respondió la capitana—; tres sesiones de este contraveneno inhibirán por completo la acción del otro.
—Señor Ruggiero —dijo el rey, volviéndose hacia él—. No tengo palabras para agradecer lo que ha hecho por estas tierras en estos últimos días. Ha hecho más por esta nación, y por la de Stallia, que muchos patriotas, por lo que me gustaría que esta noche comparezca en el Salón Real para una pequeña ceremonia de agradecimiento.
—El placer ser mío, majestad.
—¿Confirman entonces que los cuerpos de los seres conjurados fueron quemados?
—Todos ellos, majestad —dijo Bradamante—. La hacienda de Los Esqueletos fue destruida.
El rey Anisio asintió con la cabeza.
—No tiren esos ojos perforados. Me gustará refregarlos en la cara de cualquiera de mis opositores que aún critique mi orden para el renacimiento de los Caballeros de Helsing. El hecho es que no hay forma de negar que las brujas y los demonios de Aramis, por desgracia, han vuelto a caminar por estas tierras. Y está llegando la hora de prepararnos para volver a cazarlos de verdad.