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Y João Hanson, con su cabello corto casi rapado y su expresión siempre cerrada, regresó a casa de su familia el día de su décimo quinto cumpleaños.

Caminó, como si nada hubiera pasado y como si aquella fuera la situación más normal del mundo, a donde su padre guardaba el hacha de trabajo. Miró la lámina y vio que estaba un poco desafilada, pero se encogió de hombros, pues sabía que no había otra herramienta en la casa.

Saludó a su atónita hermana. Después le dio un beso a su sorprendida madre y dijo:

—Me voy a trabajar.

Y salió sin volver la vista atrás. Madre e hija se miraron sin saber qué sentimientos debían albergar. Cualesquiera que fueran los sentimientos correctos, ambas los experimentaban en ese momento.