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Y João Hanson entró a su casa, acompañado de su hermana y de Ariane Narin.
Su madre sollozó y sufrió una crisis nerviosa cuando lo vio. Vivo. Todo en aquella casa pareció estar bien por un momento, pero todavía no lo estaba. María Hanson había pasado por casi todas las pruebas del mundo a lo largo de ese día, pero la última estaba por venir. Y fue así, con la conciencia de lo que estaba por ocurrir, que ella apartó a su madre de João y la llevó con los padres de Ariane para calmarla y prepararla.
María Hanson entró primero en el cuarto de su padre. Le acarició la cabeza y lloró sus últimas lágrimas de la noche. Le prometió cuanto él siempre supo que cumpliría, así como cuidar de la madre que siempre veló por ellos. Sus lágrimas hacían que el corazón se pusiera frío como el invierno, y la respiración, difícil como la nieve.
Después de ella fue el turno de Érika Hanson, más calmada. La mujer se mostró fuerte y dijo a su marido:
—Lo lograste, cabeza dura. Tus hijos están aquí, conmigo… vivos. No importa lo que pase con nosotros, ellos ya saben andar con sus propias piernas y elegir sus propios caminos. Tu sangre vive en ellos y también tu obstinación. Y no importa, en verdad que no importa a dónde vayas, mi amor me llevará a ti.
Besó a su marido en los labios y salió con dificultad. Afuera, Ariane miró a la Banshee, que se mantenía atenta, y tomó el brazo de su novio.
«¡Ya te dije que tu padre dice cosas sin sentido y hablaba en serio, sólo que lo que no te dije es que una cosa, de entre todas las locuras que dice, me dio la pista para entender muy bien!».
Por último entró João Hanson. El hombre João Hanson.
«¡Últimamente te llama a ti!».
Ariane Narin lo observó ingresar a la habitación del pasillo y percibió que, en el momento en que abrió la puerta, la Banshee al fin se levantó y entró con él.
«Un día descubrirás cuántos sacrificios son necesarios para mantener a una familia».
João suspiró y caminó hasta el hombre acostado.
«Sacrificios que nos cobran precios altos».
Estaba decidido a hacer aquello sin derramar una sola lágrima que demostrara debilidad.
Pero no sería tan fácil.
—¿Sabes? Ya sobreviví a la muerte. Más de una vez. Vencí a brujas sanguinarias. Me enfrenté a muchachos dos veces más grandes que yo. Y maté por primera vez. Yo… hoy… ya no soy un niño asustado con un mundo desconocido y ante un mundo desconocido. Soy un hombre que asume su papel ante una familia que lo necesita. Sé que tuvimos diferencias sobre muchos asuntos y que vemos la vida de manera diferente. Al principio creía que tú no me amabas, pero las pocas, pero fuertes experiencias de vida que tuve hasta ahora, resultaron suficientes para mostrarme que el amor no tiene límite y que no importa ya si sabes o no demostrar tu amor por mí en la forma como me gustaría. Independientemente de la intensidad con que te dedicaste a mí, sé que me amaste con todo lo que pudiste. Mas no hay experiencia que prepare a un hijo para un momento como este. No la hay. Es un hecho. De una cosa al menos estoy seguro: sé que estás orgulloso de mí. Sé que oraste a escondidas, cuando nadie miraba, para que me convirtiera en el caballero que siempre soñé, aunque no demostraras tener fe en ese sueño. Sé que fuiste capaz de cometer errores terribles a lo largo de tu vida, ¿pero cómo juzgar el error de un hombre que vende su propia alma para salvar a sus hijos? ¿Sabes? Sé que la vida fue dura contigo y que te aferraste tanto a ella que te olvidaste de la capacidad de soñar y de creer en un sueño. Pero me gustaría que hoy supieras que yo soy tu sueño. Y que todo cuanto un día soñaste existe en mí. Y existe en mi corazón. La sangre de esta familia, tu sangre, corre por mis venas, y si fallé en tu salvación, y si fuera preciso que sirva como esclavo de las brujas en tu lugar allá, en Aramis, lo haré con placer por el resto de la eternidad. Porque tú fuiste mi héroe de la infancia. Y serás siempre mi único héroe. Cada paso que dé, lo daré contigo. Cada vez que respire, respiraré contigo. Y no importa dónde esté, jamás olvidaré cada momento en que exististe en mi vida. Eres el motivo por el cual yo respiro… y el motivo por el cual sigo soñando. No importa cuán difícil sea la senda que aún deba trillar: caminaré con la cabeza erguida y sin dejar jamás que otros escuchen mis lamentos. Y te haré la promesa de que si un día, si algún maldito día mi castillo de piedras se derrumba, aun así ¡me mantendré sobre una base firme! Y cuando el estruendo haya terminado, y cuando el viento pare de soplar y el polvo se haya asentado, seguiré de pie.
João Hanson tomó la mano de su padre. Había muchas lágrimas en sus ojos. Mas no eran lágrimas de flaqueza; por el contrario, eran lágrimas que lo fortalecían.
Lágrimas que aliviaban corazones fríos como la nieve.
La Banshee lloró de un solo lado de la cara y ese llanto resultó distinto para ella.
Y de su bolsillo el último Hanson retiró el anillo que había tomado del cordón del conde muerto. Un anillo de derechos. Un anillo de leñador.
«Sacrificios que no pueden ser juzgados ni evitados».
Y el anillo fue colocado de vuelta en el dedo del padre.
«Sacrificios que nos cambian para siempre».
Una lágrima escurrió con lentitud por un lado de uno de los ojos de Ígor Hanson.
Y el hilo de plata al fin se cortó.
Entre llantos, reivindicaciones y amor, apenas quedaba aire para las últimas palabras de João Hanson, que resonaron en aquel recinto antes de que la Banshee lo dejara.
Palabras como mantras. Como sueños despiertos. Como oraciones a un Creador.
Palabras que terminaban una historia como estaba escrito que debía concluir:
—Gracias, papá.