42
De nuevo el príncipe se preparó para montar a Boris cuando escuchó una voz femenina:
—Axel…
Era María Hanson. Tenía una expresión temerosa. Y él se dio cuenta.
—María…
—Axel, ya no hay vuelta atrás para nosotros, ¿verdad? —dijo ella, a su lado, con los ojos rojos.
—Yo… no lo sé, María.
—¿Sabes? No sé si te adoro o te odio porque nunca me contaste sobre mi hermano. Ni sobre…
—Espero que un día lo descubras —dijo él, con seriedad—. Pero también espero que sepas, por el resto de tu vida, que me convertiste en un hombre consciente de mis responsabilidades. En un hombre mejor. Que luchaste a mi lado en aquella Arena de Vidrio. Y que no importa dónde esté ni con quién: tú serás para siempre la mujer de mi vida.
María Hanson comenzó a llorar. Axel la tomó de los hombros y ella se apoyó en su pecho. Permanecieron abrazados por un tiempo demasiado largo, pero nunca lo suficiente.
Entonces ocurrió el último beso.
—Me gustaría que lo lleves. —María se quitó el anillo que traía en el dedo, el mismo que los leñadores daban a sus almas gemelas, y se lo ofreció— para que te acuerdes de mí.
Él le cerró la mano sin tocar la rústica joya:
—Entonces no puedo aceptarlo.
—No comprendo —dijo ella, sorprendida.
—Aceptar algo para recordarte, María Hanson, sería admitir la posibilidad de olvidarte.
El corazón de María no paraba de latir ni sus ojos de llorar. La mano de él ya estaba en la silla de Boris.
—Te habría amado —dijo ella, con voz ronca.
—Lo sé.
El príncipe saltó sobre el caballo y, antes de que a causa de la muchacha desistiera de aquello que debía hacer, partió sin mirar atrás. Incapaz de mirar atrás. En lo alto, Tuhanny rasgó los cielos estrellados junto con él. Esta vez, en solidaridad con los diversos sentimientos que latían en el pecho de aquel príncipe, permaneció en silencio.
Las hadas no sonreían ni lloraban.
María Hanson lo miró partir, apretando en la mano derecha el anillo de leñador rechazado.
«Aceptar algo para recordarte, María Hanson, sería admitir la posibilidad de olvidarte».
Aquella noche, en las alturas, brillaba la estrella de Shakespeare.