32
Muchas horas pasaron, y la tarde cedió su lugar a la noche en Arzallum. La medianoche se aproximaba y era hora de dirigirse al lugar. Dos soldados reales esperaban ya a João Hanson afuera de la cabaña, y en aquel momento él se despedía de una madre en lágrimas, con un rosario con la cruz de Merlín en las manos.
—Hijo mío… Hijo mío, por favor, tú no puedes… No puedes… —la madre comenzó a sentirse mal, y Anna y Golbez Narin acudieron a ella.
—Debo hacerlo, madre.
Él tomó la mano derecha de su madre y la besó.
—Te pido tu bendición, madre.
Ella derramó más lágrimas y dijo entre sollozos:
—Que el Creador te bendiga… hijo mío.
María Hanson temblaba; Ariane Narin también. La chica observaba el pasillo frente al cuarto de Ígor Hanson y veía a la Banshee esperando todavía.
—¿Tú… no quieres ver a tu padre, João?
—Aún no, madre.
—Pero… hijo mío… ¿Y si no…? —y la madre comenzó a sollozar y a llorar tomada del adolescente, mientras los padres de Ariane intentaban consolarla—. Tú no puedes… No te dejarte ir… No, hijo mío… No por segunda vez.
—Madre, los soldados me esperan. Hice un desafío. Y lo hice por él. Volveré. Te juro que lo haré.
La madre seguía sollozando.
—¿Alguna vez no cumplí una promesa que te haya hecho?
Poco a poco los padres de Ariane la separaron y él se dirigió a la salida antes de que la emoción de su madre empeorara. Al final no había forma de echarse para atrás ante una requisición por el Tribunal de Arthur. Ya no más acuerdos ni desistimientos. Se trataba de un tribunal que debe ser ejecutado. Pues era un tribunal de justicia semidivina, en el que se creía que el vencedor sería aquel que el Creador deseara y, por eso, del lado correcto de la cuestión en duda.
Con la desesperación de la madre y su emocionante devoción al hijo, nadie había percibido a Ariane en el pasillo, frente a la Banshee. Bueno, nadie, salvo su madre.
—Ariane, es hora de irnos —llamó María Hanson.
En el camino hacia la salida, Anna Narin interceptó a su hija:
—¿Hablaste con ella? —preguntó la madre, en susurros—. ¿Sobre… el tribunal?
—Ella me quiso decir.
—Pero…
—Pero yo le pedí que no me lo mostrara. No hoy —y las lágrimas descendieron.
Anna comprendió. Habría hecho lo mismo en lugar de su hija. Todos los presentes abrazaron a João Hanson con fuerza, como si fuera la última vez. El joven no se conmovió con llantos ni súplicas. Su expresión fría demostraba que su mente ya estaba en el combate.
Fue así como, acompañado por Ariane Narin y María Hanson, João Hanson salió de su casa para un enfrentamiento de vida o muerte.