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La flecha voló en línea recta en dirección al corazón de la muchacha.

Liriel no pudo pensar en lo que ocurría. No había tiempo ni oportunidad para la lógica en situación tan mortal. Lo que sucedió en la visión del mundo dentro de su mente, en aquel instante, debía considerarse un puro acto reflejo. Supervivencia.

Sintió otra vez el dolor en su frente de adentro hacia afuera en el momento que tenía que forzar. Forzar para mover.

Una vez más el tiempo transcurrió distinto para ella.

«¿Acaso has visto regresar a una flecha?».

El proyectil que demoraría casi un segundo en recorrer aquella distancia para ella tardó más. Por lo menos tres veces más. Los ojos desorbitados, la boca abierta, el corazón nervioso. La flecha venía hacia ella y ella se consideraba capaz de desviarla. A pesar de sus métodos violentos, el maldito negro lo había conseguido. Liriel nunca había comprendido de manera tan plena el mecanismo de todo lo que ella era capaz de hacer, quién sabe por qué motivo.

Y fue así como estiró la mano para mover la flecha.

Y escuchó el ruido de la punta clavándose en el árbol, justo a su lado, a la altura del corazón.

—¿Estás loco, Robert? —gritó Marion en la cara de él—. ¿Eres Robert de Locksley? ¿Eres aquel por el cual esos niños están aquí esperando para luchar? ¡Porque sinceramente yo no te conozco! ¡Y no es por ti por lo que ellos quieren entrar en el campo de batalla para morir, maldito!

«Pensar en eso te hace respetar cada flecha que lanzas en tu vida».

Locksley estaba asustado.

«Adam».

A su alrededor, los rostros de centenares de jóvenes también.

«Ellos temen lo que ven en ti, Robin, y lo que transmitirás».

Del otro lado, Liriel Gabbiani estaba junto al cuerpo de Snail Galford, el salvador que la había jalado hacia sí en un acto reflejo milagroso, que impidió que la flecha le atravesara el corazón.

«Es por eso, y sólo por eso, que Sherwood no es libre».

Y Robert sintió miedo. Miedo de sí mismo. De todo lo que hacía. De que su causa no fuera lo bastante justa para lo que hacía. Miedo de haber reclutado espíritus que no deberían morir por órdenes suyas.

«A causa de ti».

Robert de Locksley miró a lady Marion con la misma expresión de un niño que sabe que cometió un error, ante un padre severo listo para reprimirlo.

Marion suspiró un poco más ligero después de esa mirada.

Al menos a ese Locksley sí lo reconocía.