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Snail Galford despertó a su milicia de adolescentes. En los últimos cuatro días sus filas habían aumentado en forma exponencial con niños que habían sido golpeados por los soldados y, en teoría, expulsados de Andreanne, como parte de un burdo proceso de limpieza social. Snail Galford sólo contemplaba a centenares de jóvenes que llegaban a él, sin siquiera necesitar mayores esfuerzos. La mayoría de ellos eran huérfanos lanzados a sus manos por el propio sistema social que ahora pretendía enfrentar.
Lo más interesante era que ninguna institución de poder parecía darse cuenta de eso. A la postre, la orden dada a los guardias reales era que Andreanne permaneciera «limpia» durante la semana del Puño de Hierro, ante miles de turistas que abarrotaban la ciudad.
En ese punto, al menos para quien mirara desde afuera, Andreanne «brillaba», aunque nadie se imaginara que la suciedad permanecía en el lugar, escondida bajo tapetes que nadie pensaba inspeccionar.
—Mañana se inicia la final del Puño de Hierro. A partir de mañana las cosas avanzarán en forma distinta. Porque la atención de la población y la de los gobernantes reales ya no se concentrará, sino que estará lo bastante dispersa para que modifiquemos algunas actitudes y cambiemos algunas de nuestras líneas de acción.
Liriel observaba, pensativa, a aquella banda de adolescentes serios, de expresiones parecidas, que día tras día le recordaban más a perros entrenados que a niños sin patria.
Debía haber setecientos ya congregados allí. Tal vez más.
—Pero también a partir de mañana comenzaremos a entender el porqué del renacimiento de esta sociedad. Y colocaremos en la vida inútil y perdida de cada uno de ustedes un objetivo más grande de lo que jamás soñaron. Ahora olviden sus pedazos de madera y tomen sus cuchillos. Es hora de hacer que bailen algunas láminas de verdad.