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Blanca Corazón de Nieve estaba en un carruaje que corría veloz, escoltada por veinte buenos soldados de Arzallum y otros veinte de Stallia. Pasaban por regiones próximas a las Siete Montañas de Arzallum en dirección a su reino. La princesa mantenía en la mente la conversación que esperaba tener con el primer ministro Charles Daveiz, y en seguida tomar para sí el poder que su padre le había transferido en forma temporal. Pensaba y sentía frío. A su lado, en el carruaje, estaba una dama de honor de Stallia llamada Amélie. Ambas habían estado hablando sobre telas y acerca de las nuevas tendencias de los vestidos entre las mujeres de la corte.
—Blanca, tú me pareces… pálida —y mira que tratándose de Blanca Corazón de Nieve aquel era un comentario muy digno de notarse.
—Yo sólo siento frío.
—Cuanto más nos aproximamos a Stallia, más aumentará esa tendencia.
—No, es diferente. No siento un frío externo. Al contrario, ¿entiendes?
—Princesa, ¿tienes fiebre?
Y la dama de honor tocó la frente de la princesa. Estaba normal.
—Te encuentras bien. Debe ser alguna impresión, pero…
Los ojos de Blanca comenzaron a voltearse, sin conseguir enfocarse en ningún punto. La princesa empezó a respirar con mayor lentitud y su cabeza cayó hacia atrás del asiento, mientras que de la boca comenzaba a salir espuma entre espasmos esporádicos.
—¡Blanca! —gritó Amélie.
La dama de honor sujetó las manos de la princesa en un intento de balancearla, pero fue sólo al tocarle los puños cuando lo percibió. La piel de la princesa de Stallia ya no parecía humana. Era rasposa. Y poco a poco cada vez más cristalina. Como si una fina cubierta creciera alrededor.
Como si la piel de la princesa se volviera de vidrio.
De inmediato Amélie sacó el cuerpo por la ventana, desesperada por llamar a algún soldado. En el mismo momento en que lo hizo, sin embargo, su cabeza fue arrancada del cuerpo por un demonio alado de Aramis, que más parecía una maldita fusión entre un lagarto y un murciélago.
El golpe fue tan rápido que Amélie ni siquiera tuvo tiempo de darse cuenta que otros demonios ya hacían lo mismo con el resto de la comitiva de soldados.