16
Hacia el final de la noche, Robert de Locksley había cabalgado al lado de su último capitán. Sabía que su próximo paso implicaría enfrentar a una parte del ejército de Stallia —comandado por su primer ministro—, aliado a un escuadrón de Minotaurus, para empeorar la situación. Contaba con el rey Branford para anular el segundo problema, pero no sería esta vez cuando Arzallum iría a la guerra contra su mayor enemigo.
Incluso tal vez Minotaurus no fuera a la guerra.
Era una posibilidad remota, pero debía aferrarse a ella, pues a todo se aferra el hombre en busca de la libertad.
En aquel momento ya pensaba en el regreso a Sherwood, que ocurriría en la madrugada. Él y Will, acompañados por un tercero, esperaban en el sitio acordado para el encuentro con Pequeño John y lady Marion. Era un lugar apartado, para no levantar sospechas, que les serviría además para pasar la noche.
De hecho no había un mejor lugar para hacerlo.
A final de cuentas, como ya se ha escrito, Locksley deseaba la ayuda de Arzallum, pero esperaba su rechazo y por eso poseía desde antes un plan B, orquestado mediante contactos en la prisión, sobornos, cobro de favores, cazadores de brujas y otros elementos de una historia que tal vez un día sea contada.
El hecho era que por eso, por ese inevitable plan B que debía poner en práctica con urgencia, ellos estaban allí, a la espera de los otros dos, ante aquel tercer hombre en Arzallum.
Al fondo, dejando sonrisas en las curvas de la noche, los caballos llegaron con sus dos generales. Lady Marion y Pequeño John abrazaron a Will Scarlet como si fuera un hijo hacía mucho tiempo aislado de la familia y que regresa con una salud mejor de lo que todos imaginarían.
Pero cuando vieron al tercer integrante que acompañaba a los dos, las sonrisas se ampliaron, con la sensación de que volvían a encontrar un pariente al que no se había visto hace mucho tiempo.
Fue el momento en que el enorme negro conocido con el mote de Pequeño John abrazó al tercero y lo levantó, hasta casi aplastarle los huesos, mientras lo escuchaba decir:
—Hola, tío.
La voz de ese tercer personaje era la de Snail Galford. Y también fue de él la voz que dijo a los tres legendarios personajes:
—Hice lo mejor que pude. Y creo que hasta más de lo que creí poder hacer.
—Nadie duda de eso, muchacho —dijo Locksley; tan sólo estar en su presencia aflojaba las piernas de Galford.
—Tu padre debe sentirse muy orgulloso —dijo Pequeño John—. Conociendo a aquel llorón cabeza dura, a esta hora estaría bebiendo en las tabernas, hablando de tus hazañas y sacándole el dinero a los incompetentes en las mesas de juegos de azar.
—Sí —suspiró Snail—. Creo que eso sería exactamente lo que él haría.
La mano de Snail sujetó la puerta de entrada del galerón atrás de él, donde los tres dormirían. Y todavía agregó:
—Pues bien, señor Locksley. Ahí está lo mejor que pude hacer —la puerta se abrió y los tres quedaron maravillados con lo que vieron—: su plan B…
Allí debía haber, al menos, casi ocho centenares de muchachos huérfanos; muchachos de miradas furiosas y sin identidad, que imploraban por un motivo para vivir. O para morir.
Robert de Locksley no sabía qué motivo les daría, pero tenía una larga noche para descubrirlo.
—¿Qué historia les contaste para convencerlos de seguirte hasta aquí, Galford? —preguntó Robert de Locksley aún sorprendido.
—Mi propia historia, señor.
En definitiva, había relatos capaces de cambiar al mundo.