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El día resultó exhaustivo como el de un soldado en la pared de escudos en una zona de guerra.

Por la noche, João Hanson volvió a casa completamente agotado tras un día entero sustituyendo al padre, derrumbando árboles para los empleadores del clan De Marco, en medio de leñadores al menos dos veces mayores que él. A estos les gustaba el viejo Hanson y se sensibilizaron con la actitud de su hijo menor. Lo trataron como a uno de ellos y a João le gustaron aquellas personas, aunque no le sonriera a ninguna de ellas. Incluso cuando supieron que era el cumpleaños del muchacho y le dieron de regalo un par de anillos de leñador, João no mostró emoción. Sólo agradeció, se puso un anillo en el dedo, guardó el otro y volvió a golpear el árbol.

Estaba oscuro cuando entró a casa. Y tan cansado, pero a tal grado, que ni siquiera escuchó el movimiento de personas en aquella oscuridad.

Así que quedó en verdad sorprendido cuando las escuchó cantar:

—Feliz cumpleaños a ti, en este día tan querido / que las hadas soplen buenos sueños / y los semidioses les den vida —cada verso era cantado en forma lenta y arrastrada, como en toda ceremonia de cumpleaños en Arzallum. Y repetido tres veces.

João Hanson, el muchacho que a cada jornada se volvía un hombre, sintió que su corazón deseaba regresar algunos años atrás, cuando aún era considerado un niño. María Hanson entró con un pequeño pastel y una vela encendida: un pastel hecho por su madre. Entonces João Hanson se acordó de cuánto tiempo hacía que no comía un pastel preparado por ella. Desde aquella época.

Desde el macabro incidente con la casa y la siniestra bruja Babau.

Por un momento recordó cómo había sido todo antes. Antes de las brujas, de las maldiciones y de todo el mundo adulto.

Érika Hanson entró con María, y de la oscuridad salieron también Anna y Golbez Narin, aplaudiendo y cantando como todos. Cuando la pareja encendió algunas velas más, con lo que el recinto adquirió una mejor iluminación, João Hanson vio a Ariane.

Estaba de pie, mirándolo y a la espera de su reacción. Él podía distinguir en su mirada que estaba orgullosa de él, de sus actitudes y de la responsabilidad que había decidido asumir como hombre de aquella familia.

En sus manos había un regalo y João percibió que se trataba de un cordón.

Entonces él caminó despacio hacia ella y el corazón de Ariane comenzó a latir más rápido, aún sin saber cuál sería la reacción de él al futuro que ella se proponía. Sin saber si sería aceptada o rechazada. Y poético es el corazón de una mujer a punto de descubrir algo de tamaña importancia.

João tomó el cordón de las manos de la chica y se dio cuenta de que era un cordón simple con un lazo alrededor de un pedazo de madera. Ella usaba uno idéntico alrededor de su propio cuello e intentó decir entre palabras atropelladas por la vergüenza:

—Es que, no es mucho, pero pertenece a nuestro árbol, ¿sabes? Yo creí. No sé, que tal vez… —y João Hanson jaló el cuerpo de la chica contra el suyo y la abrazó con fuerza, como si ella fuera para él lo más importante del mundo. Tal vez porque lo era—… te gustaría.

Con la cabeza apoyada en el pecho de él, Ariane Narin derramó una lágrima. Después otra. Y en los brazos de ese muchacho se sintió la chica más importante del mundo. Otra vez.

«Tú alimentas el alma de João, y a cambio él esparce la buena energía que viene de ti».

Cuando sus cuerpos se separaron, sus labios cerrados se tocaron fuerte, se apretaron y permanecieron unidos con los ojos cerrados.

«Porque tú eres su flor».

Y cuando se separaron, la mirada de uno se enfocó en el otro, y antes de que ella dijera la frase, él la profirió primero:

—Yo te amo.

«¡Y él es tu colibrí!».

El muchacho, o el hombre João Hanson, sonrió, como hacía mucho tiempo no ocurría. Una sonrisa corta, pero aún así una sonrisa. Y aquella sensación fue buena. La muchacha Ariane Narin comenzó a llorar copiosamente y no parecía que fuera a parar pronto. Ante aquellas palabras el llanto era justificable.

«¡Porque pegarle a alguien en la cara es fácil, pero tratar bien a una muchacha, o saber qué decirle, sólo lo sabe un hombre de verdad!».

Ella sabía que era de verdad.