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Anisio Branford caminó hasta el jardín real, donde antes había conversado con el gnomo barón, y por más que fuera quien era, su corazón latió diferente cuando estuvo frente a una leyenda viva y uno de los héroes de guerra más admirados por su padre.

Anisio Branford se hallaba ante Robert de Locksley.

—Te pido disculpas por recibirte aquí, señor Locksley. Tu figura merece mucho más, pero el salón principal está siendo preparado para una pequeña ceremonia.

—Rey Branford, invertiste uno de tus tres pedidos con mi libertad y no hay nada más que pueda exigirte en toda esta vida —nota que Locksley usaba el «tú» como si estuviera a la altura de rey o como fuera su amigo de tiempo atrás para merecer el uso del pronombre sin recibir una advertencia.

—No hice nada que mi padre no hubiera aprobado.

—Por eso mereces el apellido de Primo. Tu padre fue el mayor libertador que he visto caminar por estas tierras.

—Él decía lo mismo de ti.

—Para conocer tu pensamiento necesité venir aquí hoy y preguntarte personalmente sobre tu ayuda en relación con la causa.

Anisio miró para otro lado y suspiró. Aquello resultaría difícil.

—Señor Locksley…

—Rey Branford…

—¿Aún lucharás bajo cualquier circunstancia?

—Debo hacerlo, majestad. Debo lograr por mi pueblo lo que Primo hizo por este cuando lo liberó de las amenazas que estaban aquí.

—Entiendo por qué haces que recuerde a mi padre. De seguro crees que tu amistad influiría en su decisión.

—En la de él, sí. Mas no espero que sea igual en la tuya, majestad.

Anisio Branford se mordió el labio inferior y pensó en lo que su padre diría de haberlo visto tomar su decisión. Una decisión que debía tomarse y que cambiaría a la humanidad.

—¿Estás consciente de que eso, para Arzallum, sería declarar la guerra a Minotaurus?

—Comprendo también que allí reside la dificultad de tu respuesta.

—¿Y estás consciente de que Sherwood, por más hombres que reúna, no podría entrar en combate contra Minotaurus y Stallia juntos?

—Por eso que vine aquí a pedir tu ayuda.

Anisio suspiró una vez más, sintiendo el peso del mundo sobre los hombros. De nuevo:

—Disculpa, Locksley —nota que esta vez no utilizó el término señor—. La heredera de Stallia es mi novia. En breve, mi reina. Amenazas más allá de nuestra total comprensión vuelven a rondar estas tierras y no puedo dividir mi ejército por una guerra que no es nuestra. Te di la libertad de la única forma que eso era posible. No puedo concederte más. En realidad, gasté tres deseos por tu causa. Arzallum ya no puede hacer más ni luchar en este momento al lado de Sherwood.

Robert de Locksley apretó los labios y balanceó la cabeza varias veces.

—Comprendo, rey Anisio —nota que el «rey Branford», que igualaba el nombre del hijo al del padre fue sustituido por el nombre de pila—. En realidad, incluso esperaba esta respuesta. Pero debía preguntar.

Locksley ya se dirigía a la salida cuando se volvió hacia el rey:

—Pero, majestad, afirmó que ha gastado sus tres deseos por mi causa…

—Sí, ¿u olvidas que Tagwood, si tuviera interés en las tierras de Sherwood, también reivindicaría un lugar en la batalla al lado de Stallia y Minotaurus?

La quijada de Locksley cayó.

Era claro y obvio. El primer deseo. Por todo un año, Tagwood no podría usar la temida pólvora negra: un artificio capaz de acabar con un campo de batalla en minutos.

Eso también significaba que no tendría la opción de enfrentarse a Sherwood.

Locksley se retiraba ya una vez más, pensativo, cuando…

—Pero, majestad, ¿dónde encajaría tu segundo deseo? Tuck no era un prisionero, y no haría diferencia a esta causa si él mantenía o no su actividad como fraile.

—Te engañas, Locksley. En particular, creo que este hombre es tu guerrero más importante.

—Tuck se ausentó de los campos de batalla. Ahora es un pacifista: un santo que ya no participa en las guerras.

—Por el contrario, por las historias que llegan hasta mis oídos, él enfrenta la más difícil de ellas todos los días. Y cada día se declara vencedor.