10
Liriel Gabbiani estaba sentada en una silla, de nuevo encadenada a ella. Sin embargo, esta vez ella lo había solicitado.
—Mueve.
Snail Galford estaba frente a ella, sujetando una manzana en una mano y un cuchillo en la otra.
Desde donde estaba, Liriel forzó algo que apretaba su frente desde adentro hacia afuera. La fruta vino en su dirección como un perro en el regazo de un extraño que de repente avista la llegada del dueño y abandona al visitante sin compasión.
—Mueve el cuchillo.
Liriel tembló un poco ante la orden. Quería hacerlo, pero aún sentía temor. Snail se dio cuenta y gritó:
—¡No pienses, Gabbiani! ¡Muévelo!
Liriel forzó mucho más por una reacción instintiva al grito que por un acto voluntario. La lámina del cuchillo se lanzó de manera peligrosa sobre ella, girando en el aire como si hubiera sido lanzada por un tirador profesional. Cuando llegó cerca de su dedo, ella pensó que se los cortaría. En verdad lo creyó así.
Y así habría sido, de no ser porque por primera vez algo ocurrió.
Por primera vez Liriel no se metió sólo con la aproximación de la materia, sino con la velocidad del tiempo. Nadie explicaría nunca en términos técnicos a la joven ladrona lo que era capaz de hacer, pero en realidad poseía una capacidad de aproximar las moléculas, si es que yo mismo entendí bien. Entre la mano de una persona y una cuchara encima de una mesa no existe simplemente la nada o el vacío, sino partículas de gases como hidrógeno, oxígeno y gas carbónico. Y existen moléculas que, más agrupadas, conforman la mano, la mesa, la cuchara. El espacio entre ellas está conformado por el mismo tipo de moléculas, sólo que en composiciones más apartadas unas de otras y menos densas.
Y tales moléculas se originaban del mismo éter que daba vida a los seres de Nueva Éter.
Pero la vida en Nueva Éter está formada de la energía etérea de miles de semidioses. Y cada uno de ellos tiene su propia visión de cada momento y cada creación. Por lo tanto, eso sustentaba las teorías de decenas de filósofos y científicos de ambos continentes respecto de que del universo original generado por el Creador se derivaban miles de universos paralelos de sus semidioses. Miles de universos de Nueva Éter que resultaban semejantes, mas nunca idénticos debido a la singularidad de cada semidiós que les daba vida.
Y cuando la chica Liriel decidía mover algo, era como si se conectara con algunos de esos centenares de universos paralelos que existían en aquel instante al mismo tiempo, agrupándolos al grado de que ella sentía que tocaba el objeto cercano. Al grado de convencer a los semidioses de que era capaz de eso. Y sólo por eso el hecho existía.
Liriel Gabbiani era capaz de conectarse a esa energía vibratoria de éter por medio de sus ondas mentales y aproximar esas moléculas apartadas y agruparlas. En teoría era como si ella comprimiera el espacio. Como si su mano se dibujara en la punta de una hoja y una cuchara se dibujara en la otra, y entonces alguien viniera y doblara el papel, de manera que los dos dibujos se encontraran. Así era en teoría.
En la práctica los objetos volaban hacia ella.
Durante muchos años ella había aprendido a mover cosas. Sin embargo, existía algo que ella percibía capaz de alterarse, mas nunca pensó en hacerlo ni siquiera en intentar desarrollarlo. Cuando se presentaba como acróbata en su circo, era capaz de realizar hechos considerados imposibles hasta por los trapecistas más experimentados, si bien ella los ejecutaba con la precisión y la confianza de que los trapecios siempre estarían al alcance de sus manos cuando lo necesitara.
Sólo que cuando Liriel saltaba en los trapecios, percibía el mundo girando de manera distinta. En realidad, cada vez que ella forzaba y movía cosas, en contrapartida observaba el mundo de manera distinta.
A la postre, cuando alteraba el espacio, su cerebro alteraba el tiempo.
Cuando conoció a Snail Galford por primera vez, Liriel Gabbiani le robó de las manos un collar de joyas en el último segundo antes de saltar por una ventana. Snail se había distraído con la labia de la ladrona, y aunque se encontrara cayendo de espaldas, lista para ejecutar una acrobacia, ella tuvo tiempo de observar al ladrón, concentrarse en la joya, moverla y ejecutar su acrobacia con seguridad. Para Snail Galford todo había sucedido en dos o tres segundos.
Para Liriel Gabbiani habían sido seis o siete.
Y allí, presa en aquella silla otra vez, con un cuchillo afilado que volaba directamente hacia sus dedos, su instinto de supervivencia activó por primera vez esa conciencia en una forma que ni ella misma había comprendido jamás: de una manera ya no instintiva, sino en verdad consciente.
El cuchillo llegó girando y girando y girando, pero a partir de un momento rápido para el mundo que la rodeaba, mas no para el mundo de ella, girando de manera cada vez más lenta. Liriel se concentró y se concentró, y a cada concentración el cuchillo giraba más despacio. Giraba de modo que ella veía bien el momento en que el giro estaba a favor del mango y en que podía estirar la mano para tomarlo antes de que estuviera a favor de la lámina.
Cuando lo sujetó con firmeza y lo mantuvo en las manos, Liriel dejó de «forzar» y el mundo, ante sus ojos, volvió a la normalidad.
Del otro lado Snail Galford se veía impresionado. Y orgulloso. Y por más que nunca lo admitiera, aliviado, pues ella no se había lastimado. Había visto a la chica encadenada mover el cuchillo a velocidad sobrenatural y sujetarlo con la misma intensidad. No sabía ni comprendía cómo funcionaba el mundo para Liriel Gabbiani cuando ella ejecutaba aquello para lo cual había nacido con semejante don.
Tampoco le importaba conocer el mecanismo.
Lo que le importaba era que ella por fin estaba lista.