8

El extranjero todavía era intimidante. Axel se encaminó a un área aislada del extenso jardín del Gran Palacio, en cuyo centro había una fuente que dejaba en el aire el agradable sonido del agua corriente. Allí, entre posiciones de meditación que más parecían una danza lenta, se ejercitaba el pugilista oriental que había venido a representar a otro continente. O al menos eso parecía hacer.

—¿Es una especie de… danza?

El hombre no respondió. Axel tuvo el buen sentido de no interrumpir más, hasta que el otro pareciera haber terminado.

—Perdón por la interrupción.

El oriental hizo una señal con la cabeza. Y el príncipe preguntó:

—¿Hablas altivo?

—Yo… estudiar un poco.

—¿Cuál es tu nombre, extranjero?

—Ruggiero.

—Es un nombre… diferente.

—Así como ser el tuyo.

—No aquí en estas tierras.

—Así como no ser el mío en las mías.

Axel se sintió como un idiota con aquella obvia conclusión.

—Tus ojos son diferentes, Ruggiero. Nunca había visto a una persona con los ojos rasgados como los tuyos.

—Y yo creer que los ojos aquí ser demasiado grandes.

—¿Así los tienen todos en tus tierras?

—Hasta las mujeres.

—Deben ser muy bonitas…

—Tanto como ser las de aquí.

Axel se dio por satisfecho. Se movió haciendo alargamientos.

—Pero ¿ustedes ven con normalidad tras esos ojos cerrados?

—Tanto como ustedes hacer bien tantas preguntas con bocas tan pequeñas.

Axel rio al darse cuenta de lo que hacía.

—Discúlpame. La cultura oriental me da curiosidad. Eso que hacías hace un momento, por ejemplo, ¿qué movimientos eran?

—Movimientos de respirar.

—¿Por qué no mejorar la respiración con ejercicios aeróbicos?

—¿Qué ser eso?

—Los ejercicios, ¿sabes?, de esfuerzos físicos, de movimientos rápidos.

—Ah, sí: «aeróbicos».

—Eso. ¿Por qué no usar ese tipo de ejercicios para mejorar la respiración?

—Porque ejercicios de movimientos rápidos hacer bien al cuerpo, pero no tocar el espíritu.

—El pugilismo es cuerpo.

—El pugilismo ser espíritu.

—En Occidente, el pugilismo es una forma de combate.

—En Oriente ser un camino de vida.

Axel se detuvo, sorprendido. Hizo a un lado sus estiramientos y se sintió eufórico. Se aproximó.

—¡Espera! ¿Hablas de artes… marciales? ¿Artes marciales de verdad? El hombre asintió.

—¿Las conoces?

—Nosotros vivirlas.

—Deben ser… fascinantes.

—Ser lo que son.

Axel parecía un niño a quien acaban de ofrecerle un nuevo juguete y aún no sabe bien qué hacer con él.

—Eso que hacías… los movimientos de respiración… —el hombre asintió una vez más, en señal de que comprendía el idioma—. ¿Es arte marcial?

—Todo ser arte marcial.

—No comprendo.

—Artista marcial comprender que tener dentro de sí una energía mayor. Una energía extraordinaria.

—Éter.

—No importar nombre. Si yo decir que aquella rosa llamarse «hormiga», no dejará de ser flor ni de ser bella. La importancia estar en el que la mira y no pensar en ella como una rosa, sino que pensar en ella como una flor. Y como bella.

—Sin etiquetarla.

—Yo no entender esa palabra. Pero creo que tú entender a mí. Si tú pensar en una flor como flor, todas las flores ser flores. Y tú respetarlas de la misma forma, sin importar cuál ser su nombre ni cuál ser su color. ¿Comprender?

Axel estaba fascinado. Demasiado fascinado. Ruggiero concluyó:

—La energía a la que yo referirme ser el mismo caso. Su nombre no importar. No importar lo que tú leer sobre ella. Importar lo que tú sentir. Importar que tú comprenderla. Y que tú respetarla.

—Tú sientes la energía en esos movimientos, ¿no?

—Yo sentirla en todos los momentos.

—¿Y cómo es esa sensación?

—Ser plena.

Axel aún era todo fascinación.

—¿Crees que un día yo podría aprender y alcanzar ese estadio, Ruggiero?

—Primero necesitar descubrir cómo callar tus pensamientos.

—¿Cómo callas los tuyos?

—Yo no pensar en eso.

Axel reflexionó y comenzó a reírse a solas por la respuesta.

—¿Eso es una especie de sarcasmo oriental?

Ruggiero sonrió en forma amigable.

—No entender esa palabra.

—Pues creo que me comprendes, y muy bien.

Ruggiero dobló el tronco con un gesto extraño de manos, a manera de saludo reverencial. Estaba por retirarse cuando…

—Espera.

Ruggiero se volvió. Axel lo observaba, concentrado.

—Muéstrame.

—¿Qué?

—La energía.

—Yo decir ya que no ser así.

—¡Vamos! ¡No importa cómo sea! ¡Te pido que me muestres de alguna manera cómo es esa energía de la que hablas! ¡Si existe en nosotros una fuerza tan poderosa como ustedes pregonan, debe haber una forma de manifestarla!

—Señor Branford, siempre haber una forma. Pero sólo cuando existir un motivo.

Axel estaba demasiado fascinado con aquello; fascinado al punto de ser incapaz de pensar en estar tan cerca y no tenerlo.

—Quiero que me muestres.

—Tu ego no ser motivo suficiente.

—Por favor…

Ruggiero no acusó reacción alguna. Para el príncipe de Arzallum su indiferencia era peor que un rechazo, pues lo intimidaba la persistencia en su reacción hostil.

—Por favor —insistió Axel—. ¿Mi humildad no es un motivo válido?

—Triste ser el hombre que se esforzarse en ser humilde.

Axel suspiró. Era un joven en conflicto, que en ese momento recordaba ocasiones anteriores en las que ya se había equivocado.

—¿Sabes? Una vez un hada me dio una lección parecida. Y todo indica que nada aprendí.

—¿Un hada buena?

—Sí. Tenía la piel negra, una linda voz y era hermosa. Nunca antes había visto a un hada. Su nombre era…

—No importar que yo saber su nombre. No importar el color ni la belleza. Sólo importar que tú percibirla como avatar.

—Pero no la etiqueté como parece.

—Sólo al concentrar en las características equivocadas, tú olvidar ya las lecciones aprendidas.

El príncipe bajó la cabeza y se pasó los dedos por el cabello, avergonzado. Con un poco de pena, Ruggiero cortó el silencio:

—¿Ella qué enseñarte?

—Que la fe mueve siete montañas.

—¿Ella ponerte a prueba?

—Sí.

—¿Y tú pasar?

—Sí.

—Si tú pasar en prueba de hadas, ¿por qué ella necesitar enseñar humildad?

—Porque me sentí orgulloso con su aprobación.

El oriental sonrió y asintió con la cabeza, comprensivo.

—Me dijo que soy un príncipe y que no puedo equivocarme, pues yo mismo debo ser un ejemplo. Que el pensamiento es más peligroso que una espada. Y que el Creador sólo velará por mí mientras honre a mi creación.

—Entonces hada entender arte marcial.

—¿Ella practicaría el arte marcial?

—Ella entender el arte marcial.

—¿Cómo puede alguien entender algo que no practica?

—Si yo señalar aquella flor desde aquí, y si desde donde tú estar señalar la misma flor, ¿alguien más que observar a donde tú y yo señalar ser capaz de ver la misma flor?

—Ciertamente.

—¿Entonces cuál ser la diferencia del dedo que señalar?

Axel reflexionó y asintió algunas veces, mordiéndose los labios. Y concluyó en voz alta:

—Lo importante es a dónde señala.

—Importante es entender a donde señalar.

—Comprendo.

—Y lo mismo el dedo que tener joyas que el dedo que tener callos.

—Será visto como un dedo cualquiera —concluyó el príncipe, moviendo la cabeza, con una expresión satisfecha. Y Ruggiero volvió a sonreír.

—Tú conseguir lo que querer.

—…

—¿Tú no querer sentir un poco de la plenitud que la energía traer?

—Así es.