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Ariane entró en el aquelarre de madame Viotti con una expresión siempre curiosa, de quien se embarca en un mundo nuevo. Estaba con su madre y se daba cuenta de que ella se sentía particularmente satisfecha ese día.

Cuando entró en el lugar, el ambiente ya parecía preparado para lo que se propusieran hacer.

—¿Qué comenzaré a aprender hoy? —le preguntó a madame.

—A romper la cáscara.

La chica sonrió. Jaló una silla y se sentó, animada.

—¡Ah, qué fácil! Entonces comencemos ya…

Madame Viotti esbozó su sonrisa paciente, como siempre, y dijo:

—Querida, antes tenemos que decirte algunas cosas —y la muchacha se calló y se mostró concentrada—. Tu madre y yo estamos últimamente muy orgullosas de ti. Nos enorgullecemos de las decisiones difíciles que tomaste sola, de la dedicación y la firmeza con que demuestras tus actitudes e incluso del ser humano más consciente del mundo a su alrededor que demuestras ser cada día. Por eso nuestro orgullo por ti, que me parece que la Creadora y nuestras semidiosas sienten también.

Ariane se mostró sorprendida, apretó los labios y movió la cabeza varias veces, con el cabello sujeto en una cola de caballo.

—Es por eso que hoy decidimos darte un regalo. Un regalo que no sólo necesitarás, sino que ya mereces.

—¿Un regalo? —ella abrió sus ojos claros y la boca, estupefacta.

Era comprensible. En su mente, un regalo de una bruja buena debía ser algo estupendo.

Madame Viotti miró a Anna Narin, que se acercó desde un rincón con un envoltorio. En realidad era una bolsa con algo adentro que Ariane estaba loca por saber qué contenía.

Cuando se la ofrecieron, tomó la bolsa de las manos de su madre más rápido de lo que un ilusionista barajaría las cartas y sacó lo que estaba adentro.

Era un cuaderno. Y la tapa era negra.

—¿Qué es esto? —preguntó excitada.

—Un Libro de las sombras.

Ariane abrió mucho los ojos, esta vez en dirección a madame.

—Excelente. Pero ¿sirve para hacer magia?

Madame Viotti movió la cabeza de un lado al otro.

—Sí, también. En realidad, participa en los rituales. Pero su principal función es otra.

—¡Entonces dígame pronto! —exclamó la chica, con su eterna impaciencia.

—Es un libro de compilación. En sus páginas escribirás todos los detalles de lo que aprendas, desde cánticos, hechizos, invocaciones, estudios sobre magia y todo lo que pienses que sea necesario para los trabajos.

La chica pasó los dedos por la tapa, fascinada. El libro era negro, y ese detalle le resultaba en particular interesante. En Nueva Éter, al menos en Andreanne, los cuadernos, sobre todo los utilizados en las escuelas reales, eran libros gruesos que el rey mandaba preparar sin texto alguno. Los niños los guardaban por el resto de sus vidas y utilizaban el mismo año tras año, porque era muy difícil que alguien llegara al final de sus páginas. Quienes lo lograban, solían volverse poetas.

O novelistas.

—Ese dibujo es un pentagrama, ¿no?

Anna asintió con la cabeza. En realidad la tapa no era sólo negra. En ella había grabado manualmente un símbolo con cinco puntas, en color rojo.

—El pentagrama —explicó madame Viotti— en realidad es un símbolo puro. Algunas hadas caídas lo invirtieron, pero no fue el símbolo lo que se hizo impuro. Fueron ellas, ¿comprendes?

—Más o menos.

—El pentagrama, como lo ves en tu cuaderno, con la punta hacia arriba dentro de un círculo, representa los cuatro elementos regidos por la esencia sagrada.

—¿La que ven los semidioses?

—Sí. La quintaesencia.

«El éter».

Ariane se quedó pensativa. Y preguntó, curiosa:

—¿Y cuando la cruz está hacia abajo?

—Ahí el símbolo representa la materia que comanda al espíritu.

—Pero, si la materia está hecha de éter, ¿entonces no es un sinsentido que creamos que la materia lo domina?

—Exactamente.

—¿Y por qué hay gente que cree en eso?

—Tal vez porque nunca se ha detenido a pensarlo.

Ariane movió la cabeza y se dio por satisfecha.

—¿Y por qué tiene ese nombre: Libro de las sombras?

—Porque escribimos en él la sombra de la realidad de este mundo.

—¿Y cada bruja tiene su libro?

—Y sólo puede consultar el libro de otra bruja con su permiso.

—¿Entonces sólo yo escribo en el mío?

—Sí. Porque pones en él tu energía cuando escribes.

—¡Ay, pero mi letra es horrible!

Las dos mujeres rieron. Ariane no le vio la gracia.

—No importa. Tú energía será depositada en él y eso es lo único que importa.

—Pero, caray, si yo no sé qué escribir en él, o si un día escribo algo equivocado, ¿ustedes me regañarán?

—No, querida. Porque lo esencial de la brujería blanca no puede ser narrado, sólo vivido. El libro es un instrumento más, como los otros.

—Hum…

Ariane se mordió el labio inferior. Recordó tiempos pasados, cuando comenzó su iniciación y se sintió temerosa de todo ese mundo nuevo. Pero ahora, día tras día, la impresión que se llevaba era que sabía que ya no habría marcha atrás. No había ya cómo darse la vuelta.

Ella adoraba todo aquello.

—A ver, ¿hay más regalos por hoy?

—¡No, hija! —respondió su madre, frunciendo las cejas—. ¿Uno solo no es suficiente?

—¡No, no! No quiero parecer maleducada (¡y tú estás haciendo que lo parezca con ese comentario, uf!). Es que, bueno, si ya no hay nada más, podríamos comenzar a, ¿saben?, a aprender.

Madame Viotti esbozó su mayor sonrisa de ese día. Adoraba la espontaneidad de esa niña. Y la pureza que existía en cada impulso.

—Es cierto, mi bien. Levántate y siéntate conmigo aquí, de este lado, con las piernas cruzadas. Es hora de que aprendas a partir la cáscara…