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El rey Anisio Branford permitió que el anunciado entrara en el Salón Real aquella mañana. El gnomo barón caminó con sus maneras austeras, se arrodilló ante él y dijo:

—Majestad…

—Supe que tienes algo que proponerme, señor Rumpelstiltskin. Algo además de cosas que vuelan y nuevas eras, lo que me lleva a forzar mi imaginación más allá de los límites que creía permitidos.

—Majestad, nadie mejor que… —el gnomo miró el salón antes de usar el próximo pronombre de tratamiento, y vio que gnomo y rey estaban solos—… tú para comprender la importancia de lo que ocurrirá en la final del torneo, me parece.

—Exactamente.

—Pero, antes de hacer mi propuesta, necesito la presencia de otro soberano, que pido disculpas por haber invitado a este Gran Palacio.

El rey Anisio pareció muy incómodo en esa parte.

—Ya me fue anunciada también tal presencia, debo decir que con mucha sorpresa. Espero que en verdad tengas motivos y sepas lo que haces.

—Tienes mi palabra.

El rey tocó una campana y el guardia que había salido regresó. Recibió un asentimiento, a modo de permiso, y anunció:

—Su majestad, el autoproclamado emperador de Minotaurus, Victon Ferrabrás.

Ferrabrás entró con un uniforme militar grisáceo, que lucía las insignias de general en el pecho y en la forma de las hombreras. Caminó por el salón con el pecho inflado, un andar indefinido entre lo común y la marcha militar, y una mirada burlona en la cara.

Al fondo, el guardia real no abandonó el salón.

—No pensé que retornaría a este palacio tan pronto —dijo el minotaurino.

—Entonces compartimos la misma opinión —respondió el rey Anisio.

El señor Rumpelstiltskin se aclaró la garganta, obligado por el momento, pero después se puso a decir:

—Sus majestades, sé que comparten ideales distintos y sé también que esta no es la situación ideal para ninguno de ustedes en este momento, pero si tuve la osadía de reunir a los dos mayores líderes de este continente en este recinto es porque debo hacer una propuesta que tal vez les interese a ambos.

—¿Una propuesta que nos interese a ambos? —preguntó Ferrabrás, sorprendido—. Es algo que me gustaría escuchar.

El rey Anisio no dijo nada. Y el gnomo se volvió hacia él:

—Como decía antes, rey Branford, nadie mejor que tú podría…

—Dirígete de «usted» —dijo el rey, con una voz fría.

Rumpelstiltskin tragó en seco.

—Perfectamente. ¿Y cómo debo referirme a la persona de nuestro emperador?

—Como lo dijiste: con el título «emperador» —dijo Ferrabrás.

—Por mí, usarías el «tú» —dijo el rey, todavía con su voz fría—. Pero si los títulos vacíos satisfacen tus fantasías, el capricho no me molesta en este día.

El gnomo parecía sopesar cada palabra; tan incómoda era su situación. Sin embargo, la propuesta que tenía en mente era ambiciosa y suficiente para no impedir que continuara.

—Sus majestades, ustedes saben que un combate final entre Arzallum y Minotaurus quedará en la historia del mundo y será contado por generaciones mucho más allá de las que viviremos para ver.

—Si no me engaño, hasta ahora sólo me dijiste lo que ya sé, señor Rumpelstiltskin.

—Pido disculpas por eso, su majestad.

—No me molesta. Sólo ratifico mi curiosidad por identificar lo que de nuevo tengas que decirme.

—Y, con certeza, te ausentarías de mi presencia —dijo Ferrabrás.

—El emperador muestra señales de sabiduría cuando quiere —comentó Anisio.

—Sólo cuando compartimos sentimientos parecidos, majestad.

El gnomo tomó otra vez la palabra. Con rapidez.

—Su majestad, por favor, sáqueme de una duda: ¿cuánto tiempo tomará para que se dé el próximo combate, que definirá al gran campeón del mundo? ¿Dos días, como el último intervalo?

—Cinco. Para la última lucha se espera una semana, de modo que los pugilistas ofrezcan algo más en el gran espectáculo final.

—El rey Branford se refiere sólo al pugilista de Arzallum. Si dependiéramos de Minotaurus, el combate se daría hoy mismo.

—¿Ah, sí? —preguntó el rey Anisio—. Tal vez sea mejor esperar unos meses para ver si las costillas de Radamisto cicatrizan.

—Tu tío, el rey Segundo, debe haber pensado lo mismo, pero vio a su pugilista salir cargado en un pesado ataúd.

El rey Anisio inspiró hondo el aire por la boca casi cerrada, en un peligroso silbido, a punto de declarar la Primera Guerra Mundial de Nueva Éter, cuando el señor Rumpelstiltskin, que estaba con la mente en otro lado, ajeno al barril de pólvora a su alrededor, dijo animado:

—¡Oh, cinco días! —el gnomo barón pareció muy sorprendido—. ¡Estaba preocupado con el plazo de dos, lo admito, pero con el de cinco días, entonces mi idea podría volverse perfectamente viable!

—Una idea de la que, ratifico, me gustaría mucho tomar conocimiento.

El gnomo notó la impaciencia del rey y, con un poco de torpeza, dijo a continuación:

—Oh, sí, sí. Su majestad y emperador Ferrabrás, con seguridad ambos recuerdan bien del mensaje presentado por la princesa de Jade en el salón.

—¿Y cómo olvidar a la princesa de arena? Tenemos acceso a lo fantástico en estas tierras, pero no siempre en tamaña intensidad.

—¿Y su majestad recuerda lo que dije de ese mecanismo?

—Recuerdo que mencionaste cristales y otras formas de éter, tanto más brutas cuanto más sutiles.

—Exactamente. Hoy somos capaces de «grabar la energía» en piedras de cristal. Y, como semidioses, de revivir eternamente momentos de éter.

—Espero que estés dando seguimiento al raciocinio de tu propuesta.

—Tengo que concordar en que espero lo mismo —dijo el emperador, con una paciencia no muy grande.

—Sí. Mi propuesta, su majestad y emperador Ferrabrás, es eternizar y grabar para siempre el histórico combate entre Arzallum y Minotaurus que será realizado en aquella arena.

El gnomo barón pareció orgulloso, con una inmensa sonrisa en la cara. Pero ambos monarcas estaban boquiabiertos con la propuesta.

—¿Pero acaso ya hiciste algo parecido con esto antes, gnomo?

—Emperador Ferrabrás, nunca lo intentamos en tamaña intensidad y amplitud. Pero creo que estamos listos para hacerlo. Sólo necesitábamos un espectáculo que mereciera el esfuerzo.

Los dos continuaban sin saber qué decir.

—¿Y cómo reviviremos tal combate en el futuro, señor Rumpelstiltskin? ¿Con dos pugilistas de arena?

—Su majestad, la arena es sólo uno de los componentes con los cuales podemos revivir los momentos grabados en energía. Sin embargo, lo podemos hacer con muchos otros elementos. Incluso creo que estamos preparados para hacerlo, digamos, utilizando los reflejos de luz de las antorchas.

—No comprendo.

—Pensamos grabar la energía en éter y proyectarla después, en un futuro no muy distante, en luz. El resultado será aquel momento, ya ocurrido ante nosotros, tomando forma allí una vez más.

—Son impresionantes tus ambiciones, gnomo.

—¿Eso es un elogio, emperador Ferrabrás?

—Tal vez no en Arzallum. Pero lo es en Minotaurus.

—Gracias entonces, emperador Ferrabrás. Volviendo al meollo de la cuestión que planteo, sé que, para el perdedor del combate, tal situación no será muy confortable, pero la posibilidad que rodea al futuro vencedor compensaría el riesgo.

El rey y el emperador guardaron silencio, analizando la propuesta. En verdad la situación sería trágica para quien perdiera el combate. Pero para quien ganara…

—No sé por qué, pero creo que esa propuesta no es gratuita.

—Ah, ciertamente, majestad.

—Di tu precio, gnomo —lo apuró Ferrabrás.

—Necesitaría voluntarios a mi servicio día y noche a lo largo de estos cinco días, y debo negociar con los genios.

El rey Anisio frunció las cejas.

—¿Convocarías a los genios en estas tierras, señor Rumpelstiltskin?

—Y me cobrarán su precio, su majestad.

El emperador Ferrabrás sonrió.

—Me gustan los precios cobrados por esos seres. Son más baratos que el oro.

—Sólo si se refiriera a las mujeres de Minotaurus. Porque las de Arzallum no se compran.

—Ah, eso se nota por la compañía de sus herederos. Un reino cuyo príncipe necesita buscar compañía en la plebe demuestra bien el poco valor de sus nobles.

El rey Anisio odiaba cada vez que tenía que escuchar comentarios como ese a causa de su hermano.

—Eh… —volvió a intentar decir el gnomo—. Sus majestades, ante mis propuestas y mis necesidades para su ejecución, ¿qué me dicen?

—Puedo ceder siervos reales para ayudarte en los trabajos y permitir el acceso a la Arena de Vidrio. Pero no cuentes conmigo en este momento para pagar a tus genios.

—Sin problema —dijo Ferrabrás—. Yo me encargo de esa parte.

—¿Acaso cederás a tus minotaurinas? —preguntó el rey, con voz fría.

—No. No serán minotaurinas.

El rey Anisio Branford volvió a apretar los dientes ante la provocación. La esclavitud había sido abolida mediante un decreto de su padre, Primo Branford. Aquellos que se rehusaran a cumplir el decreto se declararían enemigos de Arzallum y de sus aliados directos. Minotaurus, para evitar represalias inmediatas por no estar listo aún en aquel momento, modificó el término «esclavos» por el de «prisioneros militares».

—Pues bien. Entonces creo que tenemos un negocio cerrado. Su majestad y emperador Ferrabrás, prepárense para el mayor espectáculo en la historia del mundo.