31
Habían pasado dos horas hasta ese momento. El tiempo de espera resultó bueno. El pueblo que había presenciado la confrontación anterior seguía conmocionado, y por más que siguieran hablando del asunto, poco a poco iba cediendo su lugar a otro. A fin de cuentas, Minotaurus estaba en la final del torneo.
Y Arzallum también pelearía.
Cuando comenzaron los acordes del cornetero, la excitación se apoderó de la masa, y la voz de casi ciento cincuenta mil personas resonó con fuerza. Las personas se levantaron y aplaudieron con energía. Ruggiero entró en la arena primero y dividió al público. Algunos lo abuchearon, pero otros incluso le aplaudieron con timidez. Era una realidad que a las personas les gustaba Ruggiero; lo único que tenían en su contra era el hecho de estar en el camino entre Axel Branford y Radamisto.
En el camino entre Arzallum y Minotaurus.
El rey Anisio Branford y Blanca Corazón de Nieve saludaron al pugilista respetuosamente y él prosiguió hacia el cuadrilátero, donde se quitó su túnica, revelando de nuevo el fascinante dragón en su espalda. Era el único pugilista sin entrenador y, por eso, como regla obligatoria, algún representante del Puño de Hierro era elegido al azar para darle agua, limpiar su sudor y verificar la gravedad de sus heridas durante los intervalos de los rounds.
Ruggiero comenzó a estirar los hombros y los brazos allá adentro y entonces, otra vez, notó a la guerrera de cabellos dorados y rizados que lo observaba. Al fondo, la actual capitana de la Guardia Real, Bradamante, contemplaba la lucha con sus brillantes ojos verdes, y el guerrero oriental se sentía mucho más intimidado por ellos que por la mirada que vería en Branford.
Entonces la corneta sonó de nuevo. La gritería infernal volvió a comenzar.
Y Axel Branford entró.
—El rostro de Axel parece bastante menos hinchado —dijo Blanca, intentando imponerse a los gritos—. ¿Cómo lograrían tratarlo en tan poco tiempo?
—Hierbas mohicanas y agua fluidificada por hadas —respondió Anisio Branford.
Axel caminaba y el mundo, incluso el mundo que no estaba en aquella arena, como siempre, caminaba con él. Las personas volvían a agitar sus brazos y resultaba hermoso ver el espectáculo de casi ciento cincuenta mil pares de manos aplaudiendo rítmicamente para producir aquel sonido primitivo de dos palmas graves por una aguda. El príncipe danzaba a ese ritmo, mientras las antorchas se iban encendiendo para que la noche también caminara con él.
Detrás de él Melioso caminaba concentrado, sujetando el viejo balde de la suerte. Las personas gritaban y gritaban y gritaban. Las mujeres cuchicheaban. Los niños intentaban imitar cada movimiento. Entre esas personas estaban João Hanson y Sabino von Fígaro. Entre esas mujeres estaban María Hanson y Ariane Narin.
Axel subió al cuadrilátero y se quitó el manto con capucha, revelando una vez más el calzoncillo con los colores de Arzallum. El juez los llamó a ambos y gritó:
—¡Espero que ustedes dos se tomen este combate en serio! ¡Espero no tener que enviar a nadie más a un ataúd en esta arena y que ustedes tengan respeto por el público que se encuentra hoy aquí! ¡Ustedes dos se dicen grandes guerreros por estar aquí, y yo dudo mucho de eso! ¡Por lo tanto, prueben que estoy equivocado y ofrezcan un gran espectáculo!
Los dos pugilistas golpearon ambos puños contra los del otro, se apartaron y escucharon la campanada del gong, seguida por:
—¡Luchen!
Axel atacó primero. Saltó para un lado, para el otro, para el otro y lanzó dos jabs. Ruggiero paró ambos puñetazos, bailando junto a él. Axel intentó otros dos.
Ruggiero hizo lo mismo.
El oriental intentó una finta, pero el príncipe no cayó. Lo intentó de nuevo. Pero el príncipe seguía sin caer. Entonces Axel avanzó con brusquedad y el pueblo gritó con él. Ruggiero lo esquivó y entonces, ¡bam!
Axel recibió un violento golpe en medio del pecho, que lo aventó hacia atrás y lo tiró al suelo. El público gimió.
El príncipe se levantó, avergonzado, antes de que el juez abriera el conteo, y se llevó la mano al pecho. Nunca había visto aquello antes: un pugilista que golpeaba el pecho del otro. Y menos con aquel puño tan raro, con el pulgar doblado hacia arriba en vez de horizontal.
Irritado, inspiró a fondo y comenzó una secuencia.
Jab. Jab. Directo. Jab. Jab. Directo. Jab. ¡Gancho al estómago!
El golpe entró y el pueblo gritó cuando Ruggiero se dobló. Axel continuó avanzando: uno, dos, tres, cuatro. Ruggiero recibió el primero, y paró y paró y paró. ¡Y bam!
Axel vio estrellas, sin saber qué lo había alcanzado. Sólo sintió como si su mandíbula se hubiera dislocado con violencia para luego regresar a su lugar.
Todavía aturdido, vio a Ruggiero buscar su cabeza mientras profería uno más de sus malditos ¡kiais! Por puro reflejo, esquivó una, dos, tres veces. ¡Y bam!
El príncipe golpeó de vuelta. Ruggiero sintió una vez más una pedrada en el estómago y volvió a doblarse. Otro golpe vino de arriba abajo y le acertó en lo alto de la cabeza. Y de repente cayó.
Miles de personas comenzaron a gritar, enloquecidas.
El juez abrió el conteo, pero el oriental se levantó como si tan sólo estuviera terminando una serie de flexiones. Ambos quedaron frente a frente otra vez. Y cuando el juez ordenó el reinicio y ambos amenazaron con avanzar uno sobre el otro…
Sonó la campana.
—Este oriental dará trabajo —dio el rey Tercero, observando el combate al lado de su hermano Segundo.
—Sus majestades no imaginan cuánto —dijo el gnomo barón.
María Hanson estaba blanca de miedo. Parecían haber pasado semanas sin que hablara con Axel. Casi lo había visto caer en la última lucha, pero no había tenido acceso al príncipe en los últimos dos días. Ahora contemplaba el combate otra vez al lado de su profesor, soñando con estar presente en una forma un poco menos pasiva que como una espectadora más.
—¡Profesor! Me parece que a Axel le está yendo bien en esta lucha, ¿no? Al menos en comparación con la última.
—Todavía no se puede saber.
—¿Por qué lo dice?
—Porque el oriental aún no comienza a usar los codos y los contraataques simultáneos.
A María no le gustó ni un poco esa información.
—¿Y qué piensa que él debe hacer para…?
—¡Comenzó!
El gong sonó y todo volvió a comenzar.
Ruggiero cambió de estrategia y esta vez cerró la posición, a la espera de revirar con contragolpes. Axel sabía que, para enfrentar ese tipo de estrategia, la postura en que un oponente se cierra en una guardia fuerte, sería necesario provocarlo para abrir alguna parte de esa postura y recibir un golpe.
Fintas. Axel volvió a bailar y a fingir ataques que interrumpía antes de la ejecución. Fingía avanzar y retrocedía. Fingía y retrocedía. Ruggiero no caía ni abría su guardia ni esbozaba una reacción de ataque. Sólo lo miraba al fondo de los ojos.
Y sería mentira afirmar que aquella mirada oriental no resultaba molesta.
Axel resolvió cambiar la provocación cuando se dio cuenta de que sus fintas no estaban funcionando. Así que comenzó a dar ligeros golpes en la guardia de Ruggiero, a propósito. Imagínate en una posición con los brazos frente a tu cara, y a alguien lanzándote golpes ligeros en el mismo punto de tu brazo, hasta que esos golpes constantes comienzan a doler. Y aun así que la otra persona no pare.
El resultado será que comenzarás a estresarte.
Y cuando el estrés se apodera de ti, hará que tu humor llegue a un nivel tal que generará en ti una reacción explosiva casi involuntaria, probablemente con un exceso de furia incluido.
Allí el objetivo también era ese.
Axel pegaba y pegaba y pegaba en la guardia cerrada, mirando siempre a los mismos puntos. Ruggiero apretaba los dientes, demostrando que sentía la provocación, pero mantenía la expresión corporal de quien tenía la serenidad suficiente, dentro y fuera de allí, para evitar que el estrés le hiciera descargar su furia de una manera incontrolable.
Entonces Axel lanzó un golpe abierto y amplio para intentar rodear la guardia y…
Ruggiero le dio con el codo en una media luna horizontal, que hizo al príncipe girar una vez y caer con fuerza en el suelo.
Nadie alcanzó a ver siquiera el golpe, sólo el cuerpo del campeón de Arzallum girando y cayendo como un peón de ajedrez. El juez se aproximó y abrió el conteo:
—Diez… Nueve… Ocho…
Axel se levantó echando una espuma rabiosa por la boca. Había intentado provocar al adversario a lo largo del round y no sólo había sido alcanzado, sino que su propia rabia lo estaba sacando de su centro. Del otro lado el dragón oriental parecía mantener su sanidad y su equilibrio respirando en una forma especial. Una forma diferente.
¿Qué movimientos eran esos?
Una forma controlada. Y consciente.
Son movimientos de respiración.
El juez reinició y el príncipe atacó. ¡Golpeó una, dos, tres, cuatro veces! Ruggiero los paró todos.
Y el round acabó.
—Branford parece estar ligeramente irritado a cada segundo que pasa —dijo Ferrabrás, con su exacerbante voz burlona.
—Espero que no por eso él mate a alguien en el cuadrilátero —respondió el rey Tercero, haciendo suyos los dolores de su sobrino.
—Vaya, por lo visto tuvo a quién salir en esta familia.
Los reyes Segundo y Tercero se miraron y no dijeron nada.
El rey Anisio estaba tan tenso que no conseguía siquiera concentrarse para dar una respuesta.
—El «ojos rasgados» golpea fuerte —gimió Axel, mientras su entrenador verificaba sus heridas.
—Tú también.
—Sí, pero él es rápido.
—Tú también.
—Es verdad… ¡Ay! No le muevas mucho por ahí.
—Escúchame, doncella. Sé por qué dices esas cosas. ¡Porque ese tipo es diferente a todo lo que has visto antes, y eso te asusta! ¡De seguro también golpeas más fuerte y más rápido que cualquiera al que él se haya enfrentado al otro lado del mundo!
El gong sonó para convocar a los dos pugilistas.
—¡Ahora entra allí y muéstrale por qué!
Axel Branford partió enseñando los dientes como un tigre.
Ruggiero sintió que el pugilista que enfrentaba volvía al cuadrilátero más lastimado, pero al mismo tiempo más fortalecido. El cuerpo estaba cada vez más dañado, pero la energía que emanaba de él a cada movimiento parecía expandirse en un pulso de pura vibración y conciencia.
Él atacaba como lo haría un animal salvaje en plena cacería, que incluso cuando es empujado y lanzado lejos busca las fuerzas para dar la vuelta y regresar a atacar con la misma intensidad. Ante aquella postura agresiva, Ruggiero percibió que sólo sobreviviría si respondía de la misma forma.
Ataque-respuesta.
En el pugilismo occidental de Nueva Éter ese entrenamiento reproduce un entrenamiento de ataque, seguido de una respuesta inmediata. En el oriental, no.
Axel atacó y acertó justo a la mitad del rostro de Ruggiero. Pero recibió de regreso un contragolpe que lo dejó sorprendido. Porque no fue un contragolpe inmediato al golpe.
Fue un contragolpe recibido al mismo tiempo que el ataque.
Y así siguió aquel round, para la euforia de un público que nunca jamás había visto algo parecido.
Jab-jab. Jab-jab. Jab-jab. Axel golpeaba. Ruggiero pegaba de vuelta y de vuelta y de vuelta. Y de vuelta en forma simultánea. Cada golpe, una respuesta. Cada golpe.
Los cuerpos danzaban uno detrás del otro por la arena, atacándose en un festival de golpes sucesivos. Un golpe, un contragolpe. ¡Dos, diez, quince, veinte! La presión aumentaba; la velocidad y la respiración, también. Pero lo que Axel Branford percibía cada vez más era que, cuanto más aumentaba su ritmo, menos cansado parecía estar.
«Artista marcial comprender que tener dentro de sí una energía mayor».
Jab, jab, directo, jab, directo, jab, directo, jab, directo, gancho, jab, gancho, jab, directo, jab, directo. Jab, jab, directo, jab, directo, jab, directo, directo, directo, directo, directo, directo.
El público aullaba y aullaba y comenzaba a saltar y a temblar y a gritar, contagiado por aquella energía que se expandía más allá de aquellos dos pugilistas y se apoderaba de todo alrededor en forma devastadora, pues tocaba en esa parte del alma humana que trasciende lo humano y toca en la energía que pulsa en los seres semidivinos.
Y de los seres semidivinos.
Una energía extraordinaria.
Dos seres humanos que se volvían complemento de una misma acción. Y de esa forma se convertían en uno.
Éter.
Axel sintió algo energético que nació en un punto del plexo solar, en una región localizada tres dedos por debajo del ombligo. Aquello creció y comenzó a apoderarse de sus entrañas. Lo que quiera que fuera aquella fuerza, comenzó a expandirse por sus brazos y le erizó los vellos, se purificó cuando se encontró con el corazón y continuó subiendo en dirección a la cabeza. Y en el momento en que le pasó por la garganta, aquella energía se tornó tan poderosa, pero tanto, que necesitó externarla para no explotar.
El resultado fue el grito de combate de un guerrero oriental.
—¡Kiaaai! —no sé, pero fue más o menos eso lo que pareció ese grito. Algo fuerte, vibrante, energía pura.
El golpe pegó en el pecho de Ruggiero y arrojó al oriental metros atrás. El pugilista cayó con dos volteretas y se llevó la mano al pecho, atemorizado.
¡El gong sonó!
El público comenzó a aplaudir, a saltar y a lanzar cosas hacia lo alto, entusiasmado con la reacción de su héroe nacional. El rey Anisio temblaba de tanta vibración y también se levantó y comenzó a gritar junto con la multitud en una despreocupada ruptura de protocolo.
Desde donde estaba, Ruggiero miró asustado al príncipe de Arzallum y pareció comprender algo que nadie más comprendía. Sorprendentemente, sonrió. Se levantó con rapidez para mostrar al juez que se encontraba bien y se dirigió a su esquina.
Axel estaba tan energético que no podía ni sentarse.
—¿Algún comentario enriquecedor, emperador Ferrabrás? —preguntó el rey Tercero.
Ferrabrás le obsequió una más de sus sonrisas burlonas y se quedó observando a la multitud enloquecida.
—¿Escuchas eso? —gritó el entrenador en la cara de Axel, escupiendo un poco sin querer en el rostro de su pugilista. Era difícil incluso escucharlo así, en medio del pandemonio que los rodeaba—. Eso es fuerza. ¡Eso eres tú! ¡Y es por eso que volverás allá y harás lo que vinimos a hacer aquí!
Axel temblaba. Necesitaba volver a comenzar. ¡Lo necesitaba! Necesitaba aquella energía en la que se había convertido cuando combatía con aquel oriental.
Del otro lado, Ruggiero comprendía. Comprendía el motivo de haber cruzado el océano en aquella extravagancia. Comprendía por qué había sido elegido para luchar en aquel torneo y por qué su línea del destino se había cruzado con la de Axel Branford.
El gong sonó una vez más.
Y el round final se inició.
Jab, directo, jab, directo, corto, corto, gancho, directo, jab, cross, jab, jab, directo, jab, gancho, jab, jab, gancho, cross, corto, jab, directo, directo, directo, directo. Eran tantos y tantos golpes seguidos que nadie sabía ya quién los asestaba y quién los recibía.
Era como si ambos pugilistas se hubieran vuelto uno solo.
«Tú sientes la energía en esos movimientos, ¿no?».
Y que, por más que movieran una energía contra otra, ambas parecían complementarse.
«Yo sentirla en todos los momentos».
El público más parecía compuesto por bárbaros, que se alimentaban de sentimientos primitivos que los llevaban a un éxtasis que debía ser semidivino.
Y tal vez lo fuera.
«¿Y cómo es esa sensación?».
Axel sabía. Ahora lo sabía. Cada vez que esa fuerza dentro de sí imploraba ser liberada, él entendía y recordaba la respuesta.
«Plena».
Los dos pugilistas se apartaron. A esas alturas nadie recordaba qué estaba en juego. Nadie recordaba que aún faltaba una lucha con Minotaurus o que existían fronteras entre culturas y relaciones humanas. El público aplaudía el espectáculo que estaba presenciando y a los hombres que hacían creer en que existe una fuerza en el espíritu humano que puede ser moldeada.
Una fuerza capaz de generar hechos extraordinarios y llevarnos a tocar dimensiones que el mundo material no puede alcanzar.
Axel inspiró y sintió aquella electricidad interna apoderarse de su cuerpo. Del otro lado, Ruggiero hizo lo mismo. Y entonces, rodeados de gritos y sudor, los dos pugilistas, que recordaban a dos toros, inspiraron a fondo y partieron uno hacia el otro gritando ¡kiais! que habrían estremecido a los propios semidioses.
¡KIIIAAAAH! ¡GRÉEEAAAH!
Los golpes explotaron casi al mismo tiempo. Los dos puños partieron en dirección a los rostros de los adversarios con toda la energía concentrada en un único instante.
Había dos luchadores que se jugaban todo en ese momento.
Sólo uno dio en el blanco.
El impacto resultó tan devastador, pero tanto, que el pugilista golpeado se levantó con las piernas hacia arriba por casi dos metros, mientras que el otro pasó como búfalo a su lado. Cuando cayó de espaldas en el suelo, el mundo pareció momentáneamente quedarse sin sonido.
Pero eso fue sólo para el derrotado.
Para el vencedor de aquel combate, el mundo tenía sonido. Era un sonido oriundo de un lugar donde nace lo mejor del ser humano. De donde eclosiona lo fantástico y donde las hadas cobran vida. Era el sonido del mundo y de todo lo que forma ese mundo, potenciado a su máxima energía.
Un mundo que tenía un sonido. Y en ese instante incluso un nombre.
El nombre de ese mundo, aquel día, era Axel Branford.
Melioso subió a aquel cuadrilátero en un intento de mantener la cordura y, de nuevo, retirar a su pupilo de allí antes de que la euforia lo contagiara. Pero esta vez Axel se zafó de él y no se lo permitió. A final de cuentas aquella vez no era como las demás. Aquella lucha, para él, no había sido como ninguna otra.
Axel fue hasta el oriental, que ya se levantaba, y lo ayudó a ponerse en pie. Ruggiero tenía la visión un poco nublada y habría podido jurar que casi había lágrimas en los ojos del adversario.
—Gracias. Gracias por haberme mostrado… —decía Axel con una voz jadeante y casi gritando como consecuencia de la influencia externa del ruido de la multitud.
—Tú —dijo Ruggiero, esforzándose para gritar lo más alto que sus fuerzas aún le permitían— darme motivo.
Axel comenzó a sonreír como un niño. Abrazó a su adversario como si fuera un maestro y el público siguió aplaudiendo y gritando por el espectáculo. Un público formado por diversas clases y un único sentimiento.
—Y tú realmente conseguir, Branford —alcanzó a decir aún Ruggiero—. ¿Tú no querer sentir un poco de plenitud que energía traer?
Axel asintió dos veces. Y dijo:
—Yo sé. Ahora lo sé.
Axel tomó el antebrazo de Ruggiero.
E iluminado por decenas de antorchas, ante ciento cincuenta mil personas enloquecidas, levantó su brazo junto al del dragón oriental.
—Así es.