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Dos días pasaron en Nueva Éter como si hubiera sido uno.
Es difícil para un ser humano concentrarse en un día cuando su mente se encuentra en otro tan cercano. En Andreanne los puestos de comerciantes triplicaban sus ganancias con el torneo de pugilismo más difícil e importante del mundo. Las conversaciones en las tabernas eran en exclusiva sobre los cuatro finalistas de la edición más complicada y sorprendente en la historia de la competencia. Esas características tenían un motivo: resultaba imposible predecir cuál de ellos se consagraría vencedor. Las personas estaban con Axel y soñaban con verlo enfrentar a Radamisto, de Minotaurus, en una final cuyas motivaciones se extenderían mucho más allá del cuadrilátero.
Sin embargo, entre ese sueño y aquella realidad había dos adversarios que tenían todo para estropear la fiesta. Nadie sabía cómo Radamisto se las vería con alguien tan fuerte y pesado como él, como era Gonta, de Cáliz. Y, a pesar del carisma inicial que hizo que el público simpatizara con el dragón oriental, sólo era ahora, a la hora en que el camino del guerrero amarillo y el del príncipe de Arzallum se cruzaban, cuando el público al fin comenzaba a pensar si Axel sería en verdad capaz de derrotar a Ruggiero. Aún más después de la última presentación, en que casi lo vieron caer derrotado ante Devlin, el pugilista chamán de Uruk.
Pero eso era en Andreanne.
En las grandes ciudades de los otros reinos las palomas mensajeras, por lo común en número de cinco, recorrían los cielos a cada momento, llevando los textos de escribas reales que detallaban cada día para que no sólo fuera divulgado, sino también escenificado por artistas en escenarios mucho más allá de los ubicados entre las fronteras de la ciudad capital.
Incluso en Minotaurus, cuando llegaron allí los mensajeros de los cielos, los textos eran reescritos, a fin de incentivar y ratificar una superioridad minotaurina autoproclamada, y leídos en plazas públicas abarrotadas al sonido de gritos y hurras. En reinos como Mosquete, Albión o Uruk, que ya habían perdido a sus participantes, se exageraba la participación en los combates de sus luchadores en forma detallada, y les aplaudían con palmas fuertes que parecían resonar hasta allá.
Pero no en Stallia.
El reino de los Corazón de Nieve actuaba de manera diferente. Tal vez por influencia de su regente, los stallianos se mostraban indiferentes a lo que acontecía más allá de sus fronteras. Consideraban que su cultura histórica era superior a la de la mayoría de los otros reinos, pero, desde la muerte de su reina Rosalía Corazón de Nieve, algo se había partido en el corazón del pueblo de aquellas tierras frías. Sus calles ya casi no veían más el sol, al igual que sus corazones. Sus niños no tenían tanta energía. Los padres andaban por las calles tropezándose, pidiendo disculpas y volviendo a tropezarse con otras personas, sin que nadie conversara ya entre sí. Las personas de Stallia se miraban poco. También se dirigían poco la palabra y, cuando lo hacían, parecían tener un cierto entumecimiento en el tono de voz, que provenía de un mal humor constante ante la vida que no contaba precisamente con una explicación lógica.
El hecho era que, al igual que su regente, Stallia era un reino que no lloraba más.
Y ninguno de ellos lo sabía aún, pero en breve eso sería puesto a prueba.
En definitiva.