26

Axel Branford había sido llevado directo al centro médico. Acostado en una cama más grande que la de cualquier plebeyo, observaba en un espejo el reflejo de un rostro en verdad hinchado. Su entrenador estaba afuera, descansando, y se decía que Anisio Branford vendría al Hospital Real de Andreanne a visitar a su hermano. Al menos eso se decía.

—Espero que nunca pelees con trols. Si con algunas palmaditas tu rostro quedó así…

—Te juro que si, ¡ay!, si no estuviera preso en esta cama, me levantaría de aquí y le daría una buena zurra —dijo el príncipe con dificultad.

Muralla, el guardaespaldas trol, sonrió, con base en el viejo principio de que los trols pueden sonreír.

—¿Cuánto tiempo falta para tu próxima lucha?

—Dos días.

El trol movió la cabeza.

—En mi antigua tierra combatíamos todos los días.

—¿Y a dónde te llevó eso? A trabajar para mí, que sólo combato de vez en cuando.

Muralla contempló la ventana y pareció estar lejos de ahí, con sentimientos que recordaban más a los de los humanos que a los de otra especie.

—Sientes nostalgia de tu tierra, ¿no, viejo amigo?

—Un poco. No mucho. Sólo un poco.

—¿Hacemos un pacto? Después de que termine el Puño de Hierro nos pondremos las mochilas a las espaldas e iremos allá a recordar tu origen, ¿hecho?

El trol pareció suspirar.

—Te lo agradezco, Axel, pero no puedo.

Axel se extrañó. Mucho.

—¿Y eso? Perdón por preguntar, pero ¿puedo saber por qué piensas que estarás ocupado?

—Tengo un compromiso.

El rostro de extrañeza del príncipe no cambió.