25
Siguiendo las instrucciones de madame Viotti, Ariane salió con su nuevo amigo fuera del área de lucha, pero aún dentro de la Arena de Vidrio. Después del espectáculo del día, el área donde quedaba el cuadrilátero era cerrada, pero las otras continuaban funcionando con espectáculos de artistas y puestos de comida local o venta de recuerdos para los turistas.
De su mano caminaba una entidad que sólo Ariane percibía, sin que entendiera aún por qué. Según ella, era un niño bonito, con los cabellos negros y espesos, mechitas que le caían sobre los ojos y una mirada expresiva para alguien de su edad. En realidad no parecía haber mucha diferencia entre su propia edad y la que aquel niño representaba.
«Sigue con él hasta algún lugar donde te sientas bien y entra en contacto con la naturaleza. Dile que allí será su nueva casa, hasta que nos explique su historia y por qué está preso aquí». Eso le había dicho la señora, y eso era lo que se disponía a hacer en aquel momento.
Ariane se topó en la salida con su amiga Taruga, que se restregó los ojos y frunció la frente:
—Ariane, perdón por preguntar, pero ¿estás bien?
—¿Que si estoy bien? ¡Claro que sí, Taruga! ¡Qué idea!
—¡No, oye! ¡Es que me parece que olvidaste a João en algún lugar y piensas que tu novio viene de la mano contigo!
Sólo entonces Ariane se dio cuenta de que en realidad, para las demás personas, la visión de ella caminando de la mano con algo que sólo ella podía ver parecía la cosa más estúpida del mundo.
—¡Yo no tengo novio!
—¿No?
—No.
—¿O sea que ustedes ya terminaron?
—No, no exactamente.
Taruga ladeó la cabeza, esforzándose al máximo por entender la mente de su amiga.
—¡Oye, amiga, después dicen que yo soy lenta! Pero, caray, ¿finalmente estás con João o no?
—Es que… es decir… nos dimos un tiempo, ¿me entiendes?
—Ah.
Ambas pusieron unas caras un poco tristes. Si Taruga hubiera podido ver al niño junto a su amiga, habría notado que este parecía compartir su sentimiento.
—Qué mal, ¿no?
—Déjalo ya —dijo Ariane, con una voz no muy entusiasta.
—Al menos sabemos que ese «tiempo» no durará mucho, ¿no?
—¿Cómo que «no durará mucho»? ¿Cómo puedes saberlo, tonta?
—¡Porque él es tu colibrí!
Ariane ladeó la cabeza.
—¡Caray, creo que la que está lenta hoy soy yo! ¿Y por qué João sería mi «colibrí», Taruga?
—¡Ay! —reclamó la chica, como si lo que quería decir fuera extremadamente obvio—. Presta atención: los colibríes son bonitos y muy fuertes, ¿lo sabías? ¡Enfrentan a pájaros hasta cien veces mayores que ellos! Algunos tienen nombres de cuentos de hadas. ¡Y a todo el mundo le gustan!
—¿Y yo que tengo que ver con eso, Taruga?
—¿No te das cuenta cómo se parece João a ellos? También es bonito, ya estuvo involucrado con brujas e incluso enfrentó a Héctor Farmer, que era mil veces más grande que él, ¿no? ¡Y los dos andan con el pecho inflado, llenos de orgullo! ¡Además, a todo el mundo le gusta él también!
—¡Ah, cierto! —Ariane no lograba comprender si era demasiado estúpida para entender ese razonamiento o si Taruga estaba demasiado brillante aquel día para ella.
—¡Y ellos son ágiles y comelones! ¡Y son pájaros muy observadores! ¡Se detienen en el aire y observan las cosas en silencio, mirando las cosas como lo hace João!
—¡Taruga, es obvio que el animalito se queda en silencio! ¡Un pájaro no habla!
—¡Sí, bueno! Pero si hablara, estoy segura de que sería un pájaro que hablaría poco, ¿no te parece obvio? Y los pájaros, cuando quieren hacer ruido, cantan, ¿sabías? Además, yo escuché sobre un pájaro que habla. Pero no me acuerdo cómo se llama…
Ariane suspiró. Tal vez todo aquello hiciera sentido de repente.
—¿Por qué él sería mi colibrí?
—¡Porque tú eres su flor!
Cuando la conversación llegó hasta ella, Ariane comenzó a animarse más.
—¡Ay, qué bonito! Ya me gustó.
—¡Yei! —exclamó Taruga, sacudiendo la cabeza de Ariane—. Mira, mi tío me explicó una vez que los colibríes, ¿sabes?, besan a las flores, es obvio, ¡porque quieren alimentarse del néctar dentro de ellas!
—¡Creo que esta conversación ya no me gusta!
—¡Eh, espera, mente cochambrosa! —y las dos comenzaron a reír—. Quiero decir que, con eso, él acaba llevándose y esparciendo por allí también el polen de las flores que permite el nacimiento de otras flores, ¿entiendes?
—Sí, entiendo, pero…
—¡Y me parece que tú y João son iguales! ¡Él tiene las características de ese pájaro, pero necesita de ti, que posees la belleza de la flor, para alimentarse! Y cuando digo «alimentarse» me refiero a tener un sentido en la vida, ¿sabes? Tú eres el alimento de su alma, ¿sabes? ¡Eso hace que para él la existencia cobre sentido!
Ariane se quedó callada, sorprendida.
—Y así como la flor tiene el polencito que genera otras flores, tú también tienes dentro de ti una, ¿sabes?, como una especie de «energía buena» que nos contagia, ¿entiendes? ¡Y un día, cuando te unas con João, también generarás vida y otras florecitas! Me parece que tú alimentas el alma de João, y que a cambio él esparce la buena energía que viene de ti, ¿entendiste?
Ariane seguía sorprendida.
—Porque tú eres su flor. ¡Y él es tu colibrí!
Ariane agarró a su amiga como si fuera un osito de peluche y comenzó a apretarla contra sí.
—Ay, te quiero, ¿sabías? ¡Nadie como tú para hacerme sentir mejor hoy, después de todo!
—Sí, bueno, hacemos lo que podemos, ¿no? —las dos rieron. Entonces Ariane se dio cuenta de que había soltado la mano de su nuevo amigo.
—¡Ay, nooo! ¿Dónde está Mudito?
—¿Cuál «Mudito», loca?
—El que, ¡ay, qué bueno, allí está!
—¿De quién hablas? No me dirás que ya tienes a otro muchacho para…
—¡No sigas, cabezona! ¡No es nada de eso!
—Está bien, so pirada —y la chica comenzó a alejarse, mandándole un beso con la mano—. Me voy ahora porque sino mi madre llamará a los Caballeros de Helsing para que me busquen, ¿sabes?
Las dos rieron y Taruga se fue. Ariane caminó hasta donde estaba el niño, jugando en las ramas de un pino que ella conocía bien. El árbol donde João Hanson se le había declarado.
—Te gustó ese árbol, ¿no, Mudito?
El niño asintió con la cabeza, sonriendo.
—Bien. Puedes vivir en él mientras tanto. Puede ser tuyo.
El niño negó con la cabeza y una Ariane estupefacta lo vio señalarla.
—No entendí.
El niño apuntó hacia el árbol y después volvió a señalarla.
—¡No entendí, rayos!
El niño-espectro pegó en su propio muslo y levantó ambas manos. Al mismo tiempo Ariane reaccionó:
—Ay, no. No te pongas nervioso, ¿va? ¡Yo, ay! ¡Necesito quedarme aquí, hablando sola, como si estuviera loca! ¿Y además me voy a llevar una reprimenda de alguien que, aparte de no hablar, ni siquiera está aquí? Habla en serio, ¿no?
El muchachito se acercó a Ariane y la jaló del brazo. Ariane sintió su toque.
Su tacto era frío. Todavía sujetándola, el niño señaló el árbol y después a sí mismo, haciendo una señal negativa con el índice. Después apuntó de nuevo al árbol, y enseguida a Ariane, haciendo una señal positiva con el pulgar.
—Espera, ¿me estás diciendo que ese árbol no es tuyo? ¿Que entonces es mío?
Él asintió, satisfecho.
—¿Y cómo puedes saber eso?
El niño señaló hacia el otro lado del tronco y la jaló del brazo otra vez con su toque frío. Ariane lo siguió. Miró hacia lo que él señalaba. Y comenzó a llorar.
«Porque tú eres su flor».
Ahí estaba su nombre. Y el nombre de él, rodeados por un corazón flechado, grabados con la lámina de una navaja desafilada. João Hanson.
«¡Y él es tu colibrí!».
Ariane tocó el nombre de él y lo acarició como si fuera un rostro. Todavía había lágrimas en sus mejillas.
«Creo que tú alimentas el alma de João y que a cambio él esparce la buena energía que viene de ti, ¿entendiste?».
Ariane entendía.
Cada vez que pensaba en él, cada vez que sentía el dolor que sentía por estar apartada de él, y cada vez que no sabía cómo acallar la rabia interna ante la vida que había dentro de él, Ariane Narin comprendía.