21

–¿Cómo fue esta vez? —preguntó madame Viotti.

—Extraño. Siempre es extraño…

—¿Por qué dices «siempre»?

—Porque es la tercera vez que lo sueño.

—Cuenta entonces —dijo Anna Narin.

—Era un… pueblo. ¡Un pueblo que sólo tenía asesinos!

—¿Un pueblo de asesinos?

—¡Sí, caray! Yo creo…

—¿Por qué «asesinos»?

—Porque se cubrían los rostros. ¡Y aquel que se cubre el rostro y se esconde en las sombras sólo puede ser un asesino!

Anna Narin estaba asustada.

—Y, pensando con la cabeza, eso tiene sentido —dijo Anna Narin.

—¿Cómo que «con mi cabeza»? Es decir, ¿qué significa «en tu cabeza» una banda de gente que se cubre el rostro y se oculta entre las sombras, madre?

—Gente que caza brujas.

Silencio. Madame Viotti tomó la palabra para seguir conduciendo la conversación:

—Concéntrate en el sueño, querida. ¿Qué hacían esas personas encapuchadas?

—Bueno… perseguían a otras.

—¿A otras brujas?

—¡No, no, no! ¡No hablo de brujas! ¡No había ninguna bruja en esa historia! ¡Por lo menos hasta donde yo sabía! ¡Las que hablan de brujas todo el tiempo son ustedes!

Las dos mujeres se miraron y sonrieron. Se dieron cuenta de que la más joven de las tres tenía razón: eran ellas quienes influían la narración.

—Bueno —dijo Viotti—. Sin brujas.

—¡Entonces déjenme hablar! Las personas corrían en medio de los matorrales y huían de los encapuchados. ¡Pero los encapuchados las alcanzaban y les ponían capuchas también! ¡Y tomaban sus armas!

—¿Cómo eran sus armas?

—¡Como la del héroe!

—¿Qué «héroe»? —preguntó madame Viotti.

—Ariane habla del… cazador, madame. El que mató al lobo «marcado».

—¡Oh, sí, claro! Que cabeza la mía, discúlpame otra vez.

—¡Bueno! ¿Quieren saber el final o no?

—Cuenta —dijo Anna.

—Ya me perdí. Ustedes se la pasan haciendo un montón de preguntas y me confunden. Comenzaré de nuevo. Es del estilo de la primera vez, ¿saben? Cuando soñé, recuerdo que había un hombre y una mujer. Y antes de que me pregunten, la mujer era rubia, un poco alta y delgaducha. El hombre era diferente. Tenía un cabello entre chino y rizado. Era guapo. Llevaba barba y bigote al estilo del héroe, pero el cabello no. Y ellos me tenían miedo.

—¿Cómo, por qué? —preguntó madame Viotti, atenta y concentrada.

—¡No lo sé! Sólo que intentaba hablar con ellos, pero la voz no me salía. ¿Saben cómo es eso en un sueño? ¿Cuándo tratamos de hablar o de movernos, pero no podemos? ¡Es horrible cuando ocurre!

—Además de no poder hablar, ¿tampoco te podías mover?

—Bueno… sí. Podía hablar e incluso moverme. Pero todo era muuuy lento, ¿saben? Muchísimo. Intentaba hablar, pero la voz me salía… ¡macabra!

—¿Cómo «macabra»? —se asustó la madre.

—No podía hacerlo correctamente. Era un idioma extraño, pero yo lo conocía, ¿saben? Lo único es que no podía hablar correctamente.

—¿Cambiabas las palabras?

—No, hablaba con las palabras al revés.

Anna Narin y madame Viotti tragaron en seco.

—¿Y por qué no te movías bien? —preguntó la señora.

—Porque estaba mojada.

—Había salido del agua…

—No, el agua salía de mí. Como sudor, pero mucho peor.

Ambas volvieron a tragar en seco.

—Y yo no era una muchacha…

—¿No?

—No.

—¿Qué eras?

—No sé qué era. Sólo sé que no tenía esta… «cáscara», ¿saben? Era yo. Sabía que era yo, pero las personas que me veían, no. Ellas… me tenían miedo. Me veían de otra forma. Como a otra persona.

—¿Nunca como a una muchachita?

—Siempre me veían como a otra persona. Y me llamaban por otros nombres. Y nunca entendían bien lo que yo intentaba decir.

—¿Pero cómo sabías qué decirles?

—Yo sólo decía lo que estaba escrito.

—¿Escrito dónde? —madame Viotti en verdad se veía estupefacta.

—No sé explicarlo. Sólo sé que podía decir lo que estaba escrito.

Madame Viotti se quedó muda. Anna Narin lo percibió y no supo decir si aquello era o no una buena señal.

Madame, ¿está usted bien?

—Esta niña es muy especial. Muy, muy especial.

—¿En serio? ¡Vaya, pues qué bueno que alguien más además de mi madre y mi novio lo piense!

Anna le hizo a Ariane una señal para que se callara y se tomara en serio el asunto. La chica se ofendió. A final de cuentas, en su mente, ella hablaba en serio.

—¿Saben? —continuó madame Viotti—. Ustedes conocen bien que estamos formados de éter, la esencia divina, traída a nosotros por medio de los semidioses. ¿Correcto?

—Perfectamente.

—Sin embargo, no importa de qué mundo de éter estemos hablando, pues todo mundo de éter, antes de nacer y ser creado, ha sido «escrito».

—¿Escrito cómo: por la Creadora?

—Sí. Por eso existen frases como «lo que es nuestro está guardado». O «el futuro ya está escrito».

—Espéreme, ¿entonces nosotros no regimos nuestra vida? Es decir, ¿todo lo que hacemos ya estaba escrito?

—No. Entiéndeme: nuestro destino, cuando somos creadas, Ariane, tiene un motivo. Somos creadas por un motivo. Sin embargo, tenemos cierto libre albedrío. La Creadora nos permite sorprenderla en muchos momentos. Y de vez en cuando los planes iniciales que estaban escritos cambian, ¿comprendes?

—¿Pero sigue escrito?

—Tal vez Ella esté escribiéndolo en este justo momento, ¿cómo podemos saberlo? Tendríamos que ser semidioses para entender lo que existe encima de nosotros.

—¿Cómo cree usted que funciona la mente de la Creadora, madame?

—Anna, querida, en particular creo que determinados eventos y determinadas personas fueron creados con una misión que no debe ser interrumpida, ¿entiendes? Ariane no puede ser tan especial por un simple capricho semidivino. Sin embargo, muchas veces nuestras actitudes ante la vida, nuestra postura ante el mundo, puede modificar líneas que tal vez ya estén trazadas, pero que aún no han sido escritas, ¿comprendes?

—¡Espere, madame! Déjeme ver si entendí ese lío del que está hablando. Usted quiere decir que nacemos con una misión, pero que no todo el mundo está obligado a seguirla.

—Eso.

—Y que muchas veces incluso podemos cambiar lo que estaba escrito.

—No, no lo que estaba escrito: aquello que sería escrito. Quiero decir que muchas veces un hombre que sería malo puede cambiar su esencia y merecer una segunda oportunidad. Quiero decir que personas mediocres, las cuales deberían pasar por este mundo en blanco, son capaces de hechos extraordinarios que las destacan entre la multitud. Hablo de parejas que no fueron creadas para estar juntas pero que se convierten en almas gemelas, así como parejas creadas para ello se disuelven en un camino sin retorno. O tal vez en el camino correcto, pero escrito en líneas demasiado oscuras o torcidas para que seamos capaces de leerlas con antelación, ¿comprendes?

Madame —repitió Anna—, volviendo a Ariane, ¿qué significa cuando dice que estaba escrito? Aun tratándose de una proyección astral en otro mundo de éter, ¿qué significa?

—Que Ariane comprende la ciencia detrás de la creación de la vida.

Madre e hija se miraron, conmocionadas.

—A ver, ¿eso es bueno? ¿O significa que volveré a ser extraña? —se percibía un temor que daba pena en la pregunta de la chica.

—Eso significa que tienes el don de un oráculo, querida.

Anna abrió mucho los ojos, pues al fin comprendía lo que para ella debería haber sido obvio desde el comienzo de la explicación. Ariane percibió la reacción de la madre:

—Al parecer sigo bamboleándome, y eso no es bueno del todo.

—Un oráculo, hija —explicó la madre—, es alguien especial que consigue prever eventos que aún no suceden.

—¿Y yo podré hacer eso?

—El don que posees, Ariane —dijo madame Viotti—, se le concede sólo a personas especiales. Muy especiales. Es gente que la Creadora escoge como sus portavoces en este mundo.

—¿Como las hadas?

—Sí, pero ellas son más bien entidades responsables de mantener el orden de las leyes semidivinas. Sin embargo, están lejos de nosotros, los mortales. Las personas como tú son enviadas para recordarnos cuán maravillosos somos y que en parte somos semidivinos y en parte una creación que no sólo se renueva en nosotros, sino que aprende con nosotros, así como los dioses aprenden con ellas.

Ariane se quedó pensativa. Eso se estaba poniendo serio. Demasiado serio. Era una muchacha que, como toda adolescente, soñaba con ser adulta o parecer lo más cercano a una adulta. Sin embargo, de allí a querer también la responsabilidad de una vida adulta, había aún un largo trecho.

—Pero ¿si yo no quisiera ser un oráculo o formar parte de todo eso, podría? ¿O, ya sabe, estoy obligada?

—No estás obligada a nada, Ariane. Como te dije: fuiste creada con un propósito, pero no quiere decir que llegarás al final de tu creación justo como se trazó al principio. Porque tu historia, así como la de todas nosotras, aún está siendo escrita, ¿comprendes?

Ariane comprendía. Madame Viotti finalizó:

—La cuestión siempre será: ¿confías a plenitud en tu Creadora, o consideras que deberías modificar las líneas en que tu vida está siendo escrita en este momento exacto?

Ariane Narin lo intentó, juro que lo intentó, pero no consiguió encontrar la respuesta a esa pregunta.