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Ariane despertó sudando. Estaba un poco temblorosa, incluso estremecida. Su madre había entrado al cuarto al sentir la agitación de la hija y en ese momento se sentaba a su lado.
—¿Otro sueño? —preguntó la madre.
—Otro.
—¿Y cómo fue?
—Aterrador.
—Cuéntame.
—Había… había un hombre y una espada… mística, ¿sabes? ¡Y el tipo cabalgaba en una especie de lagarto verde que recordaba a un dragón!
—¿Era un hombre malo?
—No. Él combatía a un montón de gente-monstruo, y a un rey, creo que era un rey, pero sin piel.
—¿Un rey sin piel?
—¡Sí! Sólo tenía un poco de piel, pero podías ver su… «esqueleto», ¿sabes? ¡Y tenía unas cosas que volaban, como aquella que vimos ayer! ¡Y un castillo sombrío edificado por grandes piedras en forma de calavera! El puente hacía un ruido horrible, y cuando se abría, el portón parecía una… «boca», ¿me entiendes? Parecía que se comía nuestra alma, ¿sabes? ¡Muy siniestro!
—¿Entraste en el castillo?
—Sí, lo hice.
—¿Y qué había allí?
—Había una bruja muy bonita, que parecía un hada de Nueva Éter. Pero ella no era sólo humana…
—¿Por qué?
—Era «medio» humana, ¿me entiendes?
—No.
—Es que ella era mitad humana… y mitad águila. ¿Es muy loco eso?
—No importa.
—Puede ser que ella sólo estuviera vestida de águila, ¿sabes? Pero… bueno… era un sueño, ¿no? ¿Entonces cómo voy a saber? Sólo sé que ella me vio —la voz tembló—. ¡Ella me vio, madre! ¿Me entiendes? ¡Sabía que yo estaba allí!
La madre no comentó nada.
—¿Qué podría ser todo eso, madre?
Anna Narin continuó en silencio. Creía conocer la respuesta. Y en realidad la sabía. Pero no sería ella quien se la diera a Ariane Narin.
No, no en ese momento ni de esa forma.
Tal vez en poco tiempo, incluso en otra ocasión. Tal vez de otra manera. Pero ciertamente no sería ella quien le explicara aquello.
Sería la otra.