19

Amaneció.

Axel Branford había dormido en una cama dura de madera, en un cuarto pequeño. No se trataba de una imposición de su entrenador, sino que había sido una decisión propia. Si un hombre decide probar sus límites dentro de un cuadrilátero, no puede vivir en condiciones de lujo. Necesita recorrer el camino del dolor y vivir como un luchador.

Y aun así estar en paz.

Axel no sabía si lo estaba. Pero se hallaba visiblemente dispuesto a probar.

—¿Cansado? —preguntó el entrenador, tras golpear la puerta dos veces y entrar.

—Ni un poco… ¿Viste la última lucha después de la mía?

—Sí.

—Yo no pude: me sentía abrumado por tantos sentimientos juntos después de aquella pelea.

—Es comprensible. Batiste el récord del torneo.

—Sí —dijo él, pensativo—. Lo hice, ¿verdad?

—Claro que no serás recordado si pierdes el torneo…

Axel suspiró.

—Tienes razón, entrenador. No perderé la concentración, no.

—Lo sé. Para eso me pagan.

—Y al final, ¿cómo resultó el siguiente combate? ¡Supe que el luchador de Uruk venció al de Röok!

—Es verdad. Giott, de Uruk, era mayor y más fuerte, pero lento.

—Giott está lejos de lo que podría llamarse lento en un pugilista.

—Cierto, pero junto al otro lo era.

—¡Guau! —Axel se sentó para escuchar mejor—. Entonces el tipo de Uruk…

—Su nombre es Devlin. Tiene una piel rojiza como la de los indios. Usa algunos amuletos extraños, que se quita antes de la pelea. Y un tatuaje macabro en el muslo.

—¿Qué tatuaje?

—No sé bien. A mí más me parece un ser de Aramis. Estoy prestando oídos a los rumores que dicen que el hombre hace magia oscura para mantener el «cuerpo cerrado».

—¿Él asusta?

—Un poco. Pero en el cuadrilátero lo único que en verdad asusta es que él me parece tan rápido como… tú.

—¿Es especialista en secuencias? —preguntó con las cejas enarcadas.

—Sí. No es casualidad que tenga un segundo tatuaje en la espalda con la que parece una mata incendiándose.

—¿Árboles quemándose?

—¿No sería esa una metáfora perfecta para una devastación?

El príncipe se levantó, todavía pensativo. La mayoría de los pugilistas tenía motivos para mantenerse en extremo cautelosa con las informaciones que le eran pasadas. De lo contrario sentiría miedo.

Axel Branford sonreía como una criatura.

—Creo que ese Devlin y yo daremos una buena exhibición.

—El Puño de Hierro no es una exhibición.

—Tú me entiendes. No seas mojigato.

—Trata este torneo con la seriedad que exige, Axel. He visto a mejores que tú terminar sus carreras en esos cuadriláteros.

Axel se sorprendió. No porque otros ya hubieran sucumbido en los cuadriláteros de aquel torneo, sino porque…

—¿En verdad has visto a otros mejores que yo?

Melioso le arrojó una toalla a la cara y abandonó la conversación. Salió del cuarto riendo y sacudiendo la cabeza:

—Fanfarrón.

Axel tomó la toalla y se la puso alrededor de los hombros.

—Hablando en serio: me gustaría haber visto la lucha de ese pugilista. ¿Se lastimó?

—Muy poco. No estará en condiciones muy distintas a las tuyas. Será cuestión de cuál de los dos tiene más aliento para llegar al fin.

Axel sujetó cada punta de la toalla alrededor del cuello y la jaló contra la nuca, mientras se mordía el labio inferior con una sonrisa confiada:

—Me gustó.

Melioso percibió la sonrisa.

—Más cautela cuando pienses en ese combate. Hasta hoy nunca enfrentaste a alguien capaz de competir contigo en velocidad y aliento. Tú siempre has marcado el ritmo.

—Es verdad.

—Será quizá la primera vez en que debas adaptarte al ritmo de un adversario.

—O viceversa.

—Aun así, me gustaría que ya hubieras pasado por esa situación antes del torneo. No me complace pensar que sólo a la mera hora sabremos cómo reaccionarás.

—Pero debemos admitir que resulta emocionante.

—Sí. Será una prueba de acero.

—No —de nuevo una sonrisa—: será una prueba de fuego.