12

Oye, ¿todo bien? —preguntó Liriel.

Había ido tras Snail y lo había encontrado contemplando el puerto con la mirada muy, muy lejos de allí.

—No.

—¿Por qué no?

Él negó con la cabeza.

—No importa.

—¿Te enojaste por lo que dije?

—No importa.

—No sabía que las palabras te incomodaban.

—No me incomodan.

—Pareces incómodo.

—No importa.

Liriel hirvió.

—¡Ay, tú sí que sabes ser irritante! ¿Estabas enterado?

Él casi pareció sonreír.

—¿Sabes? —un suspiro—. A lo largo de mi vida hice cosas que serían consideradas malas, ¿me entiendes?

—Entiendo.

—Sé que lo haces.

—¿Eso fue una ironía?

—Sólo un comentario.

—Sé que…

—¡Muy bien, entonces! En ese poco tiempo de vida conocí a personas malas. Me refiero a personas en verdad malas, no sólo personas con malas acciones, ¿entiendes?

—¿Y cuál es la diferencia?

—No sé cómo explicarlo. Creí que entenderías.

—¿Y yo por qué lo sabría?

—Porque eres más inteligente que yo.

—Eso no es verdad.

—Sí que lo es.

—Vaya. Estoy seguro de que sabes que lo eres.

—¿Eso fue otra ironía?

—No importa.

Ambos rieron.

—Bueno, yo diría que lo que quieres expresar, negro, es que existen personas que cometen malas acciones por las circunstancias en que se encuentran. Como una forma de supervivencia.

—Por ahí va el asunto.

—Y hay otras personas que cometen malas acciones por su naturaleza. Personas que tenderían a actuar así sin importar en qué situaciones estuvieran.

—¿Ves cómo eres más inteligente?

—Así me ves tú.

Él rio. Ella corrigió:

—¿Te vas a disculpar conmigo por haberme tratado de esa forma tan agresiva?

—¿Por qué haría eso?

—Porque no eres una persona de mala índole. ¿Me equivoco?

Snail apretó los labios al darse cuenta de que lo habían puesto contra la pared. Esa muchacha era muy inteligente. Incluso más de lo que a él le gustaría que fuera.

—Gabbiani, juro que me gustaría, pero no puedo. Porque de ser preciso te trataré otra vez así.

—¿Es tan importante?

—¿Qué?

—La misión en que me pusiste. En la que nos pusiste.

—¿Comparada con qué?

—Al punto de evitar la única amistad que tienes y que te apoya en ella.

Snail apretó el puño, con ganas de lanzar otro golpe contra alguna pared. Odiaba la inteligencia de aquella muchacha. Odiaba su propia admiración por la inteligencia de aquella muchacha.

Odiaba su admiración por aquella muchacha.

—Es importante hasta ese punto —respondió él, con una voz fría.

Liriel movió la cabeza y apretó los labios.

Él leía la decepción en cada gesto de ella.

—Entonces intenta ser gentil la próxima vez —dijo ella—. A las muchachas nos gusta eso.

Ella se volvió, consternada, y lo dejó solo. Snail la observó volver al galerón y sintió la garganta seca. No podía desconcentrarse de la misión encomendada con aquella muchacha. Era un soldado de las calles. Incluso un soldado de mar. Y los soldados deben obedecer órdenes. Pero sólo el corazón que nunca tuvo un amigo conoce el esfuerzo que implica negar una amistad.

—Es importante hasta ese punto —repitió para sí, solitario—, pero me gustaría que no lo fuera.