9

Antes de anunciar mi primer deseo, me gustaría decirles mi justificación. Como todos aquí bien saben, cada día nos enteramos de nuevos instrumentos y artificios bélicos que evolucionan e incluso avanzan para revolucionar los combates y los conflictos de guerra —una pausa—. Sin embargo, para nosotros, los monarcas, la posición se vuelve más fácil, pues si por un lado somos responsables de las decisiones más difíciles e incluso de las declaraciones que tales conflictos exigen, por el otro no somos nosotros los que ponemos a la mayor parte de nuestros conocidos en el campo de batalla ni lloramos por ver a nuestros hijos destrozados por los buitres.

—A veces lloramos… —dijo el rey Alonso, con una voz débil que provocó un extremo malestar en el salón.

Anisio se mordió los labios. Para ayudarlo en aquella incómoda situación y desviar la atención hacia sí, el rey Segundo exclamó:

—Su majestad tiene razón en lo que dice, pero me parece que usted ignora la tensa prisión en que nuestra propia conciencia nos coloca y que nos llena de angustia cuando debemos tomar decisiones tan difíciles.

—Rey Segundo, no crea que todos los monarcas sufren la misma angustia a la que usted se refiere —dijo Anisio.

—¿Habla por usted? —preguntó Ferrabrás, para empeorar el sentimiento de incomodidad.

—No —respondió Anisio—. Hablo por la observación de tales ejemplos y de sus actitudes dictatoriales y desprovistas de cualquier justificación, como no sea la ambición desenfrenada, puestas por encima del cargo que deberían representar.

Se hizo el silencio. El ambiente continuaba tenso. Esta vez fue el rey Tercero quien intentó enfriar los ánimos al cambiar el rumbo del diálogo:

—Pero, Anisio, estás divagando y aún no manifiestas tu primera petición —antes el rey Segundo había usado el respetuoso término de «usted», común para referirse a los reyes, pero ahora el rey Tercero le hablaba de «tú». El hecho era que los reyes podían hablar así con otros monarca porque eran iguales. Cualquier otro que no fuera un rey, por supuesto que no.

Anisio modificó su expresión seria y sonrió de manera agradable.

—Su majestad tiene toda la razón. Pues bien, hablaba sobre los caminos que nuestro desarrollo bélico ha tomado y admito que eso me preocupa, pues resulta inevitable que muchos aquí, en este palacio, continúen con sus desavenencias al salir de él, y miles morirán en nombre de esa falta de entendimiento entre nosotros.

Adamantino, el rey de Aragón, tomó la palabra:

—Rey Anisio, entiendo lo que quieres decir, y en nombre de mi nación comparto tu humanidad. Pero tampoco puedo ser hipócrita al admitir que, para algunos de nosotros, no existe alternativa. ¿Qué harías tú si un intruso viniera a tus tierras, entrara sin permiso en tu casa, humillara tu honor y secuestrara a tu princesa y futura esposa?

El rey-fiera mostró los caninos. Los reinos de Aragón y Röok eran enemigos declarados desde que el rey-bestia Wöo-r tomó para sí a la princesa Bella de Adamantino como esposa forzada, a la cual mantenía como su princesa-esclava hasta el día de hoy. Esa triste historia es contada por los bardos como «La bella y el rey-bestia».

Todos se mantuvieron en silencio a la espera de la respuesta.

—Lo mataría —dijo el rey Anisio con una seguridad que incluso asustaba. Antes de que alguien comentara sobre la respuesta y el discurso anterior, concluyó—: La cuestión se reduce a si lo haría yo solo o me llevaría a miles de vidas conmigo por una deshonra dirigida en forma específica contra mí.

—La deshonra de un rey es la deshonra contra la nación que representa —exclamó el rey Adamantino.

—Si así es, ¿por qué entonces existen ricos gobernantes que comandan a naciones de población tan pobre? ¿Acaso la riqueza de un rey no debería proveer de riqueza a la nación que él representa?

Las miradas entrecruzadas se dirigían a Midas, el rey de Gordio. El rey maldito que tenía manos y toque de oro, con una extensa riqueza que su pueblo jamás experimentaría, y el cual vivía como un inválido sin la facultad de tocar nada, dependiendo de esclavos hasta para bañarse o llevar la comida a su boca.

—Majestad… —el rey Midas llamó la atención del salón—. No toda riqueza es una bendición.

—Aún así se prefiere el sufrimiento que ella exige que la paz del desapego —dijo el rey Acosta, líder de Orión, vecino y nada simpatizante del rey Midas.

—¿Acaso no debes ir a despertar a tu reina, rey? —preguntó Midas.

El rey Acosta se preparó para lanzarse a la yugular de Midas, pero Begnard, su campeón, lo trajo de vuelta a la cordura. La nación de Orión había asumido sus desavenencias con Gordio en eventos pasados, que culminaron con la reina Belluci en coma profundo hasta el día de hoy. El sufrimiento de la familia real de Orión fue motivo de escarnio en Gordio, donde bautizaron el evento como «La bella reina durmiente».

—¿Se dan cuenta de cómo delimitamos hoy aquí los rumbos de todo Ocaso? —preguntó el rey Anisio—. ¿Y por qué me preocupa la evolución bélica ante tales campos de batalla preparados por semejante intolerancia y acumulación de rencor? Pues bien, ratifico e insisto que en eso se basa mi primera petición, y digo más: también la segunda. —Anisio se volvió hacia el rey de Tagwood y exclamó—: Rey Collen, no es un hecho desconocido para nadie de los presentes en este palacio el poderío militar adquirido por tu ejército tras años de combate contra la piratería en tus puertos. ¿Procede lo que afirmo?

Al rey Collen, que ya estaba sorprendido de haber sido el monarca elegido para el primer deseo, no le gustó ni un poco el rumbo que aquello estaba tomando:

—Perfectamente, rey Branford…

—Y tal poderío proviene del hecho de que entrenaste a tu ejército para utilizar la temida pólvora negra, un recurso destructivo de inmenso poder, pero aún no del todo perfeccionado por ninguna nación. Es digna de admiración la forma en que sacaste de los mares y llevaste a tierra ese recurso bélico, con tus ingenieros creando cañones fácilmente transportables al campo de batalla.

—Su majestad… —dijo con cuidado el rey Collen—. Aún no comprendo si me está reprendiendo o felicitando…

—Rey Collen, no me encuentro en condiciones ni tengo derecho de juzgar la forma como proteges a tu nación. Sólo afirmo que la pólvora negra puede llevar todo lo que conocemos en el campo de batalla por caminos sombríos y sin regreso, y por eso me gustaría usar mi petición primaria para protestar contra esa fuerza.

—¿Una… protesta? ¿Cómo, majestad?

—Mi primer deseo es que Tagwood vacíe en sus mares todos los barriles de pólvora negra que existen en sus almacenes en este momento.

Hubo un súbito silencio y una gran conmoción en el salón, pero ninguna mayor que la del propio rey de Tagwood.

—Pero… pero… pero… majestad…

El rey Anisio mantuvo una pose austera y observó en silencio al rey Collen, con una expresión de quien aguarda una decisión. El salón se encontraba totalmente trastornado, y había un motivo para ello. Finalmente se requería valor para acatar aquel pedido.

Y ser aún más valiente para rehusarlo.

—Pero… —dijo el rey Collen, aún conmocionado y casi en un susurro—… eso haría que Tagwood fuera tomada por todos lados…

—Sé bien lo que te preocupa, rey Collen —volvió a decir el rey Anisio—. Temes que tus vecinos invadan tus fronteras y se apoderen de tus yacimientos. Pues bien, deberás confiar en mí. Porque quiero que mi primer deseo sea una oda a la paz. Y no sólo lo hago por Arzallum, sino por todo Ocaso. Por eso declaro aquí, ante todos, que establezco un acuerdo entre naciones de que cualquier ataque contra Tagwood, en el periodo de un año a partir de hoy, será tratado como una agresión contra Arzallum y todas las naciones que se dicen sus aliadas.

Murmullos, murmullos, muchos murmullos. Incluso Axel Branford se preguntaba si su hermano estaba plenamente consciente de lo que decía y a dónde llevarían tales actitudes a las distintas naciones. Entre el murmullo general, el rey Collen se pasaba la mano por la cabeza, intentando visualizar la mejor opción para su reino. Con seguridad, en un año conseguiría reabastecer sus existencias de pólvora negra. La cuestión era sólo esta: ¿las otras naciones obedecerían el acuerdo verbal impuesto por el rey?

Un solo hecho era cierto: estar contra Arzallum nunca sería una buena opción.

Tal vez por eso, tras silenciarse el salón, y después de que su corazón dejó de latir tan fuerte, logró decir, mirando a Anisio:

—Majestad, su deseo es una orden.

El salón volvió a la algarabía. Como ordenaba la tradición, escribas reales traían pergaminos en los que se habían escrito previamente los términos dictados por el rey, por triplicado. Para tener la certeza de que los deseos se cumplirían, el monarca responsable debía leer y releer los términos y firmarlos ante todos, para después ratificar su firma con el sello real. Una copia de ese documento se enviaría al reino indicado por medio de palomas mensajeras.

En los tres documentos la firma del rey Collen salió temblorosa.

—Pues bien, es hora de manifestar mi segundo deseo. Señores, todos saben que las especies con raciocinio esperan una nueva era que no sólo traerá un conocimiento mayor a Nueva Éter, sino que dictará los caminos espirituales a seguir por parte de los seres vivos. Y esta nueva era será inaugurada con el legendario retorno del avatar

—No sabía que su majestad se tomara en serio los rumores sobre el retorno de Merlín de Cristo —dijo el rey Oronte, monarca de las tierras de Albión.

—Pues no sólo me lo tomo en serio, sino que creo, así como mi padre también lo hacía, en el retorno del hijo del Creador, rey Oronte.

—¿Y cree… que… esta vez… él no regresará en Albión?

—Sé que tus tierras gozaron de la bendición de ver nacer en tu capital al avatar en su «primera venida». Bendito es el rey que, como Arthur, sea guiado por alma tan pura.

—Y maldito aquel que padezca el mismo destino de Arthur ante la muerte —dijo el rey Oronte.

—Es gracioso que hables de ese destino cuando fuiste uno de los responsables del mismo —dijo Kapella, reina de la Lengua Hiriente y soberana de Mosquete.

—Rey Philipe… —intervino el rey Oronte, dirigiéndose a Mosquete, conocido como «el Rey de la Máscara de Hierro»—… cuida la lengua de tu esposa. De lo contrario, en poco tiempo tendremos en este salón clases de crochet y educación de los hijos.

El salón estalló en burlas.

—Tienes razón, Oronte… —dijo la reina—. Acaso sea mejor que les enseñe crochet a mis hijos. Tal vez así ellos no me maten…

Más burlas y mayor algarabía en el salón. El rey Anisio retomó la palabra:

—¡Señores, señoras, por favor! ¡Hablo de una nueva era diferente a esta! Una era en la que no tendremos tantas diferencias y entenderemos el motivo de nuestra creación. Entenderemos qué hay detrás del velo de la creación y aquello que el Creador y sus semidioses esperan de nosotros.

La mayoría en aquella sala escuchaba a Anisio incluso con cierta admiración. Las personas en verdad creían en aquella historia. O al menos deseaban creer que Nueva Éter avanzaba hacia un rumbo diferente de lo que parecía y que todo cambiaría cuando Merlín Ambrosius renaciera por medio de una virgen, como pregonaban las escrituras. Sin embargo, otros, como Ferrabrás, mantenían expresiones burlonas y no ocultaban el aburrimiento que aquello les causaba.

Anisio se volvió hacia su tío, el rey Tercero.

—Y es a ti, rey Tercero, a quien dirijo mi segunda petición.

El rey Tercero dejó de conversar con su campeón y se concentró en su sobrino:

—A tus órdenes, rey Anisio…

El rey Tercero podría haber usado el término «rey Branford», pero había tres monarcas presentes con el mismo apellido. Así, optó por el primer nombre del rey de Arzallum.

—Sabemos que un hombre al que el pueblo considera como un santo camina por tus tierras.

—Exactamente…

—Dicen que hace milagros que obviamente el hombre común no puede obrar y que sus discursos tocan partes del alma que ningún bardo ha alcanzado todavía.

—Es verdad, majestad…

—Sin embargo, ese señor es un antiguo sacerdote inhabilitado para ejercer su oficio.

—No por casualidad: se trata de un antiguo condenado… —dijo Ferrabrás, que no simpatizaba con el rumbo de las cosas. Otra vez.

—Y que cumplió su pena con un carácter obediente y ejemplar —agregó el rey Anisio—. Incluso dicen que saludaba a todos los guardias por su nombre y agradecía cada plato de comida que le entregaban.

—Y también que muchos presos violentos creyeron en la redención por medio de sus palabras —completó el rey Tercero.

—Pues entonces… —continuó el rey Anisio—. Sé bien que las leyes de Fuerte no permiten que los ex prisioneros ejerzan funciones de jefatura, sean de carácter político, económico o religioso.

—Exactamente…

—Por lo tanto, mi petición es que hagas una excepción con este hombre. Me parece que la humanidad necesita escuchar las palabras de alguien como él. De seguro aún tiene grandes servicios que prestar a nuestra historia —murmullos en el salón. No tantos como con el primer deseo, pero aún así los hubo. La expresión taciturna de Ferrabrás se concentraba en una sola y auténtica ceja—. Mi segunda petición es que el hombre conocido como John Tuck ejerza su sacerdocio en las tierras de Fuerte…

Lo más interesante era que aquel deseo parecía agradar a una aplastante mayoría en el salón. Las personas se sentían admiradas con la elección del rey, e incluso el propio rey Tercero parecía en extremo satisfecho de ser capaz de otorgar semejante redención a un antiguo fraile, sin burlar por eso las leyes de su nación.

—Majestad, su deseo es una orden.

El salón incluso aplaudió —quién lo diría— cuando los escribas reales se aproximaron y el rey Tercero firmó los pergaminos que se irían al reino de Fuerte. Fue así, aprovechando esa mejoría en el ambiente, que Anisio Branford continuó para expresar su deseo más polémico:

—Hace tiempo nacieron muchos relatos de lucha y coraje en nuestras tierras. Numerosos hombres se volvieron inmortales a través de sus obras o de sus historias de sacrificios en pro de otros más débiles o necesitados. Tengo la seguridad de que cada uno de ustedes guarda en su memoria a un preferido, y puedo decir aquí que en la mía tengo también tal actitud.

Axel Branford se agitó en su trono. Hacía algún tiempo Anisio le había confiado cuál sería su tercera petición el día en que lo consagraran rey. Pero no creía que, cuando ese día llegara, fuera capaz de tomarse aquello realmente en serio.

—Señores, formo parte de una generación posterior a la gran mayoría presente, y es obvio que por eso me identifico con héroes más cercanos a mi época, como ocurre con miles de mi edad o incluso de la nueva generación que conforman hoy en día otros aún más jóvenes.

Blanca no parpadeaba.

El rey Alonso tampoco.

—Y si hoy estamos aquí, en un momento de considerable tranquilidad, es porque en el pasado grandes héroes se unieron a mi padre, Primo Branford, que encabezó la épica Cacería de Brujas. Todos los líderes de ese movimiento histórico se convirtieron en grandes leyendas y aumentaron su propio mito durante su vida. Algunos ya no se encuentran entre nosotros, como Arthur Pendragon, que se entristecería de ver en lo que se convirtió la guerra santa por la tierra que defendió, o Merlín Ambrosius, el Sagrado Cristo y primer avatar de nuestro Creador. Algunos llevaron su experiencia y su justicia al magisterio, como lord Wilfred de Ivanhoe. Algunos están desaparecidos hasta hoy, como el capitán Lemuel Gulliver. Algunos desviaron su camino, como el mago-lynch Oz. Pero entre todos ellos ninguno tuvo un destino más ingrato que Robert de Locksley.

Anisio había dicho el nombre.

Los murmullos recorrieron de inmediato aquellos salones, pero esta vez eran diferentes. El caso de Robert de Locksley, héroe juzgado como bandido, era el más polémico de aquellas tierras. Para las personas su nombre sólo se mencionaba en las calles en susurros. Para los monarcas, sólo cuando las puertas estaban cerradas y hasta las paredes dormían.

—Robert de Locksley fue uno de los más grandes héroes del mundo, y es muy triste para su memoria verlo pudrirse en una celda a la espera de la muerte, marcado como criminal y no como héroe. Su situación resulta compleja porque, al fin y al cabo, él y muchos de su banda fueron capturados por soldados stallianos en el condado de Sherwood, una región que en teoría pertenecería a las tierras de Stallia, pero que en la práctica es neutral por ubicarse debajo del reino de Brobdingnag.

En el salón reinaba el silencio. Todo lo que se decía era verdad. El condado de Sherwood quedaba abajo del reino gigante de los cielos y, por lo tanto, de común acuerdo político, establecido mediante un tratado firmado, se le reconocía como área neutral, aunque no constara en el documento que también se localizaba dentro de un antiguo límite de las tierras de Minotaurus y Tagwood, por lo que su conducción gubernamental era responsabilidad de todos esos reinos. Sin embargo, en la práctica esa conducción era ejecutada por Stallia con recursos económicos propios. Tagwood no tenía el menor interés en Sherwood y Minotaurus sólo deseaba capturar y castigar a quienes se oponían a su posición imperialista.

Entonces, cuando Robert de Locksley y una buena parte de su banda fueron capturados por tropas militares del reino de Stallia, Minotaurus solicitó para sí la transferencia desde la prisión donde se hallaba el famoso fugitivo, lo cual le habría valido sin demora la ejecución en la horca. Sin embargo, apoyado en el tratado firmado por Minotaurus, Tagwood, Stallia y Brobdingnag, que designaba al condado como región neutral, y sustentado en el hecho de que Locksley también era buscado por delitos contra las leyes de Stallia, el rey Alonso Corazón de Nieve se negó a entregar a Minotaurus al prisionero y lo llevó para ser juzgado en sus tierras, según su propio código penal.

Obviamente eso la ganó la ira de Ferrabrás.

Para empeorar la situación, tras ser juzgado por las leyes stallianas, Robert de Locksley fue condenado a prisión perpetua, sentencia que cumplía hasta esos momentos. La cuestión era que, en Stallia, Locksley había sido juzgado por crímenes contra el Estado sólo relacionados con «hurtos e incitación a ideas de rebelión» entre la población. Como ni él ni nadie de su banda habían disparado jamás una sola flecha contra soldados de aquel reino, eso impidió que se le dictara la pena de muerte, de la que no habría escapado de haber sido juzgado por las leyes de Minotaurus.

La sentencia irritó aún más al ya calvo emperador Ferrabrás.

—No estoy juzgando aquí hoy si el rey Corazón de Nieve actuó correctamente al tomar para sí al prisionero que capturó ni si su sentencia, según las leyes stallianas, fue más justa de lo que el antiguo héroe merecía. Nada de eso resulta cuestionable y Arzallum no se manifestará en tan polémico asunto, pues no le corresponde. Lo único que enarbolo aquí es el derecho a mi tercer deseo, que pretendo dedicar a la memoria de mi padre. —Ferrabrás apretó los dientes—. Y mi último deseo es que Robert de Locksley sea liberado de su pena de prisión perpetua, bajo la circunstancia de amnistía.

—¡Infamia! —bramó Ferrabrás, con lo que atrajo la atención de todo el salón, que se hallaba en absoluta tensión—. ¡Sólo la idea de pedir la liberación de un prisionero condenado sería inmoral, pero bajo la circunstancia propuesta resulta verdaderamente inaceptable!

Murmullos en el salón. Era la primera vez en la historia de Nueva Éter que un gobernante en el Salón Real desafiaba en público el derecho a las tres peticiones de un monarca recién coronado.

—Entiendo su desacuerdo en relación con mi solicitud, pues todos aquí sabemos que su ejército sufrió bajas en los juegos mortales promovidos por el grupo de Locksley. Pero le pido, por favor, rey Ferrabrás, que comprenda que…

—¡Emperador Ferrabrás! —rugió el monarca.

En la entrada del salón aparecieron soldados, preocupados por el rumbo que aquella celebración estaba tomando. Anisio Branford, que antes mantenía una expresión paciente y hablaba como un aliado, modificó totalmente de expresión. Asumió una postura seria y dijo en tono firme, cambiando el tratamiento hacia Ferrabrás:

—Ya que recuerdas a este salón tu título autoproclamado, me parece también que ese es un asunto que debería ser sometido a votación, aprovechando la presencia de nuestros líderes de las tierras de Ocaso. En particular, creo que un reino puede abstenerse de la monarquía como sistema de gobierno si tal es el deseo de su nación. Sea cual sea la decisión que se tome, debe establecerse en forma conjunta con los líderes que gobiernan las naciones vecinas.

Ferrabrás dio un paso al frente y todos los que estaban en el camino entre él y Anisio Branford se apartaron con temor, hasta formar un corredor entre ellos.

—¡Quien toma decisiones por la nación de Minotaurus es Minotaurus! ¡Sólo ella y nadie más!

Los soldados de Minotaurus se acercaron a su emperador. Axel Branford se levantó y se aproximó a su hermano mientras observaba de lejos al campeón de Ferrabrás, un hombre blanco alto, con una cicatriz de batalla que descendía en diagonal desde lo alto de la frente hasta la nariz. Todos los soldados de Minotaurus llevaban el cabello rapado, o casi al rape, con un corte típicamente militar.

El papel que Axel desempeñaba era también el de un campeón de Arzallum. El campeón de un rey tenía la función de encabezar a la guardia cuando fuera necesario, tomar la vanguardia de su ejército en un estado de guerra y luchar en los duelos de honor para los que fuera convocado. Así, era común que aquel que asumiera ese papel fuera un lord: un combatiente militar experto en batallas. Sin embargo, el campeón de Arzallum era el propio príncipe Axel Terra Branford, que había solicitado el título en una sorprendente decisión, pues era la primera vez que un príncipe asumía ese peligroso papel.

—¿Entonces, además de «emperador» quieres también el título de «Minotaurus»? —preguntó Anisio—. ¿O pretendes que Minotaurus se transforme en sinónimo de «aquel dominado por la tiranía»?

—Tú sólo… —intentó decir Ferrabrás.

—¡Usa el término «usted» cuando te refieras al mayor de los reyes! —dijo Axel Branford—. Si reniegas del título de «rey», entonces no oses colocarte en el mismo nivel de uno.

Ferrabrás suspiró fuerte por la rabia. Sorprendentemente, el rey-bestia Wöo-r tomó la palabra en su defectuoso altivo:

—¡Röok apoya el título de Minotaurus! ¡Y reconoce a Ferrabrás como emperador!

En el salón explotaron murmullos y comentarios espantosos. Axel miró a Anisio, consciente de que el juego se estaba volviendo peligroso.

—Pues si tomas a Ferrabrás como aliado, rey-bestia, entonces Aragón no sólo reniega del título en votación, sino que desdeña a la gente de Minotaurus. —reviró el rey Adamantino, causando más fricción.

Las fuertes palmas de Enkidu, el campeón del reino de Uruk, llamaron la atención del disperso salón hacia él.

—El rey Gilgamesh tiene algo que decir… —dijo.

Silencio. Y después:

—Uruk… —dijo de manera lenta y arrastrada el rey Gilgamesh—, ¡también apoya el título!

Como la agitación amenazaba con regresar al salón, y antes de que aumentara, Blunderbore, el rey-gigante, habló por encima de las otras voces en su lengua natal. Su voz gruesa y poderosa recordaba el sonido de una trompeta. Como nadie entendió nada del dialecto, su campeón tradujo en un altivo todavía más pobre que el del rey-bestia, con un tono de voz igualmente poderoso:

—Brobdingnag también apoya el título…

El rey Segundo se rascó la cabeza, mientras retornaban los murmullos. Ferrabrás observaba a Branford con un aire triunfante. Axel odiaba aquella sonrisa.

El rey Anisio tomó la palabra:

—En algunas lenguas el título de «emperador» tiene el sentido de «señor de los reyes», lo que nos deja en una situación de una de dos: o modificamos el sentido de la palabra o renegamos del título propuesto por Ferrabrás.

Silencio.

—Entonces sugiero que modifiquemos el sentido a «aquel que se convertirá en el señor de los reyes» —rezongó Ferrabrás.

Más soldados de Arzallum llegaron al lugar y entraron en el Gran Salón, para incrementar la algazara. La impresión era que si la madre de alguien era insultada en ese momento, se declararía la Primera Guerra Mundial.

—¡E independientemente de las consecuencias políticas o militares que piensas que eres capaz de imponer, reniego aquí en tu suelo de tu tercera petición, Anisio Terra Branford!

Ferrabrás escupió en la alfombra real y, junto con su comitiva, dio media vuelta y se dirigió a la salida.

Fue cuando el rey Anisio hizo una señal con la cabeza y la guardia de Arzallum bloqueó la puerta. Los hombres de Minotaurus tocaron las empuñaduras de sus armas. Los de Arzallum, también.

—Antes de que partas, líder de Minotaurus —dijo Anisio, atrayendo de nuevo la atención en el tenso ambiente—, me gustaría que asistas al desenlace de nuestro acto. A la postre, parece que te olvidas de que el destino y el juicio de Robert de Locksley no te pertenecen, pues tu guardia resultó incompetente y deficiente, mientras que la de Stallia no.

Ferrabrás se dio la vuelta como un poseído. Nada irritaba más a un minotaurino que el menosprecio hacia su poderío militar. La rabia le quemaba el interior. También el de sus soldados. Por el bien del salón, nada fue dicho por ninguno de ellos. Al menos allí.

—¡Y dejo la consecuencia de mi tercer deseo a quien en verdad tiene el poder de concederlo!

Todas las miradas de la sala se volcaron sobre el rey Alonso Corazón de Nieve, que de nuevo parecía un poco distante del mundo, ajeno a lo que sucedía a su alrededor. Con todo, al ver que la atención se concentraba en él, salió otra vez de su mundo interior y abrió los ojos como si apenas se diera cuenta de la importante decisión que se le pedía tomar.

No era sólo una cuestión de conceder o no el deseo de un rey. Era hora de elegir aliados en un conflicto político y militar declarado. El momento de decir si estaba del lado de Minotaurus y, en consecuencia, contra el sistema establecido por los monarcas de todo el continente Ocaso, o si estaba del lado de Arzallum, con lo que atestiguaría en público que no sólo no guardaba rencores contra la familia Branford, sino que se mantenía contra las ideas políticas y militares de Minotaurus.

El rey miró a su hija Blanca, ubicada detrás de Anisio Branford. El corazón de la joven latía con rapidez e incluso parecía que sufriría una arritmia cardiaca. Un hecho justificable: lo que una princesa a punto de convertirse en reina menos desea en la vida es ver a su tierra natal entrar en desavenencias con la de su futuro esposo.

—Majestad… —dijo Alonso Corazón de Nieve, con una voz rasposa y fría—. Su deseo es una orden.

Ferrabrás rechinó los dientes y caminó otra vez hacia la salida. Los soldados miraron a su rey y, esta vez, desbloquearon la puerta, mientras observaban a la orgullosa comitiva de Minotaurus abandonar la sala.

—Quienes deseen arar los mismos caminos de Minotaurus —dijo el rey Branford—, por favor, que lo hagan ahora.

El rey-bestia, junto con su campeón, el trol-héroe Grendel, y su comitiva de bestias de Röok giró también y dejó el Gran Salón, ante la mirada de la comitiva de Aragón.

—¡Nuestras pendencias aún no terminan, rey-bestia! —dijo el rey Adamantino.

El rey Wöo-r sólo mostró sus caninos y continuó su camino.

Por parte del reino de Uruk, el rey Gilgamesh y su comitiva, liderada por el campeón Enkidu, caminaron también en silencio en dirección a la salida del Gran Salón. Por último, la comitiva de Brobdingnag, el reinogigante, hizo temblar el suelo al imitarlos.

Cuando el silencio regresó al salón, ante los rostros sorprendidos, el rey Anisio Terra Branford se volvió hacia quienes quedaban en el recibidor y dijo:

—Está consumado —todos los que permanecieron allí, con excepción de los reyes, se pusieron de rodillas: era el final de aquella ceremonia y sólo el inicio de lo que estaba por venir—. Han quedado establecidos los cimientos para la construcción de la nueva era de Arzallum y de todo el continente de Ocaso.