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Axel estaba sentado en el vestidor de los luchadores. William Gamewell, el pugilista de Cáliz, se sentó a su lado, secándose el cabello con una toalla.
—Dime la verdad, ¿cuánto le pagaste a los jueces para que te dieran al más malo de la competencia?
Axel rio.
—Yo no menosprecio a mis adversarios.
—¡Ay, cálmate! ¿«Brëe»? Voy a repetir: ¿«Brëe»? Parece una broma.
—¡Eh, tú enfrentarás al pugilista de Gordio! Allá tampoco es muy fuerte la tradición del pugilismo.
—¡Está bien, pero los pugilistas de Gordio no escriben poemas! ¡En Brëe practican el pugilismo en su tiempo libre, tal vez entre el té de las cinco!
—No seas malvado.
William sonrió. Y suspiró:
—Qué loco, ¿no?
—¿Qué?
—La tensión y todo eso. Digo, allá adentro. ¿Viste la locura que se desató cuando anunciaron tu nombre? ¡La arena tembló, literalmente!
—Sí. Con aquel público gritando, todo el entrenamiento te pasa por la cabeza. La gente se vuelve… ¡Qué sé yo, un…!
—Instrumento.
—¿«Instrumento»?
—De algo más grande.
—¿Dices «más grande» en el sentido de los ideales?
—Hablo en el sentido de «más grande que nosotros».
—¿Sabes? Entendería mejor tu punto de vista si fuéramos… Qué sé yo: como los tipos de Brëe: artistas.
—¿Y no lo somos?
—¿Las personas embrutecidas pueden ser consideradas artistas?
—Depende del motivo.
—¿El motivo por el que se embrutecieron?
—El motivo por el cual se dedica una vida a eso.
Axel reflexionó sobre el asunto. Y preguntó:
—Existen los artistas marciales, ¿no?
—Sí, existen.
—Pero, por lo que me dijeron, existe toda una filosofía detrás de las artes que ellos practican.
—También detrás del pugilismo de Nueva Éter. Sólo que no la conoces.
—¿Y tú la conoces?
—Qué diera por hacerlo. Para eso necesito un maestro. Pero uno verdadero. De esos que no se sabe ya dónde encontrar.
—¿Pero has visto alguna vez a un artista marcial practicando su arte?
—Sí, en Stallia. Un discípulo de Locksley…
—¿Locksley es un maestro marcial? —había mucha sorpresa en los ojos del príncipe.
—Sí. En arquería. Uno de los últimos vivos.
—¿Entonces es posible que exista una filosofía espiritual detrás de un arco y una flecha?
—Mucho más de lo que imaginas.
—¿Cómo puede haber tanto contenido detrás de un acto tan simple como tirar una flecha?
—¿Acaso has visto regresar una flecha?
Axel se quedó callado.
—Pensar en eso te hace respetar cada flecha que lanzas en tu vida. Y más que eso: te hace entender toda la responsabilidad que siempre entrañará la elección de lanzarla.