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Una flecha partió del arco de Robert de Locksley y se clavó en el trasero de un soldado de Minotaurus.

Para diversión general, la flecha tenía una punta de madera, y tanto Robert de Locksley como el pobre soldado no contaban con más de catorce años. El ambiente era de risas en general. En ese instante el soldado «herido» regresaba al escenario para recibir los aplausos de un público adolescente, que se divertía como nunca aquella tarde.

—Locksley es lo máximo, ¿no, João?

—¿Más que el príncipe Axel? —preguntó él, sin rastros de aquellos celos que había sentido un año antes, o al menos sin tantos rastros. Era como si ahora que Ariane Narin era su novia, el príncipe ya no fuera un competidor, aunque esa disputa nunca hubiera ocurrido más que en la cabeza del muchacho.

—Ah —también era impresionante aquel cambio. Hacía un año Ariane Narin habría respondido, por pura provocación: «Claro que no, ¿eh, tonto? Nadie lo es», a sabiendas de que eso sacaría al joven Hanson de sus casillas. Pero en esas circunstancias, por increíble que parezca, ella dijo—: Menos que tú.

João Hanson no alcanzaba a comprender si era posible que la alegría que existía dentro de él cupiera en un cuerpo humano. Él estaba de la mano —¿alguien escuchó?—, ¡de la mano de Ariane Narin, y no como amigo! Él observaba los alrededores y sonreía con orgullo a cualquiera que los mirara a ambos.

Sería mentira decir que ella no hacía lo mismo.

En el patio de la Arena de Vidrio se presentaban las caracterizaciones. En lo alto del escenario, la maestra de ceremonias preguntaba a quién del público le gustaría ser el siguiente. Un muchachillo de no más de diez años, vestido como Axel Branford, subió al escenario, adoptó la pose de combate del príncipe, imitó algunos golpes, saludó al público y salió en medio de los aplausos.

En seguida subió al palco un par de chamacos, que fue ovacionado antes incluso de presentarse. No era para menos: se habían tomado tanto trabajo con ese disfraz, que merecían el premio. Se presentaron uno sentado en el hombro del otro, y el disfraz los cubría a ambos.

—¡Caramba, mira eso! ¡Ya ganó! ¡Ya ganó! —gritaba Ariane.

Mientras el de abajo caminaba con todo cuidado, sin ver bien a dónde se dirigía, el de encima movía los brazos de una manera medio truculenta, lo que volvía cómica la escena. El detalle de la ropa noble, pero al mismo tiempo un poco sucia y apretada; la máscara con la cabeza achatada; el poco cabello detrás de la nuca; los ojos hechos con fondo de botellas, los dientes protuberantes que se salían de la boca, hasta las sandalias en los dedos, ¡todo aquello era muy gracioso!

Esos niños eran una perfecta caricatura del trol Muralla, seguridad personal de Axel Branford. Si el propio príncipe estuviera allí, con certeza estaría rodando en el suelo de risa ante aquella parodia. Y la representación terminaba con una especie de muñeco dentro de un carrito de mano con un poco de heno y —con todo cuidado y sincronía— el «trol» bajando y sacando del heno, con un único dedo, al muñeco de tela vestido con un tirante improvisado.

El muñeco tenía un gran cartel donde se leía: JOÃO HANSON.

Las carcajadas fueron generales, mientras todos señalaban a João, que levantó la mano. Ariane, que recordaba bien aquella escena durante el inolvidable primer encuentro de Axel y María, reía tanto que abrazó a su novio en consideración.

João adoró que todo el mundo viera eso.

Los chamacos se quitaron el disfraz y fueron aclamados por el público. Eran dos hermanos gemelos, llamados Albarus y Andreos Darin, de no más de trece años. Albarus pertenecía al mismo grupo de João en la Escuela Real del Saber; Andreos, al mismo grupo en las clases de ajedrez. Ambos habían escuchado del propio João cómo el muchacho había descubierto que su hermana salía con el príncipe del reino, una cómica historia que, es obvio, corrió con rapidez entre los demás adolescentes.

La presentadora Simony, una joven de más o menos veinticinco años, preguntó si alguien participaría ese día o, de lo contrario, entregaría el premio al mejor disfraz a los gemelos, después de tamaña aclamación.

—¡Nosotros! —dijo una voz que atrajo la atención.

Como todos, João y Ariane miraron en esa dirección. Y sus expresiones se cerraron.

Héctor Farmer subió al escenario con otros dos. La sonrisa canallesca de ese tipo no era una buena señal.

—Odio a ese tipo —dijo Ariane.

—Calma. Puede ser que todo quede en nada.

—¡Qué en nada ni qué ocho cuartos! —dijo ella, rabiosa, como si João fuera el culpable de que el otro muchacho se subiera al escenario—. ¡El año pasado se vistió de mujer, se puso una caperuza blanca e hizo que el amigo de él le aventara jugo rojo en el escenario! Caray, ¿sabes cómo me sentí? ¡Deberían prohibirle participar de nuevo!

—Yo sé —dijo João.

En otros años había visto al muchacho presentando una versión del propio João corriendo desde la Casa de los Dulces con aspavientos afeminados, mientras que otro, vestido de mujer, imitaba una versión obesa de su hermana corriendo y regresando a la casa a cada momento para llenarse los bolsillos con más dulces, en tanto que un tercero representaba a una bruja que no sabía qué hacer e intentaba echarla como a una perra.

Allí estaban los tres. Era obvio que Héctor Farmer iba vestido como Axel Branford. Su compañero, un hijo de familia de buena clase llamado Paulo Costard, llevaba una peluca y, como se puso diversos rellenos en la ropa para simular una gran barriga de donde sacaba todo el tiempo un dulce de algún bolsillo, daba a entender que se trataba de una tosca versión de María Hanson. El tercero se quedó allí cerca, sin que se supiera bien por qué.

—¡Ahora subiré a darle de golpes a todo el mundo! —dijo João, intentando zafarse de Ariane.

—¡No, João! ¡No lo hagas! ¡Te rebajarías a su nivel!

Albarus y Andreos percibieron la agitación de João, al igual que la mitad del público, que no simpatizaba con aquello. Sin embargo, la otra mitad, a la que no le importaba y adoraba las humillaciones públicas, entró en el juego. El tercero ayudó al que estaba vestido de María y le puso un cartel en el pecho que decía: VIRGEN.

Al principio el público se rio bastante.

El tercero estiró un lienzo oscuro en el suelo, frente a los otros dos disfrazados, que fingían estar acostados observando las estrellas, con actuaciones muy teatrales:

—Ay… ay… —dijo Paulo, disfrazado de María Hanson, forzando una exagerada voz aguda—. Aaaxel, eres tan fuerte y bonito y rico y romántico…

—Y aún no has visto naaada —dijo Héctor Farmer, forzando la voz para que sonara exageradamente grave.

Una parte del público rio.

—Ay… ay… Axel, ¿para qué sirve esa boca tan grande?

—Para besarte.

Se escucharon risas. Ariane apretó los dientes con rabia.

—Ay, ¿para qué sirven esos brazos tan grandes?

—Para llevarte en mi regazo.

Más risas.

—¿Para qué sirven esos músculos tan grandes en tu abdomen?

—Para que laves la ropa.

Más y más risas.

—¿Y para qué sirve ese…?

—¡Para eso mismo!

El tercer integrante en el escenario levantó el lienzo oscuro y ocultó a los otros dos de la vista del público. Héctor Farmer y Paulo Costard comenzaron a agitar el lienzo mientras gritaban:

—¡Ay! ¿Qué es eso? ¡Ay, Axel, yo soy pura e inocente…! ¡No! ¡Para! ¡No…! ¡Para…! ¡No pares, Axel, no pares! ¡Ay, qué locuuura!

Buena parte del público deliraba, hasta que las risas se volvieron carcajadas. Al mismo tiempo en que ambos fingían revolcarse detrás del lienzo, lanzaban cosas fuera del escenario, como los dulces, los rellenos de «María Hanson» y, claro, por último, el letrero de VIRGEN.

João seguía temblando, con cara de furia. Ariane le acarició el brazo, intentando calmarlo.

El número terminó con el lienzo aún levantado, de donde se escuchó la voz de Héctor Farmer:

—¿Y…? ¿Te gustó?

—Ay, Axel… —se escuchó la voz forzada del otro muchacho—. Sí, me gustó.

Y el lienzo oscuro cayó, revelando a la «muchacha» poniéndose la mano en la cintura y diciendo:

—¡Sólo así puedo adelgazar!

Una parte del público comenzó a reír e incluso a aplaudir. Otra parte, la menor, consideró de mal gusto el número con María Hanson, que tenía fama de hija de familia y de respeto como nueva profesora.

—Ese tipo…

—João, el secreto es no engancharte. Si no, las personas comenzarán a recordar y…

—¡Ariane, el tipo se está metiendo con la honra de mi hermana! ¡Y todavía se burla de mi novia! ¿Sabes qué es eso para un… hombre? ¿Ver una cosa de esas en público? ¡Tengo la obligación de hacer algo!

—No te preocupes, João —y una mano se posó en el hombro del muchacho; este se volvió y vio a Albarus—. Ese tipo es un idiota. Pero no caigas —y el muchacho le mostró a João al hermano Andreos esperando en otro lado—. Ahora viene la revancha.