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La manzana aún tenía el cuchillo afilado encima. Liriel seguía con los brazos encadenados, pero esta vez al frente, en el regazo.

—¡Concéntrate… y mueve la manzana! —dijo Galford, a su lado.

Liriel inspiró a fondo, se concentró en la fruta y se esforzó. Aquello era difícil. Nunca había intentado algo tan específico de esa manera. La fruta tembló, y asimismo tembló la lámina encima de ella.

Liriel suspiró y todo volvió a la normalidad.

—Otra vez.

—Yo…

—¡Otra vez!

Ella inspiró y se esforzó. Intentar hacer eso de manera tan específica parecía tener un precio. Era como si un objeto puntiagudo se le enterrara en la cabeza, como si alguien intentara perforarle la frente desde adentro. Aquello dolía.

La manzana tembló… y tembló… y tembló…

—Eso… lastima.

—¡Vamos, Gabbiani! —gritó irritado Galford—. ¡Deja de hacerte la débil y mueve la porquería de… manzana!

Liriel, que ya se encontraba estresada, se sentía tan harta y furiosa con aquel sujeto antipático que le gritaba en el oído, que la había forzado con tanta presión, ignorando el dolor que acompañaba al acto. El resultado fue una manzana y una lámina volando en diferentes direcciones, con una energía cinética inexplicable. La manzana voló hacia Liriel y le acertó en el pecho con la violencia de una pedrada. Y el cuchillo voló, girando como una sierra, en dirección a Snail Galford, que se hizo a un lado mientras la afilada lámina le rasgaba una parte del hombro y se clavaba en la pared de atrás.

—Hija de… tu madre.

Liriel sudaba, jadeante y nerviosa, mientras la observaba un sujeto asustado, con los ojos muy abiertos y la mano en una herida sangrante en el hombro.

—Quiero parar. Me quiero ir —dijo ella, casi llorando.

—No. No puedes. Tienes que aprender.

—¿Por qué? Todavía no entiendo por qué.

—Porque sin ti no lo lograré.

—¿Por qué deseas tanto revivir esa sociedad secreta, tú, chusma? ¿Qué es lo que no me estás contando?

—Porque él dependerá de nosotros.

—¿Quién es «él»? —preguntó ella.

Snail Galford se levantó y fue hasta la lámina clavada en la pared. Con cierto esfuerzo, dificultado por el dolor en el hombro lastimado, arrancó el cuchillo y fue hacia ella.

—¿Quién es él? —repitió ella.

—Esa respuesta no importa ahora. Lo que importa en este momento es lo que debemos hacer para llegar a él.

Él tomó la fruta del suelo. Fue hasta el banco y volvió a colocar otra vez la manzana y la lámina encima de ella. La sangre le escurría del hombro y ella se impresionó con la forma en que él ignoraba, o fingía ignorar, el dolor.

—Pero no compren…

—Otra vez.