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Los dieciséis luchadores que representaban al Puño de Hierro estaban reunidos en el cuadrilátero.
Sus monarcas los observaban. Miles de personas de todos los rincones posibles del planeta también. Gente que había viajado por días, incluso semanas, para estar allí. En una plataforma, con un ingenioso sistema de soportes de placas, había dieciséis placas móviles con el nombre de cada reino y, debajo, el primer nombre de su representante.
El presidente de la Confederación Real de Pugilismo estaba de pie ante una mesa con el nombre de cada reino dentro de un vaso oscuro, vuelto hacia abajo. Esos vasos se dividían en dos grupos de ocho nombres. Durante el proceso, el presidente mezclaría los vasos y voltearía al azar dos de ellos. Las placas con los nombres elegidos serían colocadas y levantadas en el mecanismo, para que todo el público supiera quiénes serían los adversarios de una manera clara, a fin de evitar que acusaran a la confederación de beneficiar a algún luchador.
Un trompetista real comenzó a hacer sonar sus acordes, que silenciaron una parte de la algazara. Los tambores repercutieron e incluso los monarcas se agitaron, nerviosos por conocer a sus adversarios. El presidente comenzó a revolver cada uno de los ocho vasos. Se detuvo, volteó el primero, después el segundo, y alguien informó a otro más, que a su vez informó al personal de las placas. Luego se escuchó el primer griterío cuando subieron los nombres por los que los pugilistas se anunciaban en el cuadrilátero:
ALBIÓN X ORIÓN
Caradoc Menoto
Era interesante cómo, a partir del momento en que las placas eran levantadas, los sentimientos entre los monarcas se modificaban, aunque fueran aliados en cuestiones políticas. Aquel momento fue un ejemplo: bastó que las placas subieran para que el rey Oronte, de Albión, mirara al rey Acosta como si ambos fueran antiguos adversarios que verían en la arena a sus campeones trabarse en un duelo por la honra.
La segunda vuelta reveló una futura confrontación:
STALLIA X OFIR
Gilberto Ruggiero
En la arena, toda la atención se dirigía al luchador oriental. María observó mejor aquellos «ojos rasgados» que asustaban a Axel y sintió que se le erizaba la piel. Reparó en el color de la piel, más dorada de lo normal, y no supo si sentirse asustada o fascinada con aquel hombre misterioso. Alrededor, el pueblo aplaudió sin mucho entusiasmo.
Se revelaron los siguientes oponentes:
MOSQUETE X ARAGÓN
Hartas Dimitri
Una vez más sonaron aplausos, pero sin el entusiasmo esperado, debido a la gran masa, sobre todo local. Poco se escuchaba de los fanfarrones de Mosquete, conocidos por el barullo y las excentricidades en su forma de ser. Alrededor, entre aquella multitud, de cada tres frases una llevaba el nombre «Arzallum» o «Minotaurus».
En el cuadrilátero, Axel se movía de pura ansiedad. En las graderías, Anisio tenía un tic nervioso en una de las piernas.
La cuarta vuelta fue anunciada tras el rugido de los tambores:
RÖOK X URUK
Giott Devlin
La locura se apoderó del pueblo, que aplaudió con la certeza de que aquella sería una de las luchas más destructivas de la primera fase. El rey Collen, de Tagwood, observó al rey-bestia, y rogó que sus luchadores se cruzaran.
Entonces toda la arena tembló. Ese temblor provenía tanto de los gritos eufóricos como de la intensidad tan fuerte de los abucheos provenientes de la mayoría. La sonrisa despreocupada de Victon Ferrabrás demostraba quién había sido anunciado:
MINOTAUROS X TAGWOOD
Radamisto Etto
Axel observó al pugilista de Minotaurus: era aquel tipo inmenso con la cicatriz desde la frente hasta la nariz, el cual también era el campeón de Ferrabrás. El gigante blanco caminaba hasta el centro de la arena con los brazos levantados, forzando los músculos para dar imagen aterradora. El luchador de Tagwood, un pugilista que casi frisaba los treinta, intentaba demostrar la misma seguridad, pero era notorio que sudaba frío ante la visión del adversario.
Axel se cuestionó si sería capaz de vencer a aquel gigantón. Pero la duda de ese pensamiento fue interrumpida porque esa vez, buen oyente, ¡ah!, esa vez sí que parecía que la Arena de Vidrio se quebraría —¡al fin! ese es el motivo del nombre—. Los pies del público se agitaban y golpeaban el suelo. Las personas de desgañitaban hasta perder la voz. El rey Anisio aplaudió con una sonrisa triunfante en el rostro. Y entre aquella onda de griterío que impedía pensar, incluso Axel se divirtió con lo que vio. El corazón se le fue a la boca debido a la adrenalina. Parecía que María Hanson se desmayaría de los nervios.
En lo alto se anunciaba ya al adversario de Arzallum.