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María Hanson intentaba no colapsar.

Había ingresado a la Arena de Vidrio, al lado de su eterno profesor Sabino von Fígaro. Los palcos donde estaban las familias reales tenían pocos asientos, por lo que los invitados del rey y sus comitivas debían participar del espectáculo en el segundo lugar más privilegiado: dentro de la propia arena, alrededor del cuadrilátero armado, al lado de las personas invitadas o que pagaban los boletos más caros. María miraba hacia lo alto las graderías cada vez más llenas y todo aquello la asustaba un poco. Ese día, como se trataba sólo de una ceremonia de sorteo de posiciones, los portones se habían abierto al público, por lo que la arena no paraba de llenarse.

—¡Caray, profesor! Nunca imaginé que cupiera tanta gente aquí.

—Señorita Hanson, no olvide que «no debemos creer en nada de lo que se escucha, y sólo en la mitad de lo que se ve».

—Ay, profesor.

—¿Qué le pasa?

—No lo sé. Estoy… nerviosa.

—¿Por usted?

Pregunta capciosa. María no supo qué responder, pero como todo el mundo sabía de su relación, no tenía por qué negarla.

—Por Axel.

Ella se dio cuenta de que la expresión de Sabino cambió. Se hizo más… seria, acaso más pensativa, pero este comentario no es tan relevante, pues Sabino siempre se halla pensativo.

—María —aquí ella percibió que el cambio de expresión tenía un significado: que Sabino no la llamara «señorita Hanson» implicaba que la cosa era seria—. Usted sabe que es una joven a la que el Creador tocó entre miles que quisieran estar en su lugar, ¿no es verdad?

—Sí. Lo sé.

—Claro que usted ya pasó por muchas cosas que la mayoría no habría superado. Sobrevivió a una bruja caníbal, señorita Hanson —aquí ella notó el cambio de tono y de tratamiento otra vez—. Conocí a hombres experimentados, en la época de la Cacería de Brujas, que no fueron capaces de lograrlo.

—¿Por qué me dice estas cosas, profesor?

—Porque usted merece cuanto ocurre en su vida en este momento. ¡Y quiero que esté consciente de eso! Fue elegida por el príncipe más querido del continente, está sirviendo a su patria en la formación de jóvenes en la Escuela Real del Saber y goza de la popularidad instantánea que adquirió entre la población de esta ciudad.

María seguía intentando comprender a dónde quería llegar ese señor astuto. Sabino nunca jamás decía algo sin sentido. La mayoría de las veces lo parecía, pero siempre llegaba a alguna parte. Y le incomodaba no saber a dónde se dirigía aquello.

—¿Sabe, profesor? A pesar de que no puedo ver a Axel con todo el deslumbramiento que provoca, al menos es mucho mejor ser reconocida como «la chica más suertuda de Nueva Éter» que como «la chica de la macabra Casa de los Dulces».

—No lo dudo. Por eso le estoy ratificando aquello. Usted no debe sentirse culpable por que ocurran cosas buenas en su vida.

—No sé por qué estoy cada vez más temerosa respecto de dónde estará el siguiente «pero» de este razonamiento.

Sabino suspiró.

—Cierto. Bueno, señorita Hanson, se lo estoy diciendo para constatar que usted, a pesar de su buena cabeza y la claridad que posee, aún está consciente de que, por maravilloso que parezca todo esto, usted es una muchacha de la plebe y Axel Branford es el primer príncipe de Arzallum, el reino de los reinos.

María se conmocionó.

—¿Qué quiere decir, profesor?

—Que usted debe estar preparada para todo.

—Yo le gusto a Axel.

—No es difícil que usted le guste a alguien, señorita Hanson. Esa no es la cuestión.

—¡A Axel le gusta el estilo de vida de la plebe!

—Así como a la plebe le gusta el estilo de vida noble.

—¿A dónde quiere llegar, profesor? —preguntó María Hanson, comenzando a enfurecerse.

—Al hecho de que quiero que esté preparada para cualquier cosa, María. Usted es una buena muchacha. Una de las mejores de este lugar. Y bien, las personas suelen contaminarse ante el contacto con la nobleza. Es un mundo fascinante desde fuera, pero por dentro involucra traición, envidia, codicia, lujuria y muchos, muchos secretos.

—¿Qué… tipo de secretos?

—Si los conociéramos no serían secretos. Pero son misterios que, al salir a la superficie, provocan que las cosas nunca sean las mismas. Algunos son capaces de romper corazones. Otros, de romper tratados. Ambos serán siempre capaces de provocar lágrimas. Pero el gran hecho es que nada es igual después de que son revelados.

—¿Y si nunca fueran revelados?

—Sus descendientes seguirán llevando la carga.

—¿A lo largo de su vida?

—O hasta la próxima revelación.

María Hanson se sentía algo conmocionada con la conversación. Su cabeza giraba y el pensamiento no lograba fijarse en un punto. Aún tenía centenares de preguntas para Sabino, pero tanto la multitud de afuera como la de adentro de la arena comenzaba a hacer una algazara tan alta que casi no se podía oír ni uno mismo.

Ella buscó el motivo de la gritería y no supo traducir lo que sintió al descubrirlo.

El rey Anisio Branford había llegado a la Arena de Vidrio.