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Otra vez.

—Déjame entender de nuevo: me amarraste, me torturaste, me dejaste con hambre y pusiste a prueba mis límites hasta el punto máximo. ¿Por qué crees que de verdad recibiría órdenes de ti una vez más?

—Porque si no lo haces, nunca sabrás cuál es tu límite.

—¿Y quién dice que deseo conocer mi límite?

—Tus actitudes.

—¿Qué actitudes?

—Gabbiani, heredaste un circo fracasado de un padre cuyo noble apellido había caído en desgracia. Y con el tiempo no sólo asumiste los negocios, sino que reestructuraste el circo y de nuevo lo volviste lucrativo.

—Y eso significa…

—Que hiciste todo eso para limpiar el apellido de tu padre. Para que las personas se acuerden bien de él, no como un traidor, sino con un buen sentimiento.

—Todavía no entiendo cuál es la relación.

—Una muchacha capaz de desafiar a los peores tipos de nobleza, de negociar con mercenarios, de arriesgar el pescuezo en robos imposibles y que además administra un negocio típico de hombres por una causa como esa es, sin sombra de duda, una persona con mucha confianza en sí misma. Eres alguien que se traza metas, Gabbiani. Una típica cabeza dura, que no desiste con facilidad. —Liriel se quedó quieta—. Eres una persona que se lleva a sí misma al límite todos los días. Pero como toda muchacha tienes elementos que te debilitan. La violencia es uno de ellos. De hecho, el principal. —Liriel permaneció sin moverse—. Resulta entonces comprensible que no explores tu don por temor. Temes resultar herida o herir a alguien. Pero la oportunidad que tienes ahora es diferente.

—¿Por qué?

—Porque estoy aquí para garantizarte la protección con que nunca contaste. Además, aún existe un factor en el que deberías pensar.

—Que sería…

—Si acabas lastimando a alguien sin querer, sin sombra de duda, con todo y el juego de palabras, ese alguien seré yo.

A Liriel Gabbiani comenzó a gustarle aquella propuesta.