42

Axel Branford se dirigía a la Arena de Vidrio para asistir al sorteo de las posiciones. A su alrededor había numerosos guardias con el emblema de Arzallum, sin contar a su guardaespaldas, el trol Muralla. Axel no caminaba como los otros. Viajaba sobre una base formada por una carroza sin techo improvisada. Repartía sonrisas tímidas y se mantenía abrazado a una inmensa bandera de Arzallum.

Alrededor, varios niños, decenas y decenas, corrían junto a la comitiva. Las personas en el camino paraban lo que fuera que estuvieran haciendo para aplaudirle, gritarle frases de aliento o arrojar flores en la trayectoria del carruaje. Bastaba con seguir los vítores de las personas para saber dónde estaba. Algunas adolescentes gritaban tanto, y se desgañitaban de tal forma, que se desmayaban en seguida, ya fuera por la insolación, la deshidratación o por la emoción de estar tan cerca de él.

Axel hubiera preferido llegar a la arena con discreción, sin aquel clamor. Pero también sabía que él no era sólo un luchador, y que aquello no era sólo un torneo. Su pueblo estaba feliz. Su padre debía estarlo también. Él era un símbolo, y eso lo hacía sentir orgulloso. Tiempo atrás había aprendido con las hadas que el ego es capaz de destruir una trayectoria, por lo que no se dejaba envolver —al menos ya no— por la seductora sensación de poder que eso le proporcionaba.

Grupos de muchachos gritaban:

—¡A-xel! ¡A-xel! ¡A-xel! —con las manos con ataduras como las de él.

Y los grupos de chicas, bueno…

—¡Vamos allá: uno… dos… tres… y… ya! —dijo una muchacha a un grupo formado por más de dos decenas de chicas.

—¡Lindo! ¡Tesoro! Bonito y… —bueno, ellas repetían aquello de manera incesante y con todo el poder de sus gargantas.

Axel reconoció esos gritos. Se volvió y no se espantó ni un poco cuando vio a Ariane exhibiendo una cinta con un corazón y su nombre escrito a mano con tinta roja. Otras mostraban una cinta con las palabras COMUNIDAD AXEL BRANFORD EN MI CUARTO. Aquello era un club de admiradores, creado hacía poco tiempo, conformado por chicas que adoraban al príncipe. A él no le extrañó nada cuando descubrió que la fundadora era Ariane Narin. Axel la saludó con un gesto y la muchacha comenzó a besar el corazón que traía pintado en la cinta. Saludó a las otras y las voces no pararon. Era un griterío tan vibrante e imposible de ser ignorado, que todo aquel que no estaba en las calles salía a averiguar qué ocurría. Y también comenzaba a gritar o a aplaudir.

Axel vio entonces a María Hanson, cerca del grupo de Ariane. Como siempre, la actitud de ella era tímida, como si buscara pasar inadvertida en medio de la multitud.

—¡Mira! ¡Mira, María! ¡Te está señalando! —dijo Ariane, eufórica.

Desde lo alto, Axel se golpeó tres veces el pecho y, con la misma mano, apuntó a María con el índice. Ella, sin saber qué hacer delante de tantas miradas, repitió el gesto. A su alrededor las chicas del club de admiradoras se habían arrodillado y levantaban y bajaban el tronco en reverencia a María, como si se tratara de una auténtica semidiosa.

—¿Qué es eso, gente? Dejen de hacerlo, por el amor del Creador —se volvió a sonrojar.

Los niños fueron hasta ella y, asómbrense, le pidieron autógrafos a la «novia del príncipe». Sólo entonces María Hanson se dio cuenta de que, en definitiva, había alcanzado el auge de su estatus de celebridad en Andreanne.

Para darse una idea de lo que se dijo, puedo mencionar un detalle con el que tendrás una noción de esa popularidad —de lo contrario es porque tú no debes ser el orgullo de tus padres—: ese año María Hanson había decidido peinar sus cabellos de un modo más… original. Solía acomodar su cabello hacia atrás en una larga cola de caballo que le llegaba a las espaldas, pero el detalle curioso es que siempre, en uno de los lados de la cara, dejaba algunos cabellos para formar una mecha muy delgada, que llegaba un poco debajo de la quijada.

A veces ella trenzaba ese mechón lateral, pero la mayor parte del tiempo sólo lo sujetaba.

No importaba: ya fuera de una u otra forma, el estilo se estaba convirtiendo en una fiebre entre las adolescentes de Andreanne.

Axel Branford avistó al fondo la Arena de Vidrio y sintió frío en el estómago. Su confianza personal se puso a prueba y él se cuestionó si era en verdad la mejor opción para representar a Arzallum en ese torneo. No llegó a ninguna conclusión extremadamente positiva en cuanto a la respuesta, pero sabía que era demasiado tarde para desistir.