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Axel Branford suspiró hondo, mientras se refrescaba el rostro en una bacía. Estaba en su cuarto y observaba el nacimiento del sol a través del balcón. Ese día sería uno de los más excitantes de toda su creación, y no sólo esperaba estar listo para él, sino también capacitado para la responsabilidad que le traería. Era la jornada en que descubriría al adversario que enfrentaría en poco tiempo. Había dormido mal, lo cual no era una buena señal para un pugilista, pero tampoco se sentía cansado. Al contrario, se sentía osado. La tensión y la adrenalina que venía con ella recorrían su sistema interno, y poco a poco él se movía de un lado al otro para descargar aquella sensación.

El hecho era que Axel sabía qué estaba en juego. No sólo se trataba de un campeonato de pugilismo, sino también de una disputa por el poder. Una nueva era se iniciaba en Ocaso y ya se habían dibujado las primeras digresiones políticas. Podían esperarse muchas cosas de esa era que comenzaba, pero la paz no era una de ellas. Los reinos se disputarían el poder para erigirse como los más fuertes. Los líderes debían probar que aún tenían el poderío para mantener su liderazgo. Los sistemas de gobierno serían cuestionados y las ideologías puestas en pugna.

Aquel torneo sería una prueba previa. No sería un torneo que pondría a prueba la fuerza de los mejores hombres. Sería un torneo que pondría a prueba la fuerza de las mejores naciones.

Y Axel Branford era Arzallum.

Mientras pensaba en asuntos de esa naturaleza y se ejercitaba por cuenta propia, tocaron dos veces a la puerta.

—Entre —dijo, sin volverse hacia la entrada del cuarto.

La puerta se abrió y un inmenso trol colocó una parte de su cuerpo adentro, lo cual resulta un comentario muy sustancial cuando se trata de trols. Observó a Axel agitado, moviéndose como si bailara con pasos que recordaban al pugilismo, con una toalla alrededor del cuello y los cabellos mojados.

—¿Listo? —preguntó el trol en su altivo deficiente.

—Desde el día en que di mi primer golpe…

Muralla asintió y salió. Estaba acostumbrado a ver a su protegido siempre sonriente y de buen humor. Incluso en los combates, por arriesgados que fueran, ese muchacho se mantenía relajado ante la vida. Pero no ese día. Allí estaba ante un joven centrado y confiado. Un joven que había pasado por muchas cosas en fechas recientes. Situaciones fuertes que aumentaron la fuerza de su espíritu y aceleraron su madurez como ser humano y representante de una nación. Era un joven que buscaba la fuerza —y confiaba en ella— para alcanzar una madurez.

Un joven que era el reflejo exacto de la nación que representaba.

Axel observó el inmenso cuadro con el retrato de su padre en la pared. Permaneció unos segundos contemplando la mirada de la imagen. Y entonces se golpeó con fuerza tres veces en el pecho. Señaló hacia la tela. Y salió.

El salón comedor ya se encontraba agitado en aquel inicio de mañana. No era sólo el primer príncipe quien se había puesto en pie mucho más temprano de lo que debía. Casi todos los representantes de los reinos, o al menos los que aún se encontraban hospedados en el Gran Palacio, hicieron lo mismo. Los sirvientes servían pan, cereales, aguamiel y jugos de diversas frutas.

A pesar de que el lugar se encontraba relativamente lleno, pocos hablaban. Axel mordió un pedazo de pan mientras se acordaba del combate que le había hecho llegar hasta ahí. El combate contra Gnoll, en el que había subido a la clasificación A y había recibido la candidatura como representante de Arzallum en la disputa del Puño de Hierro. Siguiendo las reglas, cualquier otro de la misma clasificación también podría haberse presentado para ocupar la vacante, lo cual hubiera generado una disputa interna entre los candidatos. Sin embargo, cuando Axel Branford alcanzó la clasificación y obtuvo la candidatura, todos los demás se retiraron.

Todos menos uno.

Prometo que algún día te contaré la historia de ese inmenso gigantón que se atrevió a desafiar al príncipe, sólo que ahora no puedo detenerme para hacerlo. Lo que importa en este momento es que, mientras Axel se preparaba, Melioso, el entrenador del príncipe y antiguo campeón, hoy un señor de respeto y reconocida competencia, se unió a él en la mesa, en tanto el pugilista masticaba su pan y bebía un concentrado de jugo a base de uva.

—Estuve observando un poco a uno de tus posibles oponentes.

—¿A cuál de ellos?

—Al tal pugilista de Brëe.

—No sabía que existían pugilistas en Bree.

—Ni yo.

Los dos rieron. Sucedía que Brëe era el reino de la belleza y de las artes. Para quien viniera de fuera, en realidad era mucho más fácil pensar en encontrar músicos, pintores y poetas, sobre todo poetas, saliendo hasta por los cajones de esas tierras, mas no guerreros, arqueros ni pugilistas. Para darse una idea, la familia real de Brëe se componía de doce princesas. Todas ellas damas que repudiaban cualquier cosa que no reflejara la belleza y que soñaban con matrimonios con artistas en vez de guerreros.

—¿Y qué piensas del sujeto?

—Al ciudadano le enseñaron a proteger sólo un lado de la cara y me parece que es sólo eso lo que logra su inteligencia. No sé, creo que en Brëe un hombre que consiga levantar los brazos debe ser considerado ya como un pugilista.

—Dale el beneficio de la duda. Debe tratarse de un escritor…

—¿Acaso has visto a algún escritor entrar en las arenas de lucha?

—Bueno, existirá alguno.

—Tal vez, pero no hoy.

Axel movió la cabeza. No estaba preocupado por sus oponentes iniciales, sino por aquellos que enfrentaría en las finales del torneo. Los débiles serían eliminados con rapidez. Lo que le congelaba el estómago era la duda de saber si en verdad merecía su lugar entre los fuertes.

—Yo presencié tu combate.

Axel salió del trance y notó a un joven pugilista frente a él, mirándolo mientras masticaba un pedazo de pan, que acompañaba con leche. El muchacho no debía tener más que su propia edad. Exhibía la salud típica de un pugilista, pero con la piel bronceada y los cabellos más oscuros.

—¿Perdón?

—Dije que vi tu combate. El que te trajo hasta aquí.

—Ah, ¿me viste noquear a Gnoll?

—No. Me refiero al otro combate…

Cuando entendió de qué hablaba el muchacho, Axel abrió los ojos y bajó el tono de voz, hasta que casi susurró:

—¿Hablas en serio? ¿Estuviste allí?

—Sí. El combate fue para pocos espectadores, pero, ya sabes, los pugilistas saben de esas cosas.

Melioso asintió. Simpatizaba con el muchacho. Todo entrenador gusta de conversar con practicantes de verdad.

—No sé si ya fuimos presentados antes —dijo Axel.

—No. Soy William. Represento al reino de tu tío Tercero Branford.

—¿Eres el luchador de Cáliz? —había sorpresa por parte del príncipe.

—Sí. Me candidateé antes de que enviaran al animalucho con botas.

Los tres rieron.

—¿Ya pensaste en ese asunto? ¿Qué más faltaría que trajeran a un cuadrilátero?

—Mujeres —dijo el entrenador.

Axel levantó las cejas, en señal de que concordaba. William aprovechó la pausa:

—Es interesante que mencione eso. ¿Sabes que ando pensando en ideas locas como esa?

—¿Mujeres en el cuadrilátero? ¿Quién pagaría para ver un asunto horroroso como aquel? —preguntó el entrenador.

—¡Precisamente! Ellas no lucharían en el cuadrilátero…

—¿Entonces dónde?

—Con trajes mínimos, en el lodo.

Los dos se miraron pensativos un tiempo, con aquella mirada de «¿por qué ninguno pensó en eso antes?», y asintieron.

—¡Uf, yo pagaría una fortuna por ver una cosa así! —dijo Axel.

—¡Claro! Escuchen lo que digo: ¡inviertan su dinero para ver a las mujeres hacer cosas más interesantes! Están por existir aquellas que merezcan pelear en el campo de batalla —afirmó el viejo entrenador.

—Dices eso porque no conoces al nuevo capitán de la Guardia Real —dijo Axel.

—No me digas que es una… —dijo William.

—¡Y guapa! Y te cortaría la garganta antes de que dijeras cualquier insulto contra ella.

William hizo una expresión de duda y volvió a masticar el pan. Axel, que ya había terminado el suyo, se levantó.

—Bueno… William, ¿no?

El muchacho asintió. Axel concluyó:

—Debo irme, pues ambos sabemos que no es aconsejable que los pugilistas se conozcan antes de un torneo, ¿no?

—Es verdad. Pero no te preocupes por mí, alteza. Si nos cruzamos durante el torneo, no tengas duda de que dejaré tu rostro irreconocible para las damas que te curen después.

Axel rio con fuerza, quebrando un poco aquella expresión cerrada que mantenía desde el amanecer.

—No, mi amigo. Sólo lo intentarás.

Axel estiró un puño cerrado. William chocó su puño con el de él, a modo del saludo entre pugilistas. El príncipe y su entrenador ya salían del lugar con expresiones de buen humor cuando Axel avistó a Anisio Branford entrando en el salón. Sus miradas se cruzaron. Y la expresión de buen humor del príncipe se volvió a cerrar.