36
–¿Por qué haces esto conmigo? —preguntó Liriel, llorando.
—Porque necesito que despiertes.
—No puedo. Por favor…
—Gabbiani, lo que eres capaz de hacer sólo tiene dos explicaciones: o eres una bruja o fuiste «tocada».
Ella negó con la cabeza. No porque estuviera en desacuerdo, sino porque no se hallaba en las condiciones psicológicas para convenir con ningún argumento que le impidiera ser liberada.
—Y tú no eres una bruja —continuó él.
—No puedo…
Él se acercó a ella y le dijo al oído:
—Entonces morirás de hambre.
—Por favor…
—¡Deja de hacerte la pobre víctima, Gabbiani! ¡Deja de ser una víctima de las circunstancias!
—Por favor…
La manzana temblaba con el cuchillo encima. Snail sabía que ella podía moverla. Sólo su temor lo impedía. Un temor que necesitaba perder.
—¡Atrae esa manzana, Gabbiani!
—¡No puedo, so maldito!
Snail sintió que la silla donde ella estaba presa «temblaba» con su grito. Después se dio cuenta de que las cortinas se movían. Poco, pero se movían. Tal vez fuera sólo un susurro del viento.
O tal vez no.
—Vas a mover esa manzana con ese cuchillo, ¿sabes por qué, Gabbiani? ¡Porque si no lo haces, avergonzarás a esa sociedad secreta que te escogió para reiniciarse! ¡Avergonzarás a cualquiera que sea la entidad que te tocó!
Snail percibió que los vidrios de las ventanas también comenzaban a moverse, y las sillas cercanas, a crujir. Las cadenas, a estallar.
—¡Y moverás esa manzana porque, de lo contrario, avergonzarás a tu apellido! —el tono de voz aumentaba gradualmente de intensidad—. ¡Moverás esa manzana, Liriel Gabbiani, porque si no lo haces, esté donde esté, el infeliz de tu padre sentirá… aún más vergüenza de ti!
—¡Basta!
Y Snail fue lanzado hacia atrás con la violencia del encuentro con un mamut en movimiento. Las viejas sillas se arrastraron por el suelo. Los vidrios se hicieron pedazos. Las cortinas bajaron y subieron, como si alguien las hubiera extendido. Una de ellas se soltó y dejó entrar la luz de la luna en el ambiente oscuro. La manzana y el cuchillo fueron a parar a otro lado, cerca del estrado improvisado. Pero lo más impresionante fue que una parte de la cadena que apresaba a Liriel se partió como vidrio.
Snail estaba tirado en el suelo, asustado con la intensidad de la fuerza que él mismo había provocado.
—¡Nunca…! —dijo ella, con una voz que no parecía la suya; era la suya, sí, pero no lo parecía—. ¡Nunca menciones el recuerdo de mi padre! ¡Él era un hombre demasiado grande para estar en boca de otros menores como tú!
—Lo creo. Y sólo has probado que nos necesitamos el uno al otro. Yo te necesito para ayudarme a reestructurar esta sociedad y tú me necesitas para alcanzar tu máximo potencial.
—¡No necesito de ti!
—La última vez que dijiste eso tuve que cortar a un bufón con un ojo pintado en la frente para impedir que te matara.
—¿Por qué confiaría en ti después de lo que me hiciste hoy?
—Porque te revelé mi debilidad.
—¿Y cuál sería?
—La misma que la tuya.
Hubo una pausa. Liriel atrajo la manzana hacia sí y le dio un gran mordisco. Después asintió dos veces.
Al fin había comprendido.