33
Liriel abrió los ojos cuando una flama se encendió de nuevo. En realidad ya tenía los ojos abiertos, pero en la oscuridad en que se hallaba su mundo eso no hacía la menor diferencia.
Hasta aquel momento.
—¿Dónde estoy?
—En el mismo lugar.
Liriel percibió que estaba sentada. Intentó mover los brazos, pero no lo consiguió. La había encadenado a una de las sillas.
—¿Qué crees que estás haciendo, so desgraciado? ¿Tú… me pegaste? ¿Es que perdiste la…?
—Te estoy iniciando.
Ella se sintió conmocionada. Ante el silencio, este continuó:
—Liriel Gabbiani, has sido convocada. Serás la primera y mi brazo derecho. Sin embargo, para eso existen algunas cosas en las que necesitas… perfeccionarte. Y lo haremos por medio de tu iniciación.
—Estás loco.
—Si doblas los brazos, comprobarás que con el antebrazo flexionado al máximo, tus manos tocarán tu boca. Es probable que no hayas comido nada en las últimas dos horas. Si contamos el tiempo que estuviste desmayada, esas horas serán tres. Debido a la situación de peligro, no debes sentir hambre en este momento, pero la tendrás cuando te comiences a relajar.
Hubo un silencio. Él esperó la reacción de ella. Liriel pensó en rezongar alguna cosa más, pero desistió y sólo preguntó:
—¿Y?
Ella vio la silueta de Snail surgir frente a ella. Era impresionante cómo él y el resto de las sombras parecían hermanos siameses. Una bandeja con una manzana fue colocada frente a ella.
—Esta bandeja, como todavía puedes ver, tiene una manzana. Si no logras tomarla, tu hambre empeorará.
—¿Y cómo voy a coger la manzana si estoy amarrada, so idiota?
—¡No te hagas la experta conmigo, Gabbiani! —la frase fue dicha con ferocidad, la suficiente para asustar más a aquella que ya lo estaba—. Ambos sabemos que tú… mueves cosas. No conozco el nombre de esa habilidad, pero sé que eres capaz de hacer cosas con tu mente.
—Es un truco, sólo un truco.
—No. Es un don.
Liriel comenzó a sentirse nerviosa y agitada. Las cadenas que la privaban de movimiento la incomodaban. El ambiente pesado la ponía tensa. El hambre, confundida. Aquella… sombra que la observaba como si fuera un animal le estorbaba a su raciocinio. Comenzó a agitarse como si tuviera las fuerzas suficientes para liberarse sola de las cadenas.
—¿Por qué haces esto conmigo? —preguntó, con la voz temblorosa, comenzando a llorar.
—¡Porque eres débil, Liriel! ¡Porque no mereces el don que posees!
—Pensé que… —susurró ella, entre el llanto.
—¡Porque hoy aquí, muchacha, aprenderás a evolucionar o morirás! ¿Me escuchaste, Liriel? ¡O morirás!
—Pensé que éramos compañeros… —siguió susurrando.
—¿Ves aquella vela? ¡La cera se está acabando! ¡Y cuando se apague no habrá más luz aquí! ¡Ambos sabemos que eres incapaz de mover aquello que no ves! Entonces dime: ¿quieres morir de hambre, Gabbiani?
—Pensé que éramos… amigos.
—¡Entonces para de llorar como una niña inútil y toma esa porquería de manzana! —le gritó él, cerca del rostro, aunque ella ya no supiera de qué lado se encontraba.
—¡Está bien, maldito desgraciado! —gritó ella en la oscuridad, mientras estiraba la mano izquierda. La fuerza mental que acompañaba a ese acto físico era tan fuerte, tan fuerte, que la manzana provocó que la bandeja se moviera.
Entre las sombras, Galford no manifestó el encantamiento de volver a ver aquello. La materia atraída por una fuerza producida por la mente humana, incomprendida por cualquiera que no fuera igualmente capaz de generarla.
Liriel cogió la manzana por instinto y se la llevó con rapidez a la boca, mordiendo un gran pedazo. Pero cuando iba a morder el segundo, sintió que le arrancaban la fruta con violencia.
—¡No! ¡No! Dijiste que…
—Otra vez.
Hubo un silencio. Su silueta surgió de nuevo ante ella y volvió a poner la manzana mordida encima de la apartada bandeja.
—Otra vez.
Ella se mordió el labio inferior. Sentía rabia. Estaba furiosa de haber sido probada como un conejillo de Indias y, sobre todo, furiosa por saber cuán impotente se encontraba en esa situación.
Estiró el brazo, y una vez más la manzana, como una pieza de metal cerca de un imán, voló hasta ella. Aunque el hambre tuviera la misma intensidad, esta vez logró mucho más control en el movimiento.
—¿Puedo comer ahora?
Snail retiró de nuevo la fruta de sus manos.
—Todavía no.
Ella le lanzó la peor mirada del mundo. A él no le importó y dijo:
—Por lo visto, en verdad necesitas observar lo que moverás antes de hacerlo, ¿no?
Ella no respondió.
—¿Estoy equivocado?
—¡Vete a Aramis!
Snail se aproximó y el corazón de Liriel se aceleró cuando escuchó el roce. Sus ojos se abrieron y reflejaron el brillo de la lámina de un cuchillo más afilado que muchas de las espadas de guerreros expertos. Esta llegó muy cerca de sus ojos y apenas con el mínimo roce en su nariz le provocó un corte de donde escurrió la sangre.
Había pocas cosas con las que Liriel Gabbianni tenía dificultades para lidiar.
La violencia era una de ellas.
—¿Estoy equivocado? —volvió a preguntar él, alterando la voz.
—No —respondió ella, conmocionada.
Él movió la cabeza, satisfecho, y fue hacia la bandeja. Volvió a colocar la manzana y dijo:
—Memoriza lo que ves ahora. ¿Puedes hacerlo?
—¿Qué es lo que quieres?
—¿Te das cuenta de que si atrajeras el cuchillo en vez de la manzana, la lámina te amputaría los dedos?
El corazón de ella palpitó fuerte de los nervios. El aire no existía ni circulaba más.
—¿Puedes mover la manzana junto con el cuchillo?
Ella seguía demasiado asustada para pensar con lucidez. A cada momento se sentía más y más involucrada en aquel maldito juego psicológico, pero tampoco veía la forma de escapar a tan peligroso rompecabezas.
—Sí puedo.
—Bien, en las actuales condiciones no lo dudo. Veamos cómo sales de esta… Así.
Colocó el cuchillo encima de la manzana. La poca luz danzó en el brillo de la lámina afilada. Se escuchó un soplido.
Y aquella llama que danzaba se apagó.
—¿Sabes por qué las cortinas de este lugar son negras, Liriel? Porque la luz no llega aquí. Puedes gritar y nadie te escuchará. El tiempo pasa, pero no te das cuenta. Si no tomas esa manzana, morirás de hambre, pues nadie vendrá a alimentarte. Te aconsejo que sólo muevas la manzana. De lo contrario, bueno, no sé cómo harás para sujetarla…
El corazón de ella latía tan fuerte que no escuchaba bien lo que decía Snail. El hecho era que, en ese instante, Liriel Gabbiani tenía los ojos muy abiertos.
Sin embargo, en la oscuridad de su mundo eso no hacía la menor diferencia.