30
Snail Galford estaba ante el pequeño estrado improvisado. Había apartado muchas de las viejas sillas colocadas al frente, para hacer un círculo mal formado con sólo tres al centro. Una frente a la otra. El candelabro que había traído estaba encima de la silla del medio. Ahora sólo había dos velas encendidas. Liriel no tenía la menor idea de lo que él pretendía con eso, lo cual no resultaba anormal tratándose de la persona con la estaba lidiando.
—¿Ya te dije que este lugar me da escalofríos?
—Sí, ya lo dijiste.
—Me parece impresionante que eso no te moleste ni un poco, ¿eh?
—¿Te refieres a que el lugar me da escalofríos o a que tú te sientes así aquí?
—A las dos cosas.
Snail detuvo lo que estaba haciendo. Y movió la cabeza.
—Sí, en verdad no me molesta ni un poco.
—No puedes ser así, tan… frío. ¡Debe haber algo que te conmueva!
—Siempre lo hay. Pero sería una debilidad si dejara que lo supieras.
—Claro.
Liriel siguió observando el ambiente. Snail sopló en la segunda vela. Y, si antes el ambiente ya era siniestro, con una sola vela, cuya llama danzaba entre las tablas rechinantes, este empeoró.
—Negro, en serio que me estás erizando —dijo ella, observando los alrededores. Lo que antes parecían sombras ahora semejaban bultos.
—Te acostumbrarás a ellas.
Liriel dio un grito de susto, pues la voz sonó detrás de ella. Liriel se volvió, contorsionando la columna a la manera de un gato, y comprobó que ahora Snail estaba detrás.
—¡Diablos! ¿Me quieres matar del susto?
—Sería una muerte muy tonta para una ladrona astuta.
Ella estaba demasiado asustada para reír.
—¿Qué intentas con todo esto?
—Ya te dije: quiero recomenzar la filosofía de las sociedades secretas que nacieron aquí.
La llama de la única vela continuaba danzando.
—¿Y cuándo pretendes comenzar?
—Ahora mismo.
Hubo un grito. Ninguna llama siguió danzando.
Y el mundo de Liriel Gabbiani se volvió oscuro.