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Sonaron las cuatro campanadas.

Atrás de la catedral de la Sagrada Creación había un terreno baldío, que un día había sido usado por un antiguo clérigo para sembrar girasoles, pero que hoy era sólo un pedazo de tierra que se enlodaba en los días de lluvia. A los niños les gustaba usar el lugar para jugar, sobre todo los que no eran allegados a las cantinela de los clérigos en las misas y que acudían obligados por sus padres.

Y, bueno, decían que había sido allí también donde murió Jamil Corazón de Cocodrilo, lanzado desde lo alto de aquella catedral por el príncipe Axel Terra Branford. Sin embargo, ninguno de ellos había visto el cuerpo ni sabía si aquello era verdad en primer lugar. Pero desde que eso había pasado, o desde que los rumores habían circulado en boca de la población, ningún grupo de niños se había atrevido a reunirse de nuevo allí.

Hasta ese día.

—¡Está bien, gente, y ahora manos arriba! —gritó una sorprendente y megaanimada Ariane Narin con la voz más enfática que podía. Parecía la doble de una artista circense, encima de un tablado improvisado con viejas cajas de madera.

Y el grupo de adolescentes y niños que estaban allí, el cual era mucho mayor que toda la clase junta de João Hanson —había aumentado debido a la «publicidad de boca en boca» realizada para la pelea—, levantó las manos y comenzó a agitarlas.

—¡Para atrás! ¡Para atrás! —continuó ella. Las personas se apartaron para dejar el espacio que definiría el área del cuadrilátero para João Hanson y Héctor Farmer, los cuales ya se encontraban debidamente sin camisa y con ataduras alrededor de los puños—. ¡Y díganme…! ¡Eeeh! Díganme: ¿qué es lo que harán ellos ahora?

Se hizo el silencio.

El grupo de adolescentes y niños —que nunca antes había visto una disputa de boxing en vivo— se sorprendió en busca de alguien que supiera lo que había que responder.

—Ay… —suspiró Ariane, bajando los brazos y poniendo las manos en la cintura—. Presten atención…