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Señores, como ustedes saben, los genios son entidades más próximas entre los seres humanos y los seres inmateriales —dijo Rumpelstiltskin en medio del silencio—. Son entidades creadas con la intención de establecer ese puente místico y liberar, cuando se encuentran autorizadas, determinados conocimientos para la evolución de nuestro mundo. En Mecha, capital de Labuta, nuestro reino natal, durante mucho tiempo trabajamos con ellos a nuestro lado y hallamos más de lo que cualquier especie se atrevería a desentrañar. Descubrimos la inversión de la gravedad, que permitía a las alfombras levantarse y volar, la victoria ante la materia que los hacía alterar sus tamaños y hasta la fuente de sus aptitudes, tenidas por la mayoría de ustedes como inalcanzables…

—Por lo que quieres decir, gnomo —dijo el rey Tercero—, ¿descubriste la fuente del poder de los genios?

—En realidad, majestad, nosotros no la descubrimos. Nos fue revelada por ellos cuando fueron autorizados para ello.

—¿Autorizados? ¿Por parte de quién o de qué?

—Disculpe la falta de precisión, sabio rey, pero nosotros, los gnomos, entendemos de magia y ciencia, no de jerarquías etéreas.

Hubo más murmullos. Rumpelstiltskin emitió una señal y uno de sus asistentes se aproximó y abrió una valija con un sistema ingenioso. Con seguridad hasta el propio Snail Galford se vería obligado a tomar un curso para abrir un artefacto como aquel. Rumpelstiltskin retiró de allí un cristal rojo como rubí. Sin embargo, parecía tan cristalino que era posible ver su interior como si fuera vidrio. Y algo en su interior.

—Señores, este es un cristal yin —el gnomo levantó el brazo y lo mostró a los presentes—. Es un cristal diferente a cualquiera de los otros que cualquiera de ustedes haya visto algún día. Sus propiedades son distintas, así como su composición. Es fuerte y sólido por fuera como todo cristal, pero es imposible negar que por dentro sea mucho más sutil que otras piedras.

—¿Y en qué modifica nuestro actual conocimiento un cristal como ese?

—Lo modifica a partir del hecho de que ningún cristal conocido hasta hoy posee la capacidad de absorción de energía de este poliedro.

—¿Cuando dices energía te refieres a energía luminosa? —preguntó el rey Segundo.

—No, majestad. Me refiero a energía etérea.

El salón se agitó otra vez. Resulta difícil aceptar que alguien entre en tu casa y te diga que todo lo que conoces ya no sirve tan bien como creías hace tan sólo poco tiempo.

—¿Cómo puede un cristal absorber energía tan sutil, gnomo? ¡Estamos hablando de una energía emanada de semidioses! ¡Una energía muy por encima de nuestra comprensión! —dijo el rey Anisio, cuyo comentario recibió murmullos de aprobación.

—Rey Branford, estoy de acuerdo con usted cuando dice que esta es una energía que nunca comprenderemos por completo. Se trata de una energía que nos otorga creación y de la cual nunca tendremos el control; de lo contrario, nosotros mismos seríamos creadores y no creación. Sin embargo, vivimos en un mundo donde los primeros dragones estaban formados de éter. Hablamos de los mismos elementales que nos vinculaban y que todavía nos vinculan a nuestros sueños, así como a los sueños de nuestros sagrados semidioses. Y eso hace que nuestra tierra sea tan inestable, donde la magia sólo es destructiva para quien no tiene la disciplina de estudiarla.

—Aún así —dijo el rey Collen— debes decirnos cómo una energía tan sutil como el éter se puede concentrar en un objeto de apariencia tan frágil.

—Es posible con el descubrimiento que fundamenta la magia que denominamos roja: el líquido que usted observará mejor al colocar el cristal bajo una buena fuente de luz.

El rey Anisio, al lado de Axel Branford, observó el cristal próximo a un sirviente que sujetaba un candelabro. La textura del cristal también recordaba al vidrio, pero era posible percibir que sería preciso más que un martillazo para partirlo.

—Parece que algo de verdad corre por el interior de esta piedra —dijo Anisio—. Pero es algo más… denso que el agua, y aún así lo bastante suave para no convertirse en piedra allí adentro.

—Perfectamente —dijo el lord gnomo—. Están ante el mayor descubrimiento de todos los tiempos.

—A fin de cuentas, ¿qué es ese fluido, señor Rumpelstiltskin? —preguntó Axel Branford.

La respuesta los dejó boquiabiertos:

—Éter líquido.

El salón se convirtió en un pandemonio. El rey Anisio se vio obligado a pedir silencio tres veces, lo cual era algo notable, pues un monarca no suele repetir órdenes, ni debería hacerlo.

—¿Cómo —preguntó perplejo el rey—, cómo pueden ustedes concentrar una energía tan sutil no sólo dentro de cristales, sino en sustancias líquidas?

—¿Ve usted cómo nuestras culturas andan en pasos separados? En Oriente estos experimentos ya son conocidos y hace mucho tiempo que estudiaron sus propiedades sin lograr, no obstante, la perfección de lo que aquí presentamos.

—No pareces haber respondido a mi pregunta, señor Rumpelstiltskin —continuó el rey.

—De nuevo le pido que me disculpe, gran rey. Sígame: el éter es lo que da origen a lo fantástico, y es a través de los genios y sus revelaciones para la construcción de la nueva era, que apenas comienza, que aprendimos a adquirirlo. De esta forma construimos pequeños tanques de éter líquido, donde sumergimos los cristales yin.

—¿Y qué descubrieron?

—Que esos cristales no sólo son capaces de absorber éter líquido, sino que también lo necesitan para generar fuerza, de la misma forma que su piel absorbe agua y se arruga cuando está mucho tiempo sumergida en un lago, y aún así no puede vivir sin ella dentro de usted.

Otra pausa. Más murmullos. El rey Adamantino tomó la palabra:

—Dices que esos cristales necesitan ser bañados en… «éter líquido» para generar… fuerza. ¿A qué tipo de «fuerza» te refieres?

—A una fuerza para la cual no teníamos un nombre hace algunos años, pero que hoy fue bautizada por el sultán de Al-Qadim.

—¿Y con qué nombre la bautizó el sultán? —preguntó el rey Tercero.

—El Etherpunk —hubo algunos murmullos y voceríos más antes de que el gnomo continuara—: con esta generamos una fuerza altamente original, que mueve mecanismos creados por nosotros para todo tipo de máquina que nuestra imaginación conciba, como esta que nos trajo aquí por los cielos el día de hoy.

—¿Y nos puedes revelar lo que los genios les enseñaron sobre esas formas de extraer éter en estado tan puro? —insistió el rey Adamantino.

—Esto, por desgracia, es algo que aún no puedo revelarles. Sólo se lo diré al rey Branford cuando estemos a solas, en caso de que nuestros pueblos lleguen a un acuerdo de cooperación que agrade a ambas partes.

—¿Y de lo contrario? —preguntó el rey Anisio.

—De lo contrario, majestad, volveremos a los cielos y ofreceremos ese acuerdo a otros que nos puedan dar lo que esperamos…

Aunque entendía las motivaciones expuestas, el rey no pareció contento con el comentario. Iba a hacer una observación cuando el gnomo agregó:

—Pero, si fuera de su interés, podemos hacer una demostración de esa fuerza roja y de cómo modifica cuanto sabemos sobre la quintaesencia. ¿Sería esto del agrado de este Salón Real?

Y todo el salón emitió onomatopeyas de aprobación. Parecían niños ante un espectáculo presentado en el escenario de la gloriosa Majestad, y bendito sea el hombre que creció pero que mantiene dentro de sí la alegría de un niño y que vive cada día como un gran día.

El noble gnomo recibió de un asistente un segundo cristal, esta vez tan blanco que llegaba a verse transparente. Si el otro parecía vidrio, este era del todo indisociable, al menos de lejos.

—Señores, este cristal que les presento ahora es un cristal yang. De igual forma que el otro, tiene una capacidad de absorción del éter líquido, pero con una propiedad diferente y opuesta a la del cristal yin.

—¿Entonces se trata de dos fuerzas opuestas? —preguntó el rey Branford.

—En realidad es como si fueran una misma fuerza, sólo que vista desde ambos extremos. No se oponen, sino que se complementan.

Más vocerío en el ambiente.

—La diferencia es que descubrimos que el cristal yin absorbe el éter líquido a temperaturas elevadas, mientras que el cristal yang lo hace a temperaturas frías. Y eso provoca que todo resulte mucho más interesante…

El otro asistente, que no necesitaba encargarse de la valija, trajo esta vez al salón una especie de artilugio que más parecía una pequeña chimenea de vidrio. Tenía una base que recordaba a un cubo, con un largo un poco mayor que el de la cadera de un hombre. Su altura iba más o menos hasta las rodillas de un hombre mediano. A su vez, ese cubo se encontraba preso en una base en forma de estrella, donde había cuatro muescas para alojar cuatro objetos del tamaño de un huevo.

—Señores, este es un aparato al que denominamos Sandman. Un captador de energía etérea que creamos y que aprendimos a manipular con física aplicada.

El salón era nuevamente todo silencio.

—Así, fíjense en que la fuerza roja establecida en este campo energético es tan fuerte, que si los unimos en este Sandman… —ambos gnomos se agacharon y colocaron los cristales en la base del artilugio.

Hubo un ruido que recordaba el sonido de un viento fuerte entrando por la abertura de una puerta, arrastrando polvo y hojas con él.

El salón exclamó asustado. Nadie pestañeaba. Nadie.

Ambos gnomos soltaron los cristales, que parecían brillar más fuerte de lo que deberían. El señor Rumpelstiltskin hizo una señal y otro asistente corrió para tomar una gran bolsa, amarrada con una cuerda. Mientras tanto, exclamó para el salón:

—Señores y señoras, ahora, para concluir nuestra demostración, me gustaría contar con algún voluntario que se ofrezca en este salón…

Las personas se miraron. Miradas osadas en busca del primero con el coraje de saciar esa curiosidad obsesiva dentro de aquel compartimento. El silencio comenzó a volverse angustiante, hasta que alguien dio un paso al frente. El salón aplaudió.

El voluntario era Axel Branford.

—Por favor… —Rumpelstiltskin extendió el brazo hacia el príncipe, en dirección al mecanismo. El gnomo llevó a Axel hasta la cima de la estrella que formaba la base donde estaba el cubo y la pequeña chimenea de vidrio. Axel se mantuvo allí de pie, y sería mentira decir que no se sentía algo aprensivo.

—Príncipe Axel Branford, insisto en que uno de ustedes observe de más cerca, pues tengo la seguridad de que lo que verán es algo tan fantástico en la concepción de los presentes, que la mayoría pensará que fue producto de una alucinación o de un truco cuyo mecanismo de ilusionismo es demasiado difícil de descubrir.

Axel aún se mostraba aprensivo. El resto del salón, también.

El gnomo desamarró la gran bolsa que le había entregado el asistente. Adentro había arena.

—¿Podrían apagar algunas velas de algunos candelabros? No todas, sólo unas pocas.

El gnomo vació el saco de arena en el centro de la pequeña chimenea de vidrio rodeado por los cuatro cristales. Los candelabros se apagaron.

Y de inmediato el salón entero quedó boquiabierto con lo que vio.