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Aquel día los salones del Gran Palacio estaban en verdad agitados.
Mucho más que los sirvientes en desbandada o que las ayas desesperadas por los hilos de lino fino sueltos de un precioso vestido noble. Se trataba sin duda alguna de una auténtica ansiedad, de un «egrégor» de sensaciones universales proveniente de todo aquel pueblo. A final de cuentas ese palacio había visto a un príncipe gatear, caminar y caer, andar, hablar, correr e incluso cabalgar.
Y ese día, de pronto, se consagraría como rey.
Ya hacía algún tiempo que el rey Primo Branford había sido víctima de un ritual sombrío, comandado por una bruja igualmente lúgubre, y aunque Anisio hubiera asumido las decisiones de su reino en las semanas que siguieron a aquello, la ceremonia oficial de coronación estaba por celebrarse tras haber transcurrido seis meses de la fatalidad. Ese lapso se otorgaba para que todas las comitivas de los quince reinos en tierras occidentales, y otros tantos en el cielo y en el mar, se prepararan y, cada uno a su tiempo y según sus necesidades, planearan las providencias y los rumbos de sus viajes a Arzallum.
Así, las primeras comitivas en llegar fueron las de Cáliz y la del reino de Fuerte, lo que era natural, pues se trataba de los reinos más cercanos, gobernados por los reyes Segundo y Tercero Branford, hermanos del fallecido rey Primo.
En ese instante Tercero Branford se encontraba en sus aposentos, pues su viaje había sido el más cansado. Segundo paseaba con su sobrino por los agitados corredores del Gran Palacio, mientras aprovechaba para enterarse de cuanto pudiera saber, a modo de proyectar para el futuro todo aquello susceptible de vislumbrarse con anticipación.
—¿Cómo está Blanca? —preguntó el rey Segundo mientras caminaban.
—Al principio lloró durante días por la muerte de su madre. De hecho, lloró tanto, pero tanto, que pensé que moriría. Sus pómulos perdieron sus curvas y hasta llegó a ponerse esquelética de tanta lágrima derramada.
—Debemos comprenderla. Yo lloré menos, pero también sufrí la muerte de mi hermano, tu padre.
Anisio suspiró con fuerza y preguntó:
—¿Es posible morir de llanto, sabio tío?
—No. Pero es posible morir del dolor que lo acompaña.
El rey Segundo no preguntaba por la princesa Blanca por casualidad. Cerca de Arzallum también estaba el reino de Stallia, hogar de los Corazón de Nieve, lo que en esas condiciones no dejaba de ser una incógnita y una preocupación más. A fin de cuentas, por más que la princesa Blanca estuviera por convertirse en la sagrada reina de Arzallum, nadie sabía qué esperar de las relaciones entre ambos reinos desde que la reina Rosalía Corazón de Nieve fue asesinada en tierras de Arzallum, durante el mismo ritual de magia negra que involucró al heredero de James Garfio, Jamil Corazón de Cocodrilo, y a la bruja caníbal que victimó a Primo Branford.
—¿Tú ya estuviste con Alonso después de… de… ya sabes…? —preguntó el rey Segundo. Ambos observaban la agitación palaciega desde una de las muchas terrazas del Gran Palacio.
—Todavía no —una pausa, creada por la incomodidad—. ¿Crees que tal vez no haya marcha atrás, tío?
—Anisio… creo que Alonso tiene la capacidad suficiente para entender que no fue culpa de la guardia de este reino que su reina padeciera en estas tierras.
—No sé si un Corazón de Nieve tendrá tal capacidad de juicio en estas condiciones…
—¿Tu dama ha sugerido lo contrario? —la pregunta era inteligente.
—No como parecería por esta conversación, pero a través de Blanca aprendí que esa familia tiene sentimientos muy complejos, a los que suelen dar una salida más exagerada. Como te dije: Blanca lloró días enteros y casi no comió, más que algunas migajas. ¡Con todo, en los últimos días ha sonreído como una niña, creyendo que seré un gran rey! Así son en esa familia: diferentes. Si aman, lo hacen con mucha intensidad. Si odian, lo hacen con todas sus fuerzas.
—Eso es típico de la especie humana.
—No para un Corazón de Nieve, insisto. ¿Sabes? Existen familias fraguadas en el acero. Hay familias como la nuestra, forjadas en la pobreza y en las duras pruebas impuestas por las hadas. Pero los Corazón de Nieve son distintos. Son mucho más inestables. Movidos por otra cosa…
—¿Quieres decir que están forjados en qué?
—En los dolores más profundos y en las alegrías más inestables de un corazón humano.