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Señores aquí presentes, como dije antes, soy el señor Rumpelstiltskin y estoy aquí para traerles el futuro de todo el continente de Ocaso.

Una vez más el salón del Gran Palacio se encontraba abarrotado, sólo que ahora en absoluto silencio, tanto de nobles como de sirvientes. El rey Anisio permanecía de pie, frente a su trono fundido en plata, mientras que el pequeño visitante, acompañado de otros dos asistentes igualmente bien vestidos, con cabezas desproporcionadas y maletas más grandes que las de cualquier humano, lo auxiliaban en su discurso.

—Su majestad, la historia que involucra la creación y el funcionamiento de nuestro mundo de éter es conocida por la mayoría y por mucho más que esa mayoría. De eso tengo la más absoluta certeza. Sin embargo, me parece que no es del conocimiento general de sus gobernantes e incluso de sus gobernados la diferencia con que los continentes de Naciente y de Ocaso se desarrollaron en el aspecto tecnológico —él cambió el foco de su mirada—. Para confirmar mi opinión, me gustaría en este instante preguntar a los presentes algo que conozcan, o crean conocer, sobre lo que llaman el «continente exótico».

Un noble de la comitiva de Aragón, de quien la mayoría no sabía el nombre, se adelantó:

—Oí decir que allá existen hombres debiluchos que se acuestan desnudos en camas de clavos…

El gnomo pareció sonreír con aquel, su rostro desproporcionado, al resto de su cuerpo, y dotado de un sorprendente buen humor respondió:

—¡Uf! Imaginen la curiosa escena que debe ofrecer un hombre de esos bebiendo agua tras semejante hecho. ¡Deberían ponerlo a regar los jardines! —y ante la sorpresa por el ingenioso comentario, todo el salón del Gran Palacio comenzó a reír.

Otra voz presente, ya más animada, dijo:

—Parece que allá hay flautistas que hipnotizan cobras y las hacen bailar en plena plaza…

—¡Uf! Entonces ya sabemos a quién llamar cuando nuestras calles se infesten de ratas —el salón comenzó a reír de nueva cuenta. Hasta el rey Anisio.

Una tercera voz recorrió el recinto:

—Por lo que se cuenta, existen hombres con turbantes que mandan degollar a bellas mujeres semidesnudas cuando estas les cuentan malas historias al pie de la cama…

—Creo que todos deben entenderlos: ¡muy malhumorado debe ser un hombre que se acuesta con bellas mujeres semidesnudas con la intención de escucharlas contar historias! —el gnomo rio y los allí presentes también—. ¡Y para colmo malas!

Esta vez el salón estalló en carcajadas. La empatía del orador con su público se había restablecido.

—¿Es verdad que allá las mujeres se acuestan con genios? —preguntó el príncipe Axel.

Todos callaron en forma abrupta, con lo que la simpatía lograda se diluyó de inmediato. Por primera vez, o al menos hasta ese momento, el pequeñín de gran cráneo pareció no hallarse tan bien dispuesto.

—Príncipe Axel Branford, le aseguro que muchas cosas se mitifican cuando provienen del pueblo de Oriente. Sus culturas son diferentes y, sobre todo, la filosofía que envuelve a sus tradiciones. El oriental es un pueblo que da un valor principal y exacerbado a conceptos como el honor y la vanidad; sus comercios comprenden productos de los que ustedes no conocen todo el potencial; sus animales no existen en estas tierras, y sus rituales de magia no se describen en los libros de Occidente. Sus mujeres son exóticas y se visten para agradar a sultanes tan ricos que comprarían este palacio sólo para servir de alojamiento a su harén, sin que pretenda ofender a nadie con esta afirmación. Sólo a modo de comparación, su hija Badoura, la princesa de Jade, tal vez es la mujer más bella del mundo…

—En verdad resulta de dar pena un continente que no conoce a Blanca Corazón de Nieve —dijo el rey Alonso, haciendo que la princesa se ruborizara y todo el salón se riera—. ¡Blanca, querida, creo que mandaré hacer una réplica tuya en cera y la enviaré a algunos sultanes! ¡Tendrá más éxito que una princesa de jade! —el salón rio con fuerza por segunda vez—. Pensándolo bien, creo que mejor no. Ellos le mandarían contar historias y degollarían a la pobre en cuanto guardara silencio… —esta vez el salón entero rio a carcajadas.

El pequeñín llamó hacia sí la atención de nuevo:

—Pues por más distinta que sea para los presentes la cultura de Oriente, les digo que esta prestó un valiosísimo servicio a la humanidad con contribuciones que involucran experiencias, o al menos «financiamiento» de experiencias, que por largos años trataron de buscar una forma de fundir la magia con la más desarrollada tecnología de las especies inteligentes.

—Imagino que tienes en verdad mucho que decirnos e incluso enseñarnos, señor Rumpelstiltskin. Para que te des una idea, hasta hoy creíamos que los barcos eran para ser puestos encima del agua del mar…

Algunos contuvieron la risa, no porque el comentario del rey resultara gracioso, sino porque debería ser absurdo. Mas no lo era.

Ya no.

—Lo que afuera vieron sus ojos es sólo una pequeña muestra de poder y de cómo la nueva magia desarrollada en Oriente es capaz de revolucionar todo el conocimiento occidental.

Hubo murmullos. El hecho era que cualquier referencia a cosas nuevas resultaba siempre más difícil de ser aceptada en Occidente que en Oriente. Más aún cuando se trataba de asuntos que involucraban magias, espíritus o nuevos semidioses.

—¿Y qué nueva magia sería esa? —preguntó un rey curioso.

—La «magia roja», majestad.

Anisio Branford comenzó a temer los rumbos que tomaría aquella conversación. Y en ese momento entendió que el mundo cambiaría.