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–Saludos, pueblo de Ocaso, maestres y monarcas de este continente tan promisorio. Hace mucho esperamos esta venida, y admito que es un gran placer para nuestro pueblo no sólo comprobar su existencia, como para nosotros formar parte de manera individual de este momento histórico —la voz que emitía esas palabras era de una tonalidad neutra, ni alta ni baja.
El altivo utilizado era de una riqueza aterradora para los que observaban, y su emisor tenía un estilo tal para comunicarse que hacía que las personas parecieran más chicas de lo que eran. Ese era un detalle digno de notarse y te voy a explicar por qué.
Sucede que aquel que descendió de ese… barco-que-navegaba-en-el-cielo, o sea cual fuera el nombre de aquella cosa, era un ser delgaducho de no más de un metro veinte, lo que nos haría pensar con rapidez en un enano flacucho. El problema era que el rostro o, mejor aún, la «cabeza» del ciudadano, era del tamaño de la de un hombre muchas veces más grande. Parecía que algún bromista hubiera colocado un tubo en la oreja de un enano y soplado hasta que su cabeza se hinchara. Es más: el ser estaba vestido de manera impecable, con lo que parecían ropajes nobles de seda adaptados a su tamaño, cadenas de oro alrededor de su cuello y de plata alrededor de las muñecas. Y eso sin hablar de los anillos esculpidos con símbolos que nadie allí entendería tan rápido.
El rey Anisio se aclaró la garganta. Respiró hondo y reunió el coraje para preguntar:
—Saludos. ¿Quién eres tú, navegante de los cielos, que te presentas hoy aquí ante nosotros?
—Oh, qué falta de educación la mía de no presentarme antes —el pequeño ser pareció avergonzado—. Pido disculpas a todos, pero en nuestra cultura sólo nos presentamos después de manifestar nuestras intenciones, un detalle que entre su especie se lleva a cabo a la inversa.
—Comprendo lo que dices, visitante —volvió a decir el rey—. Pero ahora que sabes en qué cultura te hallas, por favor, te pido que nos aclares lo que no podemos saber.
—Con toda seguridad, rey Anisio Branford.
—¿Sabes entonces qué acontece en este palacio el día de hoy?
—Absolutamente, gran rey. No por casualidad es este el día calculado para nuestra llegada. Estoy aquí en nombre y a petición del pueblo oriental del continente de Naciente, y aprovecho no sólo para traer un acuerdo de cooperación con este reino y sus aliados, sino también una propuesta del inicio de otra era en todo este continente.
En todos los rincones surgieron murmullos. Algunos se preguntaban si aquellos seres habían llegado del espacio, lo cual, por cierto, no resultaría difícil de creer, pues la gente ve demasiadas cosas hoy en día, y no parece haber mucha diferencia entre un ser llegado del espacio y otro que no cuando ambos vienen en un barco que navega por el cielo.
—Me llamo Rumpelstiltskin, maestre de los herreros-pilotos de Labura, y traigo aquí hoy el futuro que ya fue vislumbrado en el continente de Naciente y que ahora vuela con el viento a estas tierras de Ocaso en este Vishnú —y señaló a la gran máquina tras de sí—. Lo que todos ustedes ven aquí es la más moderna conjunción entre magia y metal que una especie inteligente haya osado fundir. Y dará inicio a una era en que la magia y la tecnología caminarán de la mano al servicio de una civilización más próspera y rica. En que los hombres no temerán a la magia, sino que harán que ella sirva a sus intereses. En que las distancias se volverán más chicas. En que el conocimiento se expandirá de manera más rápida y democrática. Y esa es la era que ofrecemos hoy en Arzallum a todos los líderes que aquí se encuentran.
Las personas se volvieron para observar aquel inmenso carruaje volador. Resultaba demasiado surrealista para la inteligencia humana simplemente aceptar su existencia.
—Y entonces, ¿qué nos dicen?
Todos miraron al rey Branford, aguardando su reacción. La máxima era verdadera: grandes poderes, grandes responsabilidades. Anisio lo pensó algunos segundos y dijo:
—Visitantes, por más que jamás esperáramos vuestra visita, y con la perfecta conciencia de que basta un único gesto mío para que lluvias de flechas eclipsen el mismo sol de donde vinieron… Sean pues bienvenidos al Gran Palacio de Arzallum.
Las personas no manifestaron reacciones positivas ni negativas. Todavía no sabían si estaban ante una bendición o frente a una maldición.
—Con todo, visitante —continuó el rey—, dijiste que vienes de Ofir, el día de hoy las tierras de Naciente, para atender a un pedido.
—Con toda seguridad, su majestad.
—Me gustaría saber: ¿ese… «pedido» viene de quién?
—Del gran sultán de Al-Qadim Badroulbadour, majestad —las personas se miraron con espanto: la figura del sultán que gobernaba el mundo oriental era legendaria y había generado historias tan extrañas como fascinantes—. Señores, presento a todos al magnífico guerrero y campeón oriental Ruggiero —un hombre fuerte, de cabellos largos y lisos, rasgos orientales y ojos alargados, salió del vehículo alado y observó aquel mundo sin esbozar reacción, como si nada allí tuviera importancia—: el representante oficial de todo el continente de Ofir en el magnífico torneo del Puño de Hierro.
Axel Terra Branford estaba tan estupefacto como su hermano.