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En ese momento, cerca del muelle del puerto de Arzallum, un negro solitario observaba el mar tranquilo. Era alto y algo fuerte, con la expresión inquebrantable de quien no teme a la vida, ya sea por tener mucho valor o por su propia falta de osadía ante ella. En las manos sostenía un cuchillo con una lámina del largo de un antebrazo y un artificio de piedra rayada que le servía como afilador.

El nombre de aquel negro era Snail Galford.

—Andabas desaparecido… —dijo una voz que se aproximaba a sus espaldas: una muchacha de no más de diecisiete años, cabellos rojos hasta los hombros y cuerpo de trapecista. Se trataba de Liriel Gabbiani.

—Lo sé… —dijo él, y entonces se fijó mejor en la joven—. Me gusta el nuevo corte.

Ella sonrió de la misma forma que esbozan todas las mujeres del mundo cuando son apreciadas.

—Gracias…

—¿Las cosas van bien en el «saltador» del circo?

—Sí. Y el nombre es trapecio.

—¿Y cuál es la diferencia?

—¡No seas ridículo! ¿Y por qué no vienes a trabajar con nosotros? Hay una vacante para lanzador de cuchillos…

Él sonrió con ironía.

—En verdad, Gabbianni, desaparecí un tiempo porque andaba ocupado.

—¿Ah, sí? ¿Y puedo saber en qué andaba ocupado un hombre de tu calaña?

—Cazando brujas.