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María Hanson observó en el horizonte cómo aquello continuaba su camino hasta detenerse encima del Gran Palacio. A su lado, Kenny, antigua compañera de clase de María, y hoy su alumna, dejó caer los pesados libros de las manos.
—¿Aquello está… descendiendo sobre el Gran Palacio? —preguntó Kenny, con voz lenta.
María tenía los ojos abiertos y no pestañeaba, las manos trémulas, húmedas de susto, el corazón latiendo extremadamente fuerte en el pecho.
—Sí, eso hace.