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Fuera del Gran Palacio, a algunos kilómetros de distancia, las comitivas reales que no habían permanecido allí se alejaban cada vez más, aunque ninguna de ellas se iría de Arzallum, pues sus representantes lucharían en los días siguientes en el esperado Puño de Hierro. Sin embargo, después de las ofensas sufridas y las desavenencias establecidas, era obvio que las comitivas ya no serían bien recibidas en el Gran Palacio, por lo que deberían acomodarse en alojamientos de gran lujo y pompa.

Esa era la preocupación de todas ellas cuando, dondequiera que estuvieran, escucharon aquello. Y también se sorprendieron con algo que no imaginaban que existiera.

—Mi emperador… —dijo un soldado de Minotaurus, asombrado.

Ferrabrás salió de un carruaje y se colocó para observar lo que venía del cielo. Incluso él, que demostraba poco sus sentimientos, no pudo esconder su propia sorpresa.

—¿Qué… qué es eso, mi emperador?

—No lo sé, soldado. Pero si no está de nuestro lado, entonces está en contra nuestra.