10
Aquella pendencia estaba creando secuelas.
Los niños salieron en desbandada, como hacían siempre, de la Escuela Real del Saber. Era obvio que ese día el único asunto comentado entre ellos era el de João Hanson y Héctor Farmer. Algunos de los diálogos que una persona habría escuchado si anduviera por allí y fingiera no prestar atención a lo que decían las niñas serían:
—¿Viste? ¡João se le echó encima a Farmer!
—Sí, pero no sirve de nada. Farmer es más grande. Y también mayor. ¿Quién puede con alguien más grande y mayor?
—¡El príncipe Axel ha derrotado a gente más grande y mayor que él!
—Ah, pero él es pugilista. João no.
—¿Pero qué piensan ustedes de lo que dijo Farmer? ¿Creen que la profesora y Axel ya… ya… ustedes saben…?
—¿Será? ¿Pero antes de casarse? ¡Eso es una deshonra!
Las niñas se rieron, como si aquello fuera una gran broma. En realidad, en las épocas actuales incluso lo parecería, ¿no?
—Ah, no: no ha ocurrido, créanlo. ¡Ella es muy fea para él!
—¡No seas envidiosa, chica! María es linda…
—No, eso es cosa de punto de vista…
—¡Ay, ya!
Perdido en su propia conversación, el grupo de Farmer iba más al frente, formado por unos cinco muchachos y ninguna niña. Farmer era el mayor. Más atrás venía el grupo de João, compuesto de tres niños y todas las niñas restantes de la clase. Ambos habían discutido antes de salir de la Escuela Real del Saber, pero eran lo bastante sabios como para quedarse cada uno con lo suyo.
Tanto él como su antiguo rival habían sido advertidos de que serían expulsados ante la menor señal de pelea, incluso fuera del horario escolar.
—¿Le vas a pegar después? —preguntó Costard, uno de los amigos de Farmer.
—¡El problema es que si le pego a ese chaparro idiota, la estúpida de su hermana me expulsará! ¿Y saben qué pasará? ¡Mi madre me comerá vivo, como ni siquiera aquella bruja casi lo hizo con esos dos!
Los amigos de Farmer rieron fuerte, lo suficiente para no darse cuenta de la aproximación del otro grupo, desde donde se escuchó:
—¡Ven a decírmelo en mi cara! —al fondo, la voz adolescente de João Hanson cortó las risotadas. Una voz a veces demasiado gruesa, que de repente dejaba escapar todavía algunas palabras agudas.
El joven Hanson se acercó, acompañado de su grupo de adolescentes, que incluía a Ariane Narin. Era impresionante cómo había crecido de un año a otro; incluso parecía que hubiera duplicado su tamaño respecto del año anterior.
Héctor Farmer, que a pesar de todo era más grande que João Hanson, se detuvo y se volvió:
—¡Ah, el «cabello relamido» decidió hablar fuerte! Estás cambiando de voz, ¿eh, Joãoito? —aquel «Joãoito» se había vuelto un apodo incierto entre el mundo plebeyo. En realidad, se refería al clan De Marco, familia rival del clan Casanova. Sus dos herederos solían involucrarse en grandes historias de disputas amorosas, para alegría de los contadores de historias y del pueblo interesado en las «noticias sociales». Si el muchacho era un gran conquistador, pero se mantenía a costillas de su padre, era un «Joãoito». Si se mantenía a sí mismo, era un «Casanovita». De cualquier forma, el primer apodo solía ser peyorativo. El segundo, motivo de orgullo.
Además, João Hanson usaba un corte de cabello muy parecido al del heredero de los De Marco.
—¡Estoy hasta el gorro de escuchar a gente como tú burlarse del nombre de mi familia!
João se detuvo ante Farmer. Ambos quedaron frente a frente, a la distancia de un palmo. Brazos abajo. Ojos en los ojos. Como se ha dicho, Farmer era un poco más alto, pero sólo un poco. Sin embargo, por estar un poco más gordo resultaba más robusto. Y también un año mayor. Los adolescentes formaron un círculo alrededor de ambos y permanecieron con los puños cerrados, ansiosos por una posible continuación de la pelea interrumpida con anterioridad.
—¿Sabes? —dijo Farmer—. ¡No termino de golpearte ahora sólo porque sería expulsado de aquí!
—¡Uuuh! —gritaron los adolescentes alrededor.
—¡A la hora que quieras, panzón! —reviró João.
—¡Uuuh! —gritaron de nuevo.
«Ah, yo que tú no me dejaba…» y «¡Si fuera yo, le ponía ya la mano en la cara!», eran algunas de las frases que se escuchaban entre el grupo.
—Te haces el macho frente a los demás porque sabes que tu hermanita es la nueva profesora. ¡Y sé que me expulsaría si te partiera la cara!
«¡Eh!», «¡Eso!», y «¡Puedes apostar!», surgían del grupo de los amigos de Farmer.
—Primero —habló João—, al contrario de ti, mi hermana es una persona justa. ¡Por eso me expulsaría tanto como a ti si golpeara tu cara de nuevo! —«¡Uuuh!», gritó otro grupo—. Y segundo: si quieres saber quién es más hombre —noten el término que utilizó: «hombre»—, hay otra forma de que resolvamos esto.
Los dos grupos quedaron en silencio.
—¿Ah, sí? ¿De qué manera?
—Tú y yo… —la voz de João salió gruesa esta vez—. Hoy, con las campanadas de las cuatro, en una disputa en el terreno baldío que está detrás de la catedral. ¡Con todo el mundo aquí de testigo!
Ambos grupos se miraron fascinados.
—¿Una disputa? —Farmer se extrañó—. ¿Y una «disputa» de qué?
—De boxing…
Los dos bandos lanzaron hurras de placer.