8
En un barco silencioso que vagaba por un océano intranquilo, en camino hacia algo que nadie de la tripulación sabía exactamente qué era, el mayor deseo de un ser humano consistía en sobrevivir a la muerte para saber si había valido la pena invertir una vida de esa manera. Existen personas que le temen al silencio por los recuerdos y las conclusiones que puede traer. Y existen personas que no pueden vivir sin él.
Los hombres de mar eran de ese segundo tipo.
—¿Realmente esperabas estar un día en esta situación?
Snail Galford observaba un horizonte azul oscuro sin perspectiva y no se volvió. Reconocía la voz del viejo al que había liberado y esperaba que conservara un mapa en su mente inquieta.
Respondió sin mirarlo:
—¿Estar yendo detrás del gran tesoro?
—Estar al mando de un barco que perteneció a Jamil Corazón de Cocodrilo.
Snail llegó a sonreír cuando escuchó el nombre del difunto.
—Antes de que Corazón de Cocodrilo comandara este barco, este le pertenecía a James Garfio.
—Se ve que su nivel de mando fue empeorando con cada generación.
Los dos rieron, como si la desgracia de un hombre tuviera sentido.
—¿Crees que soy un comandante peor que Cocodrilo?
—¿Tú no?
—Yo lo engañé de una manera histórica.
—¿Él estaba sobrio?
Snail volvió a reír. Aquel viejo podía ser considerado demente e inconstante, pero seguía siendo retorcido.
—Los piratas nunca lo están.
—Él arrancó el corazón de un cocodrilo para asumir el liderazgo de este barco. ¿Hiciste tú algo como eso?
—A veces, en nuestro ramo, avanzamos más por las cosas que no hacemos.
—Dame un ejemplo de algo que no hayas hecho y que te haya traído hasta aquí.
—Axel Branford no me cortó la pierna ni fui aventado desde lo alto de una catedral.
Hawkins avanzó cojeando y se detuvo a su lado.
—Siempre habrá piratas peores. En este momento tus hombres hablan de uno con pierna de madera y ojo de vidrio que se está haciendo de fama.
—Un deforme como ese cobraría fama en cualquier lugar. Hasta en el circo Gabbiani.
—Uno conoce el valor de un pirata por sus enemigos.
—Entonces mi fama debe comenzar a recorrer el mundo.
—¿Crees que tú le importas a tus enemigos, pata rajada?
—Me esfuerzo porque así sea.
—Digamos que, hipotéticamente, Jamil Corazón de Cocodrilo no hubiera sido lanzado de aquella catedral por Axel Branford. ¿Cuánto crees que pagaría por tenerte en sus manos?
Snail pensó y pensó, y respondió entre risas:
—Mucho más que lo suficiente.
Jim Hawkins suspiró, como si aquello fuera absurdo.
—Aun así el hecho es que tú no le llegas a Garfio a los tobillos.
—¡Púdrete! —Snail por fin miró al viejo—. Tú tampoco jamás le llegaste a los tobillos a Flint. Y eso no te impidió encontrar sus tesoros.
Hawkins sonrió, como sonríe el hombre frustrado al que le hacen un jaque mate, pero que aun así admira la pericia del otro jugador.
—A veces incluso es posible gustar de ti, pata rajada.
—Sólo cuando no estoy alerta.
—En nuestro ramo siempre debemos estar alertas.
—¿Entonces por qué te capturaron?
Fue la primera vez durante aquella conversación en que Jim Hawkins perdió el humor, lo mejor que venía demostrando últimamente.
—¿Sabes? Ya tuve tu edad y tus mismas motivaciones.
—¿Y fuiste del todo exitoso?
—Hasta cierto punto, sí.
—¿En todos los puntos?
—En algunos.
—¿Y en cuáles no tuviste éxito?
—Nunca debí descubrir dónde estaba el gran tesoro.
Snail sintió que se le erizaba la piel. Aquello era lo último que esperaba escuchar de Jim Hawkins.
—¿Estás bromeando?
—¿Parezco un hombre gracioso en este momento?
Definitivamente, la respuesta era no.
—¿Y por qué no?
—Porque no estaba preparado para él. Y hasta hoy no sé si lo estoy.
Snail movió la cabeza, como si aquella fuera la conclusión más estúpida del mundo en la historia de las conclusiones estúpidas.
—¿Quieres convencerme de que un hombre no está preparado para ser demasiado rico?
—Exactamente. A veces eso es capaz de enloquecer por un momento.
—Entonces quiero compartir ese tipo de locura.
—No sabes lo que dices.
—¡Entonces dímelo!
—¡No, no te lo diré! —la voz se elevó, resonando sobre las olas que rompían esporádicamente—. ¿Y sabes por qué no, pata rajada? ¡Porque yo no pedí ser sacado de aquella maldita celda! ¡Yo estaba muy bien allí, olvidando lo que tú me estás haciendo recordar y esperando que llegara mi hora de ocupar una habitación de cinco estrellas en Aramis!
—¡Yo no te obligué a subir a este barco!
—¡Sí, lo hiciste cuando me sacaste de esa prisión! ¡Y de esa forma me obligaste a estar aquí!
—¡Me gané la enemistad de Will Scarlet por eso!
—¡No, lo hiciste porque estás enamorado de esa niña irritante!
Snail al fin demostró una reacción, al hacer un gesto realmente irritado con aquella sugerencia completamente idiota.
—Estás loco, ¿no? ¿Qué te hace pensar que te quitaron el libre albedrío?
—¡El hecho de haber pedido al maldito Creador que me diera una señal, en caso de que debiera llevar a alguien al maldito lugar al que nos dirigimos!
Snail calló en forma abrupta. Piratas dementes, mentiras, traiciones, manipulaciones: esos asuntos los sabía dominar. Comenzar a entrar en terrenos que involucraban fe, creencias, religiones y cosas de ese tipo, no.
—O me estás viendo la cara o en serio estás demente.
—No tienes idea de a dónde vas, Galford. Ni de lo que buscas.
El viejo apoyó la espalda en la borda. Snail percibió que el asunto era serio al notar el uso de su apellido en vez de algún mote desdeñoso.
—¡Descubrir el gran tesoro —continuó Hawkins— significa cambiarlo todo! Modificar el mundo y tu concepto de realidad del mismo. Significa tener en las manos una responsabilidad que ningún hombre quiere tener.
Snail era sólo silencio. Y perplejidad.
—Encontrar el gran tesoro significa obtener el poder del mundo en las manos y aun así no saber qué hacer con él.
Las olas siguieron rompiendo mientras los dos pensaban en preguntas y respuestas diferentes. Hasta que Snail Galford dijo:
—¿Entonces por qué me llevas allá?
—Te sientes culpable de contar con la información de dónde está aquello y de vivir la vida, o lo que te resta de vida, sin compartirlo. Pero así como tú, yo no soy del tipo al que le importa algo que no sea su propia piel. Entonces, como una broma, desafié al maldito Creador. Y le dije que si algún milagro me sacaba de aquella prisión, aceptaría la última misión antes de morir.
Snail estaba boquiabierto.
—Hablas como si existiera algo de semidivino en nuestros caminos.
—¿Y cómo podemos decir que no?
—A mí no me mueve la fe.
—A nadie de nuestra ralea.
Snail se burló ante la sola idea de que fuerzas más grandes actuaran tras las motivaciones mezquinas semejantes a las suyas.
—Todavía no comprendo. Si el gran tesoro es algo tan poderoso, ¿por qué no te quedaste con él? ¿Por qué enterrarlo de nuevo?
—No me consideraba lo bastante hombre para tener ese poder en las manos.
—¿Y consideras que yo sí?
—¡Claro que no! ¿Por qué crees que Flint lo enterró en un lugar donde nadie lo hallara, pata rajada? ¡Porque él tampoco se consideraba lo bastante bueno! Si yo no lo era, imagínate alguien como tú.
Snail estaba tan acostumbrado a ser denigrado, que ignoraba insultos como ese, y lo alentó:
—Y entonces…
—Alguien más lo será. Alguien tiene que ser. —Snail comprendió—. Y para llegar a las manos de ese alguien, necesita ser descubierto. Otra vez.
Snail movió la cabeza. La típica reacción de alguien que no sabe qué esperar.
—¿Cómo descubriste dónde estaba?
—Junté todos los tesoros que encontré de Flint y me di cuenta de que cada uno era la pieza de un rompecabezas que debía ser leído en un mapa. Leí sus notas sobre lo que esperaba encontrar en ese punto.
—¡Está bien! —dijo el joven negro—. Encontraremos el gran tesoro y tal vez incluso acepte que no seamos nosotros los que debamos quedarnos con él. El hecho es que quienquiera que lo tenga, pagará el precio más grande que se haya pagado.
Jim Hawkins suspiró, vencido. Snail Galford, en definitiva, ignoraba qué le esperaba.