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En el casi olvidado villorrio de Trigger, en el lugar exacto indicado hace cientos de años en un mapa de estrellas escondido hace decenas de años por piratas ya fallecidos, una virgen de no más de quince inviernos, criada en el cautiverio de un palacete y sin contacto con el mundo exterior desde el nacimiento, se agitó feliz como un perrito al escuchar a su carcelera aproximarse con el almuerzo del día.
La mujer que le traía la comida todos los días era una señora gorda y rica conocida como madre Gothel, que mantenía en sus facciones la misma simpatía que una psicópata torturadora debía mostrar en los eventos sociales, con el rostro cargado del mismo maquillaje pesado que vuelve grotesco el miedo a la vejez. Aquella señora era una de las más grandes iniciadas aún vivas.
Y era una bruja.
No siempre del mejor tipo.
—Querida, muéstrame tus trenzas —exigió la gorda, observando a la niña, como si fuera ella la joven más importante del mundo o como si el mundo se volviera importante por su causa.
El cabello de la chica era rubio, inmenso y lindo, y le llegaba mucho más allá de la cintura. Sin embargo, había un detalle curioso: las puntas de ese cabello. Llegaba a ser curioso cómo se veían más oscuras que el resto del claro cuero cabelludo.
Como si fueran eternamente pintadas a mano.
Como si fueran de paja.
Como si hubieran sido quemadas.
En los últimos tiempos la adolescente, en su inocencia y su pureza, creía estar engordando por comer demasiado, y que por eso sus ropas le quedaban tan apretadas. La realidad, sin embargo, era conocida por la bruja gorda e iba mucho más allá de lo que la niña jamás comprendería.
Aquella señora vieja, rica y gorda era un hada caída.
Y aquella enclaustrada virgen marcada de largas trenzas estaba embarazada.
Un círculo no tiene principio ni fin, pero eso es sólo después de que ya está formado.
Para que un círculo se forme, primero no hay nada y, entonces, sea lo que sea que le dará forma, recorre un trayecto que sólo cobrará sentido cuando complete una vuelta y se encuentre con el punto inicial. Entonces se comprende el motivo del trayecto, y tanto el principio como el fin de aquella forma no sólo se vuelven imposibles de ser identificados, sino que también eso deja de importar.
Porque lo único que se ve es sólo el todo de la figura completa.
Cada lágrima que derramas es un círculo que se abre o se cierra dentro de ti. Y sean vidas creadas por semidioses o semidioses creados por fuerzas mayores, cada lágrima derramada es preciosa, pues las alegrías nos dan sentido, mas son las cicatrices las que nos vuelven más fuertes.
Todo dios un día será olvidado.
Todo semidiós un día dejará de existir.
Y lo que sobrará del pasaje de cada una de esas energías vivas serán los círculos formados mediante ciclos que no pueden ser detenidos. Y sea por donde sea que ellos transiten, y sea por donde sea que cobren forma, tales ciclos no serán recordados por sus principios o sus finales ni por su tamaño o sus diámetros, sino tan sólo por la perfección de la figura formada por el todo.
Cada lágrima vertida sobre la tierra jamás será perdida.
Caerá y se mezclará con la tierra.
Y entonces, cuando venga el calor, se evaporará, y al juntarse con otras se convertirá en lluvia.
Y cuando el aire decida danzar en las nubes cargadas, cada lágrima antes derramada en la tierra descenderá de nuevo sobre nuestras cabezas para bendecir y acarrear un éxtasis. Un éxtasis que permanecerá hasta que otras lágrimas sean otra vez derramadas sobre la tierra y el todo vuelva a comenzar.
Como en un eterno ciclo. Como en un espléndido e inagotable círculo. Un círculo que siempre nos enseñará que…
«El dolor es inevitable».
… vale la pena hacer la jornada, porque…
«El sufrimiento es opcional».
… el círculo siempre se cierra.
Aun en los corazones más débiles. Aun en las mentes más inestables. Aun en las vidas más vacías.
El círculo se deshace, pero nunca se rompe.
Aunque a veces parezca difícil, aunque duela, aunque flaquees, recorre el círculo completo. Ya sea caminando por un círculo de fuego, ya sea por un círculo de lluvia, el final de todo círculo de la vida tendrá siempre el mismo valor.
Todo ciclo terminará un día, es verdad. Pero lo que quedará dentro de ti, y lo que quedará de ti en ese ciclo, jamás se perderá ni se romperá.
Ni se apagará.
Todo dios un día será olvidado.
Todo semidiós un día dejará de existir.
Pero mientras ellos no sean olvidados, y mientras tú existas, continúa tu jornada.
Simplemente recorre el círculo.