70

Cuando el elfo crecido caminó en ese amanecer hacia las aguas místicas, el mundo, fuera cual fuera la naturaleza que corriera tras la energía que lo movía, si al menos no era justo, cuando menos ya no se mostraba desleal.

Peter Pendragon caminó con pasos ligeros, y caminó como lo hace un hombre que teme el final de la vida o un niño que teme a la muerte.

«¿Aquel es el Lago de la Nostalgia?».

Sus elfas amazonas caminaban con él, sin distinguir si eran ellas sus elfas o él el rey elfo de ellas. Sin saber si era él el crecido que las lideraba o el niño que ellas debían encaminar.

«Sí, el lago de las ninfas».

En los brazos llevaba el cuerpo de Wendy Darling —su Wendy Darling— que sumergió en las aguas sagradas del Lago de la Nostalgia para la purificación exigida en el pasaje de un buen espíritu. Cuando fue retirado, el cuerpo tenía el cabello mojado y un resquicio de vida que no existía más allí.

«¿Y por qué ese nombre?».

Todavía con ella en los brazos, el señor de los dragones la llevó a un altar élfico armado cerca de las aguas, donde se encendieron inciensos. Ocho círculos energéticos del cuerpo muerto fueron activados para que el hilo que ligaba el cuerpo a un alma humana atormentada se rompiera. El elfo amante de una mujer humana se apartó con el corazón oprimido. Livith, la princesa élfica y mujer de un príncipe humano, dijo las palabras sagradas en el idioma místico y la pira de fuego se encendió mientras el cuerpo de carne se convertía en polvo.

«Cuando una persona muere, deja grabada en su propia energía su último pensamiento».

En ningún momento el rey elfo derramó una sola lágrima.

«Cuando un elfo presiente el segundo anterior a la muerte, instintivamente piensa en un mensaje que quiera dejar para su ceremonia».

Axel Branford observaba la sagrada ceremonia, alejado y vestido con indumentarias de Nunca Jamás, al lado de indios que lo trataban como a aliado. En su fuero interno se preguntaba si un ser humano también lograría pensar, en el segundo que antecede a la muerte, en algo qué decir a los que actuaban por instinto, como hacía aquella raza.

Y no tuvo dudas de la respuesta.

«Las razas diferentes tienden a intercambiar culturas».

El polvo del cuerpo cremado fue recogido por pequeños elfos, adultos de mente y niños de cuerpo. Toda ceniza fue cuidadosamente recogida y depositada en un recipiente con runas en lenguaje antiguo.

El recipiente fue entregado por un chamán indígena nuevamente al rey elfo.

«¿Y qué representa para un elfo no hacer su pasaje al otro mundo a través de ese ritual?».

El elfo crecido se volvió de nuevo hacia las aguas del lago y pareció temer lo que seguiría.

«Significa una muerte incompleta. Y un pasaje intranquilo».

Axel Branford, que cada día aprendía a respetar más aquella cultura tan diferente, y al mismo tiempo tan fascinante, sabía bien el motivo que atemorizaba el corazón de ese elfo.

«Ella estaba embarazada».

El rey Peter sintió el agua caliente del Lago de la Nostalgia tocar una vez más sus tobillos. Y aún así estaba fría en comparación con la temperatura de su corazón.

«¿Tienes miedo, no? Miedo de saber la respuesta. Miedo de conocer el último pensamiento».

La mano destapó el receptáculo y tembló en el segundo que antecedió al acto. Tembló ante lo que seguiría. Tembló ante el último pensamiento.

«Sí, lo tengo».

El viento sopló, y el rey elfo, el señor de los dragones, el primer elfo crecido del mundo y el único elfo adulto en volver a volar, dejó que el viento danzara de modo poético con el polvo, que antes era carne y abrigaba a un espíritu. El polvo se esparció por las aguas del lago como si todo fuera parte de un gran todo por encima de la comprensión científica, y como si el mundo, cuando quisiera, fuera sólo poético. E intenso.

El polvo se mantuvo sobre el agua y entonces, tomado por la vida que se mueve a través de lo fantástico, dibujó el último pensamiento como por arte de magia.

Hasta allí Axel Branford aún no aprendía el idioma élfico, pero incluso él comprendía lo que aquellas palabras formadas por sentimientos más grandes que la vida y la muerte querían decir.

«No fue tu culpa».

Y realmente no la era. Al menos hasta que aquellas palabras lo liberaran al fin. Ramificaciones de remordimiento y dolor comenzaron a rasgarse en el pecho de un elfo fuerte en la cáscara, pero castigado en la pulpa. Las respiraciones comenzaron a volverse más intensas y más profundas cuando el aire pareció más abundante, y el mundo nunca pareció tan tenaz.

El sonido del latido de un corazón liberado era una música de tonos diferentes, que repetía eternamente la misma estrofa.

«No fue tu culpa».

El rey Peter Pan se arrodilló sobre las aguas de Nunca Jamás, sintió el corazón más caliente y lloró de manera incontrolable, igual que un niño.