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En Arzallum, tras regresar de la última cacería, Sabino von Fígaro había pedido permiso para dirigirse al campamento humano en la zona de guerra, comandado por el coronel Athos Baxter y la capitana Bradamante Fiordispina. El rey Anisio Branford se lo había negado y le ordenó que se encaminara con los Caballeros de Helsing al reino de Orión, con la justificación de que Arzallum había prometido ayudar al rey Acosta en días de guerra contra Gordio y su rey Midas.

Sabino von Fígaro se rascó la quijada y miró atentamente a su rey, en un intento por captar un lenguaje corporal que le revelara que aquella decisión no se basaba en el hecho de que el rey de Arzallum quería evitar un conflicto entre el propio Sabino y el coronel Baxter en una zona de guerra ya de por sí bastante tensa. El rey Anisio Branford permaneció mirando a Sabino sin demostrar un ápice de contradicción. Sabino von Fígaro entonces asintió y aceptó la misión de su monarca, incluso porque sabía que, fuera lo que fuese lo que motivara las decisiones de un rey, un soldado debía obedecer.

Los Caballeros de Helsing iban a la guerra.