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Muchas batallas, además de las aquí narradas, acontecieron en Nueva Éter. La Alianza de Arzallum ganó algunas de ellas, mas no todas. Pero la improbable victoria de Arzallum fue determinante para que el mundo comprendiera que el rey Anisio Branford no sólo era por derecho el rey del mundo, sino que también estaba listo para conquistar lo imposible: si continuaba su escalada meteórica, se convertiría en una figura históricamente superior a la figura de su padre.
El capitán Lemuel Gulliver ganó la custodia del hijo rescatado por las manos de Axel Branford y fue invitado a reintegrarse al ejército de Arzallum. A todos los sobrevivientes, ya fueran soldados o mercenarios, se les consideró como héroes y resultaron agraciados con títulos, medallas y parcelas de tierra. Los gnomos recibieron permiso, y el oro conquistado en la guerra fue utilizado para financiar la revolución que la tecnología gnoma traería al continente de Ocaso. El rey asumió una deuda con el rey Kraken de Atlántida y estableció un pacto de alianza para el día en que necesitaran de Arzallum.
Ningún mercenario pirata fue encontrado vivo.
El emperador Ferrabrás intentó escapar del campo de batalla, pero fue capturado por soldados de Stallia en otras zonas de combate, comandados por un aún irritado Will Scarlet. Llevado a juicio según las leyes stallianas, Ferrabrás se contentó con ser juzgado por el parlamento cuyo líder era Robert de Locksley, el mismo ex prisionero y figura legendaria al que cazó durante años e intentó condenar a muerte bajo las leyes de Minotaurus. Locksley afirmó que, si los tiempos fueran otros y él no hubiera visto la vida con nuevos ojos, Ferrabrás habría sido juzgado bajo el pedido de pena de muerte. Sin embargo, afirmaba que Ferrabrás tendría un juicio militar con derecho a defensa ante un pleno con los reyes o los representantes de los reinos vencedores.
Obviamente, la pena de muerte nunca sería descartada.
Bradamante, la capitana de la Guardia Real, campeona de Arzallum, después de su brillante actuación en un escenario de batalla perdido a la espera de su rey, fue condecorada como la mayora Bradamante. La ceremonia se realizó en presencia de todos los grandes líderes militares de Arzallum, incluyendo a lord Wilfred de Ivanhoe, Sabino von Fígaro y el capitán Ruggiero, poderosos comandantes de los Caballeros de Helsing, victoriosos en la batalla al lado de Orión contra Gordio.
Era la primera vez en la historia militar de Arzallum que una mujer adquiría tal título.
Ella lo dedicó a la memoria del coronel Athos Baxter, al afirmar que «aunque era un hombre que no sabía vivir, o ya no sabía hacerlo, aprendió, aunque en el fin, cómo morir».
Ariane Narin fue liberada por orden directa de la reina Blanca Corazón de Nieve. Hubo otro encuentro entre ella, madame Viotti y la madre de la chica, Anna Narin, un encuentro que todas imaginaban que la soberana había convocado para disculparse por no haberlas escuchado o por cualquier cosa de ese tipo. Pero Blanca Corazón de Nieve en ningún momento pidió disculpas. A la postre, en su posición de reina había hecho todo lo que podía con las informaciones que poseía. Informaciones que la ponían a prueba desde que la condesa Helena Bravaria había intentado seducir a su padre para convertirse en su madrastra, cepillando sus cabellos ante un espejo para un trabajo de magia oscura. Informaciones que cada día le hacían más falta.
Informaciones que pretendía ampliar.
Cuando madame Viotti, Anna y Ariane Narin comprendieron lo que aquello significaba, el mundo ya no fue el mismo. El éter parecía más sublime.
Y el aquelarre de brujas blancas había ganado a su integrante más influyente.
Después de su actuación ante el liderazgo de los aprendices de caballero, y la entrega del riesgo de su propia vida por la de su reina, João Hanson fue liberado de sus actividades de escudero por su tutor. Con el ascenso militar de Bradamante Fiordispina, que seguía siendo la campeona de Arzallum, el caballero Reinaldo Grimaldi había sido condecorado como el nuevo capitán de la Guardia Real y debía también a João Hanson el sacrificio en pro de la vida de su señora Almirena.
João se estremeció cuando llegó a la hacienda de su señor para dirigirse al establo donde dormía y Reinaldo le dijo de buen humor que, si volvía a hacer eso y no pasaba por la puerta del frente de aquella casa, «le daría un golpe en la nuca».
«El escudero entra por la puerta trasera de la casa de un caballero».
Fue sólo entonces cuando João comprendió que ya no era más un escudero.
«El lugar del escudero es junto al animal y a toda la ralea a la que pertenece. ¿Entiendes?».
Al entrar en la casa, su corazón volvió a golpear y la piel se le erizó cuando vio esperándolo, en el interior, a todos sus compañeros escuderos —incluso los envidiosos— que habían sobrevivido y habían sido liderados por él. Estaban allí los gemelos Darin, como también su madre, Érika, su hermana María y Ariane Narin. Estaba el niño espectro Geppeto, al que pocos podían ver.
Como si eso no bastara, estaba también el general, magistrado y lord Wilfred de Ivanhoe.
Todos parecían serios y ansiosos, sin saber si João sería felicitado o castigado por sus acciones.
—Preséntese, Hanson —dijo Reinaldo Grimaldi, de la mano de lady Almirena.
Ariane todavía miraba con recelo a la joven.
João Hanson se aproximó y se puso en posición de firmes.
—Señor.
—Milady —dijo Reinaldo, para dar autorización a su prometida.
—En mi nombre y el de mi amado, me gustaría agradecerte por haber dedicado tu vida a la seguridad de tu antigua señora —dijo Almirena, con la mirada baja.
Reinaldo no dejó de prestar atención a cada reacción de João.
Nadie de aquel salón lo hizo.
—Iniciaré los preparativos de mi unión definitiva con milady Almirena Goffredo, y la haré mi mujer y madre de mis hijos. Me gustaría que estés presente en esa ocasión como mi testigo.
João se asustó. Los testigos de casamiento de caballeros solían ser sólo, bueno…
—Será un honor, señor.
—¿Hay algo que quieras decirme antes de liberarte de mi tutela y devolverte a lord Wilfred de Ivanhoe?
«Te ves mejor sin armadura».
¿Debería decir a su señor que la mujer que amaba había coqueteado con él?
«Dices que Ariane cree que interrumpió un beso entre tú y la tal lady, ¿no?».
¿Debería decir que casi había sucumbido y caído en la tentación con la futura esposa de su señor?
«¿Y si ella no hubiera aparecido?».
Contar aquello frente a todas aquellas personas, incluso ante sus tutores, habría sido acabar con su propia honra, arrojar por la borda cuanto había conquistado y estaba conquistando. Habría sido abdicar de toda gloria, de todo prestigio, de todo respeto. Habría sido convertirse en un paria, avergonzar el apellido de su familia y perder el sustento de su casa. Eso hubiera implicado contarlo.
Quedarse callado sería traicionar el código de escudero y escupir en la confianza de su señor.
—Señor.
—Hanson.
João miró alrededor, y por más serio que permaneciera, no conseguía ocultar su angustia. El pecho comenzó a arderle y el estómago seguía hirviéndole. Las personas, principalmente los envidiosos, percibían que algo estaba mal. Las imágenes de su padre le vinieron a la mente, y las enseñanzas de la vida y la muerte del antiguo patriarca le volvieron como una avalancha. El corazón le palpitó intranquilo.
Y João hizo su elección.
—Señor —dijo, antes de inspirar hondo, a sabiendas de cuánto mataría de sí mismo con lo que estaba por hacer—. No soy digno de ningún honor.
Hubo suspiros entre los presentes y las personas se miraron sorprendidas.
—¿Y por qué no, Hanson?
—Porque traicioné su confianza y no merezco ningún respeto. Porque protegí mal a su señora y casi morí a manos del enemigo. Y porque casi caí en la tentación, faltando a cualquier respeto que pudiera tener por mí y por el código de escudero.
Hubo un momento de conmoción. Reinaldo Grimaldi soltó la mano de lady Almirena y se aproximó despacio, como si fuera a propinarle un golpe en el rostro a João. Tal vez lo fuera a hacer.
—¿Me está diciendo que tuvo tentaciones en relación con milady Almirena, Hanson?
João bajó la cabeza y cerró los ojos, a la espera del golpe.
—Sí, señor.
—¿Y esa lujuria vino exclusivamente de su parte, Hanson?
La pregunta era grave. Aquel momento era algo más que de conflicto. João sabía que de ahí en adelante quedaría social y militarmente destruido ante su gente. La cuestión sólo era si quería arrastrar a otra parte consigo.
El ego deseaba decir que sí. El superego le decía que, si su señor tanto amaba a aquella mujer, tal vez esa historia debería terminar sólo con un infeliz. Un infeliz que mantendría la honra de su señor en el último instante de desgracia y la honra de su señora como disculpas por la inexperiencia para protegerla.
—Asumo la entera responsabilidad y todos los castigos que me inflija, señor.
La cabeza permaneció baja. Él tenía ganas de llorar, pero no sería allí. Quería llorar ante los ojos de las personas que lo rodeaban, sobre todo de las que más amaba, pero tenía vergüenza. Imaginaba lo que pensaban y en ninguna de esas fantasías había algo bueno.
Tal vez por eso fue mayor su sorpresa cuando comenzaron los aplausos.
Tal vez por eso su desorden mental cuando surgieron sonrisas en todos los labios, menos en los de los envidiosos.
«¿Cómo sabe un escudero que salió de la posición en que está y se encuentra listo para convertirse en un caballero en entrenamiento?».
Aun ante los aplausos, João vio a su antiguo señor abrazarlo con el orgullo de un padrastro, mientras que al fondo su madre, su hermana y su novia prometida se emocionaban por haber sido previamente advertidas de lo que verían. Y al ver que incluso lady Almirena sonreía y seguía aplaudiendo, João Hanson al fin comprendió.
Y comenzó a temblar.
«Cuando lo considera listo, si no logra hacer que su aprendiz desista o el tutor lo hace pasar por una prueba de fuego, de fuerza o lealtad al código».
Lord Wilfred de Ivanhoe retiró la espada de dos manos de su cintura. Y su orden estremeció a cada espíritu presente.
—De rodillas, João Hanson.
Por segunda vez en la vida ante aquel lord, João Hanson se arrodilló y comenzó a llorar.
El niño soñador desacreditado entre la plebe se había consagrado caballero.
María Hanson pasó los días indecisa entre seguir su vida al lado de un don Juan o de un Casanova. Ante la duda, ambos siguieron disputándosela como la mujer más envidiada de todo el reino, y la figura de Axel Branford y el sentimiento doloroso que la encadenaba a él poco a poco se fueron disolviendo.
En uno de esos encuentros Casanova se acordó de los momentos de cautiverio en la Escuela Real del Saber y rememoró cuando besó a María para intentar comprobar su arriesgado plan.
A María no la conmovió el recuerdo, porque había sido un momento de conmoción, y Casanova al fin avanzó un paso al frente de su rival De Marco al concluir:
—Deberías emocionarte con esos recuerdos.
—¡Perdón! Es que…
—Hasta porque besas mal.
María abrió la boca estupefacta y cambió la expresión de inconmovible a extremadamente ofendida.
—¡Mira, señor Casanova! —dijo, poniendo una de las manos en la cintura y apuntándolo con un dedo de la otra, muy parecida a como lo habría hecho Ariane Narin—. Claro que no beso mal, ¿me oyes?
—¿Ah no? —el rubio de cabellos largos y ojos claros sonrió.
—¡No! Estaba bajo presión y me tomaste por sorpresa, ¿está bien?
—¿Ah sí? —preguntó él, en tono de desafío.
—¡Sí, señor!
—Pruébamelo.
Y María Hanson comprendió una vez más por qué era tan difícil para las mujeres resistirse a aquellas dos familias. Y Giacomo Casanova comprendió que, en la dificultad de conquistar a aquella mujer, estaría al final su deseo de ser fiel a una sola.
Pero su rival Juan de Marco no iría a dejar aquello con facilidad.
Las estrellas se encendían ante esa guerra amorosa. Y los semidioses hacían sus apuestas.
«El dolor es inevitable. El sufrimiento es opcional».
¿Saben? Existen poetas que siempre saben lo que dicen.
Snail Galford, el Simbad, tardó tantos días como fue necesario, pero con su nueva y poderosa tripulación consiguió llegar con el Jolly Rogers al gran tesoro del legendario capitán Flint. La tierra fue excavada, los cofres retirados y Liriel arrancó las cadenas oxidadas sin necesidad de tocarlas.
Entonces Snail comenzó a insultar al mundo, mientras un pirata cojo y tullido se carcajeaba y otro de edad avanzada intentaba comprender lo que significaba aquello.
No había una sola moneda de oro. El tan soñado tesoro de Flint no tenía joyas ni plata ni telas, ni cualquier tipo de rareza. Lo único que había en ese cofre era un mapa. Pero no un mapa físico.
Un «mapa de estrellas».
Durante días Snail insultó y maldijo a Flint, deseando que el maldito fallecido reviviera sólo para matarlo de nuevo.
Hasta que, después de horas de debate con sus odiados enemigos, al fin comprendió que estaba ante el tesoro más valioso del mundo.
Sabino von Fígaro, general de los Caballeros de Helsing, se acercó a João Hanson para felicitarlo por el título conquistado de caballero en entrenamiento.
—El día que estés preparado, matarás a Rastyara y te encontrarás listo para ingresar en los Caballeros de Helsing.
João Hanson no se olvidaría de aquella promesa. Claro que no.
Axel Branford, antes de regresar a Nunca Jamás, tuvo su sombrío momento a solas con maestre Ira.
—No puedo matarte ahora porque debo aceptar la tregua exigida por ti como cobranza de la deuda de mi hermano —dijo Axel irreconocible, invadido por el odio.
—No podrías matarme aunque quisieras.
—¿Por qué?
—Porque no eres lo bastante fuerte. Tal vez nunca lo seas.
—¿Por qué lo mataste?
—Aún no entenderías.
—Tú te alimentas de eso, ¿no? De la rabia.
—Por eso me llaman Ira.
—Comienzo a entender en este momento cómo es sentirse poseído por ese sentimiento.
—No hay nada que puedas hacer ahora.
—Lo sé. Pero el día llegará. Créeme, maestre Enano, la muerte de ese trol ceniciento no te saldrá tan barata. Cuando estés listo, te estaré esperando.